El hombre de la barra de hielo, la viudita que seducía al campeón, los propios peleadores en un ring de juguete. Titanes en el ring fue una gran metáfora. El mítico programa de televisión, que comenzó a emitirse en los 60, simulaba combates encendidos, pero todo era un juego de grandes para chicos. Una parodia hermosa donde, con la simulación, nos embarcábamos en el sueño de los buenos y los malos. 

Pero eran actores. Todos. Te pego, doy una voltereta y me pegás. Me hago el dolorido, volvés a pegarme y ahí logro hacerte una toma de judo y gano la pelea. Una coreografía ensayada donde el resultado se sabía antes de tiempo. Pero éramos niños y nadie discutiría que eso era manipulado por un director de actores. 

El miércoles volvimos a esos tiempos. Encendidos debates en la Cámara de Diputados para presenciar una parodia de aquellos titanes en el ring. Simular enojos para que todo termine a los gritos y suspensiones. 

Es un estilo de una Cámara que, degradada por su composición circense, ya acumula varios capítulos. Ante temas incómodos, gritos, insultos, vasos de agua, y hasta una que otra piña. 

Los buenos y los malos, como un insulso western italiano. No es nuevo. En la historia argentina, la referencia del otro también construye. “Soy lo contrario al otro”, como argumento, ensaya los caminos de varios de nuestros los tiempos políticos.

La simulación de los enojos se ha convertido en un método de supervivencia. Kirchnerismo y libertarismo —aunque opuestos en sus postulados— comparten esa misma lógica: la necesidad de tensar la cuerda hasta el límite, polarizar la escena y presentar la realidad en términos de “ellos o nosotros”. 

Este juego de extremos no es nuevo. La historia argentina está atravesada por enfrentamientos binarios que se perpetúan con nuevos nombres y rostros. Unitarios y federales, peronistas y antiperonistas, civilización o barbarie. La lógica de la confrontación como motor del relato político es una herencia que persiste, reciclada en cada época.

La diferencia es que hoy, más que nunca, esos extremos funcionan como negocio político: cuanto más se agiganta el adversario, más legitimado queda el propio discurso.

En ese escenario, el ciudadano común queda atrapado en un juego cerrado. Las opciones intermedias o las propuestas alternativas no logran romper el cerco mediático ni emocional que imponen los extremos. La exaltación de la grieta es rentable: asegura fidelidad, viraliza consignas y desplaza cualquier complejidad. El que duda, pierde. El que no odia, no encaja. Se impone así una democracia de alta temperatura, donde el disenso real cede ante el show ideológico.

Para la diputada Mónica Fein, que junto con un grupo grande de legisladores se sientan en el centro de la Cámara baja y son espectadores de los dardos lanzados entre ambos extremos, la sesión permitió no debatir temas incómodos para ambos grupos. 

Parecía armado para que la sesión se cayera porque los temas que venían, el límite de los DNU o las retenciones al campo. Eran temas que unos y otros no querían tratar. Parecía una estrategia para, con intolerancia, violencia y una tensión que también desgasta, dejar de debatir”, dijo la diputada por Santa Fe.

La escalada violenta de la política argentina es un sketch peligroso. No todos simulan el enojo. Hay un sector que enojado de verdad sale a romperlo todo. Y sobre eso nadie responderá. 

“Hay que resistirse a entrar en el mecanismo de la violencia verbal, de la violencia descalificatoria”, afirmó la ex intendenta de Rosario. “Ahora, la idea de la muerte al adversario, de ahorcar en la plaza, de cárcel o bala, de decirles criminales o pedófilos y de un montón de insultos más que venimos recibiendo, es parte de una estrategia que tiene este gobierno que, creo, es funcional a la polarización, para no debatir ideas”, aseguró Fein.

Desde la detención de Cristina Fernández de Kirchner, la Cámara ha potenciado sus recursos de agresiones e insultos. Un debate asumido con los tortazos de los payasos de circo. Simular o exagerar enojos para tener excusas para no salir del pantano. 

Como en otros momentos de la historia, la exageración política puede saturar el ánimo social y abrir el camino a nuevas formas de participación. El voto escaso del domingo pasado no es casual ¿Qué cambia elegir representantes que simulan para no abordar los temas importantes? No es ingenuo pensar que, tras el ruido de los extremos, haya una demanda silenciada de sensatez, diálogo y profundidad. Lo que falta no son ideas, sino espacio para que respiren.

Tal vez, lo disruptivo y la rebeldía política, en el futuro, serán la normalidad. Personas normales debatiendo con sus ideas cómo mejorarle la vida a quienes los han elegido.