En otra. A una semana de la nueva contienda electoral en Santa Fe, la renovación del compromiso democrático se muestra apática. A pesar de la campaña promocional en la difusión de los cargos, las boletas y el sistema electoral, en definitiva, el por qué el próximo domingo nos toca volver a las urnas, la mayoría de la población está, claramente, en otra.

“Qué hay que votar” o, directamente, “a quién tengo que votar” son oraciones en el tiempo de la “otredad” política. El divague de una población que, salvo los sectores comprometidos con protagonizar los procesos, vuela alto y lejos de los cuartos oscuros y sus historias.

Los responsables del desánimo son todos, o, dicho de otro modo, es el sistema que acumula años de renovadas esperanzas empantanadas en los mismos problemas. Con la llegada de la “cultura Milei” a la democracia argentina, el valor del sistema democrático ha perdido peso en la credibilidad social. Un alto porcentaje de jóvenes y no tan jóvenes, no les importaría la llegada de un régimen no democrático si sus problemas son arreglados por la autoridad. 

Días antes de las elecciones generales del 2023, sin inocencia política, se había difundido un estudio donde más del 70 por ciento de las personas encuestadas no estaban satisfechas con la democracia. La “Bukelización de la política”, fue la lectura del estudio. Se trataba de la Tercera Encuesta de Cultura Constitucional, elaborada por la Facultad de Derecho de la Universidad Austral junto a Poliarquía Consultores y al Colegio de Abogados de la Ciudad de Buenos Aires.

Manuel García-Mansilla, Antonio María Hernández, Eduardo Fidanza y Daniel Zovatto en la presentación de la Tercera Encuesta de Cultura Constitucional, octubre de 2023.

Entre el tumulto y la decepción, muchos piensan que ir a votar es una carga que solo favorece al que está en esa rosca. Dentro del sistema hay luces y confort, fuera la oscuridad y el desánimo.

¿Ganó Milei y su combate contra la casta? Podría ser, en tiempos donde la desigualdad es la moneda fuerte de estas calles.

El gobierno argentino parece no entusiasmarse con la organización de la democracia. Se siente rehén de sus leyes, de su sistema de división de poderes y representación. Basta con releer a Alberto Benegas Lynch (h) que, además de ser influyente intelectual liberal para Milei, es el padre del baterista de rock y diputado nacional Bertie Benegas Lynch, para introducirse en una clase potente sobre la decepción.

Estamos en un régimen de cleptocracia, gobiernos de ladrones, de sueños, de vidas y de propiedades. Es cleptocracia porque lo que estamos observando en la Argentina en los últimos 80 años es la abolición de los derechos individuales. Eso es a contracorriente de lo que significa la democracia”, dijo en una de sus clases atesoradas por el archivo.

“Me parece muy importante revisar la idea de la democracia. Los demócratas de los números, ni siquiera de números entienden porque parten de dos ecuaciones falsas. Cincuenta por ciento más uno por ciento es igual a 100 por ciento y cincuenta por ciento menos uno por ciento es igual a cero por ciento”, agregó.

“No hay democracia sin demócratas”, había planteado en ese entonces Daniel Zovatto, director regional de Idea internacional. “Podemos constatar el malestar con las instituciones y la clase dirigente. Los sectores populares se volvieron escépticos de la democracia”, había señalado Eduardo Fidanza, director de Poliarquía Consultores, al tomar la palabra.

El estudio era reflejo del tsunami social que llevó a encumbrar a Javier Milei como presidente argentino. Entre la esperanza de algo nuevo y esa patada voladora que los luchadores de Titanes en el ring disparaban para derribar al rival. Ese domingo del 2023, claramente, el rival fue el sistema democrático.

El impacto de los resultados fue fuerte. A la mitad de los encuestados no le molestaría que un gobierno no democrático llegue al poder si resuelve los problemas de la gente. El cross a la mandíbula merodeaba un nocaut electoral que festejaron incluso los que había aprovechado de las cosechas de años de rosca y privilegios.

“Milei es la oportunidad para que la política y sus actores sepan que tienen que dejarse de joder”, había promovido en ese tiempo un multioperador con candidatos propios en varios partidos, pero con intereses empresarios únicos. El León había sido eso. Una cacerola grande, un piquete al sistema, la piña al muñeco con el rostro de Raúl Alfonsín.

Releyendo las crónicas del informe, aparecía de manera casual (¿?) analizando esos datos el decano de la facultad de derecho de la Universidad Austral de entonces, Manuel García Mansilla.

El disvalor de los partidos políticos, del Congreso argentino, los empresarios, los medios de comunicación, el Poder Judicial y los sindicatos, sobresalían en un ranking donde la mayor credibilidad, según la encuesta, la tenían las Universidades Públicas, las Fuerzas Armadas, la Iglesia y las Fuerzas de Seguridad.

Estamos en una situación de fragilidad ante un rebate autoritario. Si no encontramos soluciones democráticas a los problemas democráticos llegan atajos autoritarios”, había dicho Daniel Zovatto, de Idea.

La radiografía del estudio lleva dos años. Pero explicaba antes del suceso el porqué de la inquietud social de patear el tablero. Tal vez numero exagerados o maquillados por la necesidad electoral, pero sin duda un reflejo que aparece en cada elección: ¿Qué cambia mi voto. 

A casi dos años de la llegada de la motosierra al escritorio de la política, la respuesta en casi obvia. Lamentablemente.