Eso que inunda ciudades y pueblos cuando el cielo suelta lluvias cada vez más furiosas, no es solo agua. Son también los nutrientes que los campos no retienen y que la correntada arrastra aguas abajo. Es la riqueza interna y compleja de un ecosistema que se vacía. Una tierra que perdió la memoria, que antes sí sabía cómo absorber las precipitaciones que hoy se escurren como si el piso fuera cemento. Pero no es una amnesia casual, es un deterioro en cantidad y en calidad que acumula varias décadas por las formas de producción (de explotación). Si bien ya se notan algunos efectos (cerca de dos tercios del fósforo y de la materia orgánica faltan en el sur de Santa Fe), la situación se puede agravar si no se modifican las pautas básicas y una conciencia del hacer.
De cara al Día de la Conservación del Suelo, este 7 de julio, tres investigadores de la Universidad Nacional de Rosario (UNR) hicieron una triple presentación para explicar por qué no hay porvenir sin revertir la erosión que se da, de forma muy marcada, en esta región pampeana. En un esquema de pasado, presente y futuro, desarrollaron una "trazabilidad" de la problemática: qué fue lo que pasó, cuál es el escenario actual y qué medidas o acciones se deberían tomar para que la provincia no devenga en una maceta de polvo inerte.
Aunque el lenguaje técnico, las planillas llenas de datos y los gráficos complejos puedan dar la impresión de que es un debate para especialistas, la degradación compromete desde el negocio de la agricultura que es motor de la economía (y de los dólares que un país espera sediento), hasta la nutrición y salud de las personas.
La vida mecanizada, la tecnología y las ciudades nos alejaron de ese saber que antes era natural: los alimentos provienen de la tierra. De un ecosistema que no puede pensarse como un insumo fijo, algo que está ahí y no se agotará. Esos conceptos fueron desarrollados por ingenieros agrónomos que estudian una decadencia que se agravó en las últimas décadas. Con el cambio climático que acelera los fenómenos y los hace más extremos, se volvió urgente actuar.
Algunas claves compartidas: no se puede planificar la producción y la protección por lotes, sino que debe hacerse por regiones o cuencas. Algo similar planteó el responsable del Ordenamiento Territorial de Santa Fe, Pablo Barese, en diálogo con Rosario3 (ver más acá). Tampoco se trata de cambiar solo una faceta del sistema o una herramienta (por ejemplo, la siembra directa). Incluso producir sin agroquímicos (las variantes de la agroecología, que este medio abordó con varias crónicas, una de ellas en Zavalla) sería una solución total a este problema, porque los cambios deben ser estructurales. ¿Cómo y por qué?, es lo que sigue.
Pasado: el siglo perdido
Fernando Martínez abrió la primera charla de la jornada en la Facultad de Ciencias Agrarias (UNR), en Zavalla. Visibilizar lo valioso de la tierra para luego describir la gravedad de perder su riqueza, fue su objetivo. Y para eso, hizo historia (algo vital en un presente que anula la complejidad y se pretende resolver todo con una motosierra).
En 1963, Argentina decretó el Día Nacional de la Conservación del Suelo el 7 de julio. "No hemos avanzado lo que deberíamos. Fue un cruel fracaso", dijo Martínez sobre aquella idea. La búsqueda es evitar dos tipos de deterioros, explicó el ingeniero agrónomo. Por cantidad, es la erosión, y por calidad, se conoce como degradación.
La erosión es la pérdida de superficie que se lleva el agua por tormentas o por pendientes o por malas prácticas, entre otros factores. Los habitantes de áreas urbanas padecen muchas veces las zanjas que abren los productores o dueños de campos para desagotar zonas anegadas. En medio de esos problemas, lo que se escurre también por esos arroyos clandestinos son toneladas de sedimentos.
Martínez dijo que hace unas décadas el máximo de lluvias por 24 horas en la zona era de 120 milímetros y ahora esos registros subieron a 250 y 300 milímetros. En la inundación de Vera, fueron 405 milímetros en siete horas. “El cambio climático empuja para arriba la facultad erosiva”, resumió.
También hay erosión por las pendientes y por eso son necesarias las terrazas (plataformas escalonadas). Solo el 4,5% del millón de hectáreas con caída en la región están sistematizadas con esas soluciones. “Apenas 45 mil hectáreas, una vergüenza”, aseguró y mostró un mapa de Santa Fe con cinco tipos distintos de suelos que se trabajan como si fueran todo lo mismo.
Hay otros factores que se suman, como malas prácticas o ausencia de coberturas (el monocultivo, obviar las siembras de servicio o eliminar las llamadas “malezas” con agroquímicos, por ejemplo).
Ese punto, el sistema de Explotación agropecuaria (EAP), influye en la degradación. Se mide y analiza con estudios de laboratorios y con un “perfil cultural”, que significa ver las capas de la tierra, “horizontes”, desde dentro de un pozo, “calicata”. La facultad tiene un espacio de ese tipo en el predio del Parque Villarino que fue mostrado en la jornada.

Aunque el término correcto debería ser “utilización del suelo”, la agricultura actual lo explota. Es un modelo extractivista que no repone todos los nutrientes (apenas el 20% de lo que cosecha) ni el agua que extrae, como si fuese la minería. Eso que no se contempla, que no existe en los cálculos de rindes y de rentabilidad, son “costos ocultos”
El ingeniero agrónomo aportó ejemplos de esa “aberración contable”: las toneladas de nutrientes que se lleva un buque cerealero, el casi 60% de materia orgánica y el 77% de fósforo perdidos en un siglo en el sur de Santa Fe (ver los datos y gráficos aparte).
Al despreciar la biota, no aplicar técnicas de prevención y control de erosión hídrica, el terrenos se compacta por dentro. Las raíces no tienen espacio, la porosidad que facilita el drenaje se bloquea, la superficie se encharca o se escurre. “¿A dónde se va el suelo pampeano? Está rellenando el Delta de Buenos Aires”, afirmó.
La erosión es irreversible. Lo que se fue, se fue. Pero la degradación permite una recuperación y ese debe ser un eje. “Sin suelo fértil, no hay futuro”, cerró.
Presente: el escurrimiento y las tranqueras flotantes
Sergio Montico profundizó un concepto: “Alrededor de dos tercios de los suelos del país presentan distintos tipos de degradación”. Y, dentro de ese promedio nacional, los productores de Santa Fe están entre los que peores notas obtienen.
La diagramación de la planificación y las siembras por lotes y no por regiones genera una desvinculación con la cuenca que suele ser explosiva. Los campos con mala estructura juntan agua que drenan por zanjas y cursos irregulares. El resultado se vio de forma trágica en Cañada de Gómez en el año 2000 y más acá en el tiempo en Sandford, Pueblo Esther, Arroyo Monje, entre otros.
El contexto no ayuda: el péndulo entre la Niña y el Niño genera tránsitos desde sequías históricas a lluvias que son convectivas, por celdas. Los promedios no explican la complejidad y vulnerabilidad. Caen muchos milímetros en un punto y a pocos kilómetros, nada. O hay escasas precipitaciones durante un largo período hasta que un fenómeno extremo eleva el registro de golpe.
“Llueve lo mismo en menos tiempo pero de forma torrencial y con suelos compactados, que es un grave problema que tenemos”, reforzó el profesor e ingeniero agrónomo.
“El 42% de las 13 millones de hectáreas de Santa Fe tiene procesos erosivos manifiestos”, precisó y reflejó ese fenómeno con una imagen satelital de fondo: el agua con sedimentos cayendo de norte a sur, hacia el embudo del río De La Plata.
Los 66 mil kilómetros de caminos rurales en la provincia funcionan como parte de la red de escurrimiento. Por allí se va cerca de un centímetro de espesor de los campos por año y se dilapida agua dulce (ver más aparte).
Los senderos también se hunden. Montico mostró tranqueras inaccesibles por el desfase de alturas o alcantarillas colgantes que ya no tienen utilidad por la erosión.
“No somos eficientes, no somos buenos en esto”, resumió el agrónomo. Y pese a eso, solo el 20% de los productores hacen diagnósticos y estudios de lo que les ocurre. “Es como no ir al médico”, comparó. Sacó cuentas: el costo de sistematizar y proteger la tierra es menor de lo que se dilapida. “Ni siquiera es negocio degradar el suelo”, afirmó.
Futuro: el conocimiento y la conciencia
En las dos primeras ponencias, la contaminación por agroquímicos fue mencionada pero no ocupó un lugar central. Ante la consulta de Rosario3, Montico explicó que la presencia de tóxicos en territorios y cursos de agua es un tema grave y “difícil de medir” en términos generales.
Es un factor presente pero más bien “intangible” y el eje de la jornada era aportar datos recabados en estos años. El profesor afirmó que hacen estudios sobre ese impacto pero a “cuentagotas” por carencia de recursos, más ahora por el ajuste del Gobierno nacional. Existen “hallazgos que sorprenden”, dijo, aunque sería necesario acumular trabajos que permitan cuantificar ese daño, agregó.
La tercera charla, de Mario Monti, se enfocó en los desafíos. Trazó un mundo con conflictos crecientes (desde Rusia-Ucrania a Medio Oriente), mercados inestables, aumento de la temperatura global y pérdida de la biodiversidad.
Si el marco global puede ejercer presión sobre América Latina para una mayor demanda de alimentos, el contexto nacional no acompaña. La gestión libertaria de Javier Milei desfinanció las universidades, la ciencia y la tecnología. La solución al deterioro no es un commodity que se adquiere en el mercado. “No es algo que se compra, se tiene que hacer a partir del conocimiento”, dijo el ingeniero agrónomo.
“Este no es un tema de los privados sino del Estado, de soberanía”, afirmó. Pero, aclaró, según la Constitución nacional, los recursos naturales dependen de las provincias (artículo 124) y, al mismo tiempo, la Constitución santafesina promueve “la explotación racional de las tierras” (artículo 28).
El desafío es doble: contar con las políticas y la plata para poder avanzar. El primer ejemplo de la línea de tiempo que analizó no fue el mejor. En 1986, se creó por decreto la Comisión Provincial de Suelos (CPS). Cuatro décadas después, en 2025, se convocó a ese ente para ponerlo en marcha.
Existen otras leyes vigentes y un observatorio que empezó a recopilar información de la salud subterránea. La desconfianza por lo (no) hecho en el pasado obliga a seguir ese proceso de cerca.
¿El futuro no son los drones y la inteligencia artificial aplicada a la producción? “Esas son herramientas, lo importante es la conciencia del hombre para aplicarla, y eso es la agronomía. Una agronomía que hasta ahora no está dando buenos resultados y el recurso se está degradando”, señaló.
“Trabajar en la conservación es un imperativo ético”, definió y propuso pensar al porvenir como “una construcción colectiva de trabajo y decisiones concientes”.