Tras una sesión de entrenamiento, la ropa suele quedar transpirada al menos un poco. Ante ello, los expertos alertan sobre la mala idea que esto puede implicar. Más allá del mal olor o la sensación pegajosa, esta costumbre aumenta el riesgo de infecciones y problemas en la piel.

Cambiarse la ropa transpirada
Cuando la ropa se empapa de transpiración, se convierte en un ambiente ideal para bacterias y hongos. Esto puede provocar irritaciones, granitos, hongos en los pliegues y hasta infecciones más serias si no se limpia y seca la piel a tiempo. Además, la humedad constante puede dañar la barrera natural de la piel, dejándola más sensible.
Por otro lado, quedarse con la ropa mojada también aumenta el riesgo de resfriarse, sobre todo si el cuerpo se enfría rápido tras el esfuerzo físico. Pasar mucho tiempo con las prendas húmedas favorece los cambios bruscos de temperatura, lo que puede afectar al sistema inmunológico.

La recomendación es simple: al terminar de entrenar, lo ideal es darse una ducha (aguardando unos minutos para que el cuerpo se logre enfriar) o, si no se puede de inmediato, al menos cambiarse la ropa transpirada por prendas secas. De esta manera se evita la proliferación de bacterias, se protege la piel y se cuida la salud general.