Caminaba por los recodos del Vaticano en el final de la pandemia. Aun con barbijos, distancias y cuidados, husmeábamos tras los gestos argentinos en un Estado comandado por un criollo. Nos detuvimos en una enorme vitrina en un pasadizo entre salones. Apilados bajo un orden casual, el Papa y el fútbol. Camisetas, retratos, pelotas, botines y hasta una réplica de la Copa Libertadores, estampados en una pared como una huella digital del Jefe de ese Estado Espiritual. Como el dulce de leche, el truco y el bondi: la alegría popular del fútbol argentino.

A los 88 años, se apagó la voz de Jorge Mario Bergoglio. En la quiniela argentina, tan organizadora del azar, la malaria y el sueño de pegar una, al menos por la suerte, justo el 88 es el número del Papa. El primer Papa latinoamericano. El primero jesuita. El primero que eligió llamarse Francisco, en honor al santo que abrazó la pobreza y habló con los pájaros. Pero no fue solo un símbolo.

Reformó las finanzas del Vaticano, enfrentando con coraje a los intereses turbios que se anidaban en los pasillos de mármol. Abrió las puertas a una Iglesia más austera, menos obsesionada con el dogma, más enfocada en los que sufren. Luchó contra los abusos sexuales con gestos tardíos, pero firmes. Escuchó a las víctimas. Pidió perdón.

Francisco habló del cambio climático antes que los poderosos. En su encíclica Laudato Si’ gritó que la Tierra llora, y que no hay salvación individual en un mundo que se incendia. Tuvo la valentía de abrir el diálogo con el islam, con los judíos, con los que no creen. Dejó atrás la condena fácil a la comunidad LGTB+ y habló, con ternura y valentía, del derecho a ser amado.

Francisco hizo política con Evangelio en la mano. Denunció la “economía que mata”, visitó cárceles, se abrazó con migrantes, llamó “poetas sociales” a los trabajadores de la economía popular.

Tuvo enemigos, claro. En la curia, en los gobiernos, en los medios. Pero caminó con firmeza, como si lo guiara algo más grande que él.

Sus pasiones como Papa, se mezclan con el ideario Bergoglio. Ese hombre que desafió toda idea cruel.

1. El cura que viajaba en colectivo. 1990. En Buenos Aires, un obispo camina por Constitución entre vendedores ambulantes y olor a fritura. No se distingue del resto. Sube al 91, se sienta junto a una madre con su hijo dormido en brazos. Le pregunta si necesita algo. Anota en un papel la dirección de una parroquia donde puede encontrar ayuda. No da su nombre.

2. En la Villa 21-24. Frente a un altar improvisado en una cancha de tierra, Bergoglio escucha a un joven llorar mientras cuenta cómo mataron a su hermano por una disputa de droga. El cardenal le pone la mano en el hombro: “Yo no tengo respuestas. Pero si vos no bajás los brazos, yo tampoco”.

3. Choque con el poder político. 2004. En una misa por San Cayetano, lanza una frase que incomoda a todos: “Queremos pastores con olor a oveja, no funcionarios del altar”. La prensa le dedica titulares. En la Casa Rosada lo critican por meterse donde “no debe”. Él guarda silencio. Al domingo siguiente repite la frase. Más fuerte.

4. El lavado de pies en la cárcel. Jueves Santo, 2001. Decide no hacer la ceremonia en la catedral. Se va a Devoto. Lava los pies a doce presos. Uno de ellos, con lágrimas, le dice: “Hace veinte años que nadie me toca con respeto”. Bergoglio lo mira a los ojos y le responde: “Vos sos Cristo hoy”.

5. “Recen por mí” desde el balcón del Vaticano. 13 de marzo de 2013. La plaza vibra. El nuevo Papa no alza los brazos. No sonríe con soberbia. Pide, antes que nada, que recen por él. Esa humildad desconcierta, emociona, inaugura un tiempo nuevo. No es un Papa de mármol: es uno de carne.

6. Encuentro con los cartoneros en Roma. 2016. Recibe a un grupo de recicladores argentinos en Santa Marta. Les sirve café con sus propias manos. “Ustedes no viven de las migas: ustedes hacen lo que nadie se anima a hacer. Son profetas del descarte”. Uno de ellos llora. Otro le regala una medalla de la Virgen que encontró en la basura.

7. Confrontación con el kirchnerismo. Mayo de 2012. En el salón Adrogué del Arzobispado de Buenos Aires, Bergoglio recibe a un emisario oficial de la Presidencia. Le transmiten “una sugerencia amistosa” de alinearse con la campaña en favor de la ley de medios. El cardenal interrumpe: “La Iglesia no es un apéndice del Estado.” El emisario palidece; Bergoglio insiste: “No me pida que deje de ser pastor para convertirme en juez político.” La tensión se huele en los bancos de caoba.

8. Audiencia con Javier Milei. 15 de febrero de 2024. Un domingo por la mañana, en la Casa Santa Marta suena el teléfono: “Soy Javier Milei.” El Papa toma la llamada con calma. El economista le expone su plan de “revolución liberal”. Francisco escucha y responde sin alzar el tono: “El mercado debe estar al servicio de la persona, no al revés.” Entre el click de la línea y el silencio, el libertario reconoce que aquel anciano que habla de “economía al servicio de los pobres” no es un pontífice común.

9. Enfrentando los abusos sexuales en la Iglesia. 21 de febrero de 2019. Sala Clementina, Vaticano. Ante un grupo de víctimas convocadas por él mismo, el Papa baja la mirada y dice: “Sé que las palabras no reparan el daño. Pero si no pedimos perdón y asumimos nuestra culpa, no hay sanación". Una sobreviviente le coloca en las manos un crucifijo con inscripción: “Para que nunca más.” Francisco lo toma, lo besa, y promete medidas concretas: tribunales laicos, protocolos rígidos, tolerancia cero.

10. “¿Quién soy yo para juzgar?”. 3 de octubre de 2013. Pasillo del Palacio Apostólico. Periodistas se agolpan tras una puerta entornada. Al abrirse, ven al Papa rodeado de obispos, y dice en voz alta: “Si una persona es gay y busca a Dios, ¿quién soy yo para juzgarla?” El silencio estalla en murmullos; fuera, la frase se convierte en himno para muchos. Un joven trans, frente a la ventana, se anima por primera vez a entrar a misa.

11. Laudato si' y la defensa del planeta. 18 de junio de 2019. Estadio Manaos, Amazonía brasileña. Francisco, con sotana liviana, se acerca a la tribuna de piedra y, ante representantes indígenas y científicos, proclama: “No podemos seguir destruyendo la casa común". Alza la encíclica Laudato si’ y deja caer sus páginas al viento como pétalos. El estruendo de tambores acompaña su llamado al cuidado del agua, la selva y los más vulnerables al cambio climático.

El final de Francisco puede ser también el inicio de un nuevo tiempo. Su legado imprimirá desafíos. El tiempo, que todo lo pule, lo convertirá en cifra, en página, en pregunta. Y quizás un día, en un banco de una plaza cualquiera, alguien susurre su nombre como si nombrara una forma posible de la bondad.