El juego por el control del Ártico apenas comienza y Groenlandia está en el centro de la partida. La visita este viernes del vicepresidente de Estados Unidos, JD Vance, en compañía de una delegación de altos funcionarios, busca poner sobre la mesa una cuestión que obsesiona al presidente Donald Trump: la importancia estratégica de la isla. Ubicada en el Ártico, es un punto clave en la geopolítica global. Con solo 57 mil habitantes, ha sido parte de Dinamarca por 600 años y es miembro fundador de la Otan. La clave del interés se acrecienta debido al aumento de la actividad de China y Rusia en la región. 

Pero ¿hay algo más detrás de esta “ofensiva” de la administración trumpista? ¿Por qué se insiste tanto en aumentar la influencia sobre la isla? 

Para empezar la visita norteamericana no fue bien recibida por nadie: ni por Dinamarca ni por los habitantes de la isla. No cayeron bien las insinuaciones de Trump sobre llevar a cabo una acción militar en la isla. Tampoco los dichos del vicepresidente ante las tropas estadounidenses instaladas en su base militar de Pituffik. Expresó que Dinamarca no hizo un buen trabajo para garantizar la seguridad de la isla. Y agregó: “Pensamos que los habitantes de Groenlandia son racionales y que vamos a llegar a un acuerdo al estilo de Donald Trump para garantizar la seguridad de ese territorio y también la de Estados Unidos”. 

JD Vance, en la base militar estadounidense de Pituffik. (Reuters/Jim Watson)

Tal vez tratando de calmar un poco las aguas, JD Vance afirmó que no cree que “la fuerza militar” vaya a ser “necesaria” para alcanzar sus objetivos con este territorio. De todas maneras, todo es visto como una provocación. Antes de la visita norteamericana, la primera ministra danesa, Mette Frederiksen, acusó al país de ejercer una “presión inaceptable” al visitar Groenlandia sin invitación. En tanto, el nuevo primer ministro de la isla, Jens Frederik Nielsen, anunció el viernes un acuerdo para formar un gobierno cuatripartito “para enfrentar la fuerte presión”. Y declaró que “venir de visita cuando no hay gobierno establecido no se considera una señal de respeto hacia un aliado”. 

La primera ministra de Dinamarca, Mette Frederiksen, en una imagen de archivo. (Efe)

La Segunda Guerra Mundial marcó un punto de inflexión para Groenlandia.  Se distanció de Dinamarca tanto social como económicamente, fortaleciendo su vínculo con Estados Unidos y Canadá. Terminado el conflicto, el país danés retomó su autoridad sobre la isla dejando atrás su estatus colonial. En 1979 los groelandeses adquieren autonomía, aunque siguen siendo parte del Reino de Dinamarca, que ha reconocido su derecho a la independencia en el momento que estos elijan. La isla no integra la Unión Europea, ya que en 1985 decidió abandonar la Comunidad Económica y actualmente goza de un estatus de “estado asociado”. 

El interés más insistente de Estados Unidos por Groenlandia se inicia en 1946. El entonces presidente Harry Truman ofreció comprar la isla a Dinamarca por 100 millones de dólares en oro. Si bien Copenhague rechazó la oferta, permitió que el país mantuviera una presencia militar en el territorio. Desde entonces, la influencia estadounidense ha crecido, aunque siempre dentro del marco de la soberanía danesa. Durante la Guerra Fría, Groenlandia se convirtió en un enclave estratégico para Washington, dada su ubicación entre América del Norte y Europa, así como su proximidad a la Unión Soviética. 

Jens Frederik Nielsen, anunció el viernes un acuerdo para formar un gobierno cuatripartito “para enfrentar la fuerte presión”.

En 1951, Dinamarca y Estados Unidos firmaron un acuerdo de defensa que formalizó la presencia militar estadounidense en la isla, consolidada con la construcción de la Base Aérea de Thule, la instalación más septentrional de su Fuerza Aérea, hoy conocida como base de Pituffik. Esta desempeñó un papel crucial en la estrategia de disuasión nuclear y en el sistema de alerta temprana contra ataques soviéticos. Con el fin de la Guerra Fría, la importancia militar de Groenlandia disminuyó parcialmente. Aunque en los últimos años ha resurgido por varias cuestiones: el cambio climático, los recursos naturales, el florecimiento de tensiones con Rusia y la creciente presencia de China en el Ártico.

Protesta en la embajada de Estados Unidos en Copenhague, Dinamarca (Efe).

El deshielo acelerado por el cambio climático ha abierto nuevas rutas de navegación en el Polo Norte, lo que ha convertido a la isla en un punto estratégico para el comercio y la seguridad marítima. Además, el acceso a recursos naturales claves ha reavivado el interés en Groenlandia. Hace ya varios años que Pekín ha comenzado a invertir en infraestructura en la isla, buscando acceso a sus vastos valiosos minerales de tierras raras necesarios para las telecomunicaciones. A ellos se suma uranio, petróleo sin explotar y un vasto suministro de gas natural que solía ser inaccesible pero ya no tanto. Por su parte, Moscú, ha reforzado su presencia militar en la región, desplegando submarinos y desarrollando nuevas bases.

En 2019, durante su primer gobierno, Donald Trump sorprendió al mundo al sugerir que Estados Unidos debía comprar Groenlandia, describiéndola como una inversión inmobiliaria estratégica. La propuesta fue rechazada de inmediato por Dinamarca y ridiculizada en muchos sectores. Pero lejos de abandonar la idea, su administración ha intensificado su presión sobre la isla en su segundo mandato. En 2020, ha abierto un consulado en Nuuk, la capital. Esto es parte de una estrategia para contrarrestar la influencia de otros actores globales ya que Washington no está dispuesto a dejar la isla bajo el control exclusivo de Dinamarca. 

Fotografía de archivo de Groenlandia (Efe)

Lo cierto es que a pesar del fuerte rechazo danés a las aspiraciones estadounidenses, el gobierno de Groenlandia se encuentra en una posición delicada. La isla ha ido ganando autonomía en los últimos años y muchos groenlandeses aspiran a independizarse de Dinamarca en un futuro no muy lejano. Washington ve en esta posibilidad una oportunidad: si logra la independencia, podría convertirse en un aliado clave e incluso, en el largo plazo, en parte de su territorio. La pregunta es si la población aceptará este escenario. Hasta ahora, la mayoría de los groenlandeses se han mostrado reacios. Sin embargo, la presión económica y geopolítica podría cambiar el rumbo de los acontecimientos.

Es claro que para la administración Trump, la isla es una pieza clave en el tablero global, un bastión fundamental en la competencia con Rusia y China. A medida que el deshielo avance y las tensiones geopolíticas se intensifiquen, el país se volverá aún más valioso. El gigante blanco ha dejado de ser solo una isla remota cubierta de hielo. Es el epicentro de una lucha silenciosa entre potencias que se disputan su futuro. En Groenlandia, el hielo retrocede, pero la ambición avanza. La clave estará en que quien la controle poseerá una enorme ventaja en el nuevo orden global.