¿Cómo recibirá Rosario a Maradona? Lo único que nos planteábamos por aquellos primeros días de febrero era la reacción del público ante la llegada de Diego. Los leprosos en el hotel y los canallas en el estadio. Homenaje sí o no. Hablaron los dirigentes de Central, el capitán del equipo y hasta los referentes canallas cercanos al 10. Todos se refirieron a la periferia. Ninguno al césped. Nadie habló del juego. Nosotros tampoco. 

Todos aquellos que esperábamos el Central-Gimnasia del tramo final de la Superliga nos enfocamos en el morbo. Incluso volvimos a decir que era un partido de seis puntos, por esa famosa metáfora exagerada que busca ponerle más dramatismo del que ya tiene la pelea por evitar el descenso. 

En lo particular, la óptica me cambió cuando supe que ese partido de fútbol era una excusa. Me enteré de una gestión para que Diego le dé un abrazo a Tomás Felipe Carlovich. Desde ese instante me importó poco si el viernes iban a cortar la calle Mitre, si iban a poner un vallado sobre Catamarca, o si el sábado había trono, plaqueta o fotos de ocasión. Ni siquiera el 4-4-2 de Cocca o los cambios que podía haber en Lobo. 

Ahora la crónica no hablaba del operativo de seguridad ni de la presión de la gente. La cobertura periodística se alejó de las tácticas. Se centró en el cariño de dos magos que jamás habían cruzado sus varitas. Ya no había clásico urbano. Se apagó el folklore más tonto. Se encendió el fuego de las leyendas. Había que hablar de mitología.

Los nuevos dirigentes de Central Córdoba se subieron la idea. Hablaron con los más grandes, los amigos del Trinche y le hablaron del deseo de D10S. Sí, el de “crecer y sobrevivir a la humilde expresión”, como dice la canción, y el de conocer a quien encarna esa humilde expresión en Rosario. 

El viernes 14 de febrero a las 16.30, caminando a paso lento y con la figura echada a un lado, Carlovich llegó a la vereda del hotel céntrico y preguntó a qué hora iba a llegar Diego. Faltaba alrededor de una hora y media. Si de plegarias hablamos, la gente de Tablada rezaba para que se quede. Un Cinco Estrellas, mucha luz, demasiado ruido. No era un lugar para él. Se fue por un café en un bar de la zona y prometió regresar. “Hay que rezar para que vuelva”, dijo Fabián, que fue designado para acompañarlo en la peregrinación. Una hora después, volvió. Sí, volvió.

Pero debíamos convencerlo de hacer el check-in, subir a la habitación y hablar con la seguridad para ver a Diego. Obrero de la causa, cumplió todos los pasos. Esperó media hora que pareció un siglo. Preguntaba y amagaba con bajar. Nos comimos ese amague. Trinche la pisó y nos hizo pasar de largo. Tenía un sueño postergado.

"Trinche, qué hacés hijo de p…”, dijo el Diego y se le tiró encima con un abrazo.

Maradona llegó a Catamarca y Mitre minutos antes de las 18. Bajó custodiado. Peinado y con lentes de sol. Saludó a sus fieles con un gesto y caminó tan lento como el Trinche, rumbo al ascensor. Iba a subir a un salón VIP. Mientras, Diego subía, la seguridad privada preguntaba, los dirigentes de Gimnasia averiguaban, los de Córdoba -otra vez- rezaban, y los secretarios de Diego mandaban.

Carlovich aguantó la pausa. A los pocos minutos, le dijeron que deje el medio y se mande para arriba. En esa área lo vio Fatu Broun que estaba con su entorno rosarino y le dio su respetuoso saludo. De inmediato lo buscó a Diego. “Mirá quién te vino a ver, el Trinche Carlovich”, soltó el arquero a su DT. La respuesta estuvo a la altura de Diego. Lo miró fijo y le dijo: “Trinche, qué hacés hijo de p…” y se le tiró encima con un abrazo. Maradona.

"Para el Trinche, que fue mejor que yo”, escribió Maradona en la camiseta.

El Barrilete Cósmico, el que nadie sabe de qué planeta vino, estaba derrochando empatía con una leyenda barrial al que veía por primera vez en su vida. Claro que conocía al mito, porque Diego todo lo sabe, y de fútbol conoce y entiende. Carlovich, por una vez en la vida, dejó la timidez de lado y tomó a la estrella mundial. Le dio un beso, le dijo unas palabras al oído y posó para una foto. Le dio su camiseta y recibió una de Diego. Esa estaba dedicada.

“Para el Trinche, que fue mejor que yo”, escribió Maradona mientras el Trinche decía que estaba loco. Le dio otro beso, otro abrazo, y un gracias al oído. 

Salió lleno. Bajó al hall y abrió la puerta rumbo a la calle. Le contamos que tenía la habitación a su merced, que ya estaba registrado y que podía quedarse a dormir. No le importó, no quiso, no lo sintió. Se fue al bar desde donde llegó. Con su gente, su camiseta, su beso al Diego y una dedicatoria en el corazón que le decía que podía morirse tranquilo.