Acorralados por la decepción mordimos una vez más el polvo de la derrota. La perinola (viejo juego de nuestra niñez) cayó en la cara que dice “todos pierden”. Un nocaut entrenado por la bronca y el desencanto. En Santa Fe votó la mitad del padrón. ¿Qué significa eso? Que la otra mitad eligió el silencio, la distancia y el hartazgo. Y eso no es menor. Cuando la gente deja de creer que votar sirve para algo, no hay discurso que la traiga de regreso. Se vacía la democracia, no por un golpe, sino por abandono.

Juan Monteverde clamó su victoria a concejal desde Rosario. “Le ganamos al presidente, al gobernador y al intendente, pero no a la ausencia de las mayorías en las urnas”, dijo. Una piña más a la democracia. Un tobogán hacia un pozo sin fondo visible. En cada elección, un puñado más elige quedarse en casa y no votar. ¿Total? ¿Qué cambia el voto?, piensa el desencantado.

El 52% de los rosarinos se quedó en casa, como en tiempos de pandemia y covid. Un virus demoledor para la democracia se instaló en los hogares de la ciudad. “Cada persona que se queda en su casa, además de no contagiarse, es una persona que ayuda a que el virus no se propague. Sé responsable. Cuidándote vos cuidás a todos. Quedate en casa”, decía el hoy tenebroso el slogan de Alberto Fernández en abril del 2020.

Para el consultor y politólogo Martin Ostolaza, “es una trompada más a la democracia”. “Incluso por primera vez votaron menos electores que en las Paso, eso es una novedad”, agregó.

“Es una alarma, pero no tenemos que quedarnos mirando y oír como sigue sonando. Debemos actuar ya. Es un mensaje de indiferencia hacia toda la política y que perjudica a todos los candidatos por igual”, agregó.

Para Ostolaza, está naciendo una categoría nueva, que es esta de la indiferencia. “Hay que ver si es una categoría que nace y tiene un año de duración, si tiene alguna regularidad en el futuro electoral de todo el país”, piensa.

Para Oscar Blando, un estudioso del derecho y experimentado en la logística electoral argentina, hoy enfrentamos a sociedades mucho más complejas, más heterogéneas y mucho más difícil de representar. “La esperanza de cambio con la democracia del 83 se fue desgastando. Obviamente tuvieron bastante que ver los gobiernos que tuvimos, pero también hay una ola que ataca a las representaciones políticas tradicionales”, agregó.

“Pasaron desencantos, pasaron erosiones a lo que se llama la democracia, y hoy la participación no es tanto en términos de pedirle al partido, a las instituciones, sino lo que algunos autores llaman la participación como poder negativo. Es decir, se expresa esa participación en la protesta, la movilización, las críticas por las redes sociales y por el abstencionismo electoral. Es decir, del pueblo elector se pasó a un pueblo juez, en realidad, que juzga al poder de una forma negativa, que censura más que aplaude, más que participa”, afirmó incluso antes de conocerse la poca participación de ayer.

Para el constitucionalista Blando, se puede entender la desazón, la apatía y la bronca. Incluso, se puede percibir que votar no cambia la vida de las personas y que “a menor participación política, se debilita la legitimidad”.

“Pero la consecuencia de no ir a votar es que van a elegir otros y a lo mejor otros que no representan mis intereses. Soy partidario de que la ciudadanía vaya y participe en las elecciones y en todas otras formas de participación política y pedirles a los gobiernos que incentiven la participación. ¿Los discursos electorales incentivan la participación electoral o por el contrario hacen que justamente no vayan? Estudiemos las campañas y sus mensajes y a veces desalientan votar. Discursos que no logran identificar al elector y eso podría restringir la participación”, agrega Blando.

El desprestigio de la política no nace de la nada. Es el resultado de años de promesas incumplidas, de dirigentes que viven en otra frecuencia, de debates que no rozan los problemas reales. La política se volvió un eco que rebota en las paredes del poder, pero no llega a la calle, ni al barrio, ni al corazón de quienes madrugan todos los días para sobrevivir.

¿Puede una democracia seguir funcionando con la mitad afuera? ¿Cuánto tiempo puede sostenerse una república si su gente le suelta la mano? La democracia no se defiende con discursos, sino con hechos. Y si no hay conexión real entre el Poder y los que viven el día a día, el voto se convierte en un gesto vacío. Y cuando el voto es vacío, la democracia también.