Dos campañas completamente diferentes. El gobierno nacional apostó a la big data, a las bases de datos de Ansés, a la microsegmentación y la comunicación vía redes sociales frente a un peronismo que lo único que no perdió fueron las otras redes sociales, las de carne y hueso. Las del territorio. Y que amplificó su voz por vías más tradicionales: la radio, la televisión, los medios de siempre. 

Alberto Fernández habló con diarios, radios, canales. A todos les dio entrevistas. Contestó preguntas de periodistas amigos y opositores. Macri no. Se cerró sobre sí mismo y compró el discurso de los supuestos gurúes de la nueva comunicación política. Cada acto fue un puesta en escena que solo buscó generar una foto para buscar en las redes. Un hashtag. Para el resto, estaban los trolls.

El oficialismo apostó a una campaña digital que se sostenía en una paridad inexistente apoyada en sensaciones de clase y encuestas a medida. Todo ello con un punto geográfico que nada tiene que ver con el resto de la Argentina que es la ciudad de Buenos Aires, distrito en donde el oficialismo se impuso en su versión local y presidencial. 

¿Por qué sucedió esto? Difícil saberlo con seguridad pero una posibilidad verosímil es la desconexión del ciudadano capitalino (que incluye comunicadores, empresarios, círculo rojo y personas de a pié) con el bonaerense y los hombres y mujeres de las otras 22 provincias que forman Argentina. El ciudadano de CABA es más cercano en sus consumos culturales y materiales a un neoyorkino, un berlinés o un parisino; lejos está de un santiagueño, un patagónico o un jujeño. 

Una campaña basada en big data y redes sociales puede tener efectos positivos pero solo en un escenario de mínimo equilibrio entre las fuerzas en pugna. Al menos en un escenario como el argentino en donde el analfabetismo digital supera al de cualquier nación desarrollada y las redes sociales aún efectivas tienen que ver con el contacto cara a cara en el territorio. El gobierno nacional planteó una campaña para un ciudadano promedio como el norteamericano y el europeo, porque esa es la visión que irradia CABA para la cosmovisión de país que tienen hombres como Marcos Peña, la dirigencia de Cambiemos con Macri a la cabeza y el círculo rojo. La subestimación de clase natural que emana esa dirigencia de clase acomodada, formada en colegios como el Cardenal Newman y universidades como la Austral y la UCA, difícilmente entienda la raigambre plebeya del soberano al que intentó representar con promesas incumplidas desde el preciso momento en que asumió el poder por la vía del voto popular.

Twitter puede ser determinante para un país con un presidente como Donald Trump pero para uno como Argentina solo representa una aldea de alta intensidad a la que vamos a parar personas hiperinformadas, trolls y bots de campaña que no entonan en nada con el laburante de a pie. Ese que dice: “Gane quien gane mañana me tengo que levantar a laburar igual”, como supo definir el periodista Martín Rodríguez”.

El trabajador, el integrante de la clase media que ahora le dio la espalda al gobierno, siguió todo por televisión, incluso los resultados que sufrieron este domingo los que creían que todo se resolvía con imponer la agenda desde las redes sociales.