Si habría que hacer un dibujo o escribir una sola palabra que resuma el cambio inmenso que generó la irrupción del coronavirus en el mundo, muchos apelarían al barbijo. En Argentina y también en Rosario, se impuso por normativa y la población debió incorporarlo a la vida diaria. Lejos de tratarse meramente de una protección sanitaria, se integró a la indumentaria –grandes firmas internacionales crearon el suyo propio–, convirtiéndose en una pieza de identificación – a pesar de la evidente resistencia que genera su uso– que habla también (paradójicamente) de una crisis económica agudizada por la pandemia en los cientos de personas que se lanzaron a fabricarlos y venderlos, sobre todo en la calle de forma ambulante, de la misma manera que otros comercializan medias o biromes.

“Puede considerarse un símbolo. Es una síntesis de la pandemia” aseveró sobre el barbijo, María Laura Carrascal, profesora titular de Introducción a las Artes de la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario (UNR), investigadora y curadora. “Me parece que tiene un anclaje socioeconómico y cultural, en relación a las elecciones que uno hace respecto a que si son piezas de diseño o certificadas por organismos públicos, también en relación a la cantidad y disponibilidad de modelos”, consideró en diálogo con Rosario3 y planteó: “Tiene un sentido identificatorio como puede suceder con las remeras. En muchos casos se convierte en una pieza de comunicación ya sea de gustos musicales, culturales en general, de cuadros de fútbol que quizás son los más populares. Y más allá de esos mensajes más específicos hay otros elementos de comunicación que son más indescifrables que tiene que ver con la atención que una persona le pone a ese barbijo respecto a la combinación de texturas o colores respecto de la imagen en general”.

Ese maldito barbijo

 

Araceli Colombo, es licenciada en Comunicación Social y docente de la Universidad Nacional de Rosario (UNR). Consultada sobre el impacto del tapabocas, manifestó: “El barbijo instaló modas, looks y estilos de vida. El barbijo representa clases y competencias sociales. El barbijo es el regalo más comprado para estas fiestas y el accesorio que termina de completar la combinación de nuestro estilo y de lo que queremos mostrar”.

Y sumó al respecto: “Vimos diseñadores y artistas confeccionar los barbijos más exóticos y extravagantes y a los profesionales de la salud con los más simples y seguros. Es como si el barbijo que usamos  determina de alguna manera nuestro grado de compromiso con esta enfermedad o simplemente como podemos afrontar “la incertidumbre” que genera vivir una pandemia. Creo –completó – que el “mundo barbijo recién está abriendo sus puertas  al mundo de la moda, del comercio, de lo artesanal y del cuidado”.

La productora radial también mencionó el “maldito barbijo”, al sostener que “se convirtió en un espacio de publicidad de nuestra empresa, de la marca de un amigo que queremos dar a conocer, del club que nos representa o de un partido político. Que barbijo elegimos dice mucho de nosotros mismos, puede dar pie a una charla o a una discusión”, advirtió.

Fue furor

 

Carrascal, quien también es miembro de la Asociación Argentina de Críticos de Arte, consideró que la incorporación del tapabocas como parte de la indumentaria no tiene comparación histórica. “No hay otra pieza que pueda dar cuenta ni de la velocidad en la que se incorporó y ni de la extensión a la que llegó”, sostuvo y recordó, a modo de ejemplo, una transmisión cultural curiosa: “Las famosas máscaras con forma de pájaros que usaban los médicos durante la peste negra y que en ese espacio del pico se ponían hierbas aromáticas que de alguna manera neutralizaban los olores pestilentes de los cuerpos pudriéndose, es algo que uno después puede encontrar vigente en los carnavales de Venecia”.

Sin embargo, a pesar de su uso masivo, promovido por la imposición de los Estados, se puede advertir en Rosario una distensión. Agustina Bertero es diseñadora de moda y en el marco de la pandemia encontró en los cubrebocas una salida laboral: comenzó a vender unos ejemplares que fabricaba una amiga a través de Facebook. “La gente te pide la estampa que quiere, son de dos capas, la interior de friselina y la exterior de silver que es tela impermeable. Lo testeamos con un desodorante”, explicó.

A 200 pesos los infantiles y 250 los de adultos, son barbijos “lavables y reutilizables”, incluso las tiras para sujetarlo son de algodón a fin de que no lastimen las orejas. De acuerdo a lo que contó, además recibieron pedidos de empresas y hasta fabricaron uno con lentejuelas, especial para eventos nocturnos. Pero la venta disminuyó completamente: “Mayo y junio fue furor, ahora mermó la cantidad”, subrayó. Quizás, muchos ya hayan comprado en cantidad suficiente o bien, haya aumentado la oferta de los mismos considerablemente, lo cierto es que su uso está atado a una pregunta: ¿hasta cuándo?

“Hay varias hipótesis, pero yo creo que no quedará en uso, no en nuestro país donde el contacto físico está muy instalado, acá mujeres y hombres nos saludamos con un beso sin conocernos”, manifestó Carrascal. “Ahora que se han relajado demasiado las medidas en la calle, ves gran cantidad de personas sin barbijos, a diferencia de quienes dicen que va a quedar, yo creo que en la medida que estemos vacunados y a pesar de que está comprobado que limita el contagio, se va a dejar de usar rápidamente”.

“Hoy  usamos el barbijo pero no me atrevo a asegurar que lo tenemos incorporado”, observó Colombo, en la misma sintonía. “Somos muchos los que  hacemos una cuadra y nos damos cuenta por la mirada violenta de los otros  que estamos en infracción. Aunque en nuestro perchero sobren los barbijos. Hay una resistencia que intenta rescatar aquel rostro de libertad”, analizó.

“Fue un año sin tantas gripes, casi sin dolores de garganta, con algunas dermatitis y mucho perfilados de cejas y lifting de pestañas. Fue el  año en  que la mirada se convirtió en todo lo que queremos resaltar. La mirada fue nuestra la mejor arma de seducción, de comunicación y expresión”, continuó y concluyó: “Me gustar  imaginarme el momento en que extrañemos no usar barbijo, pero no sé si eso va a ocurrir. Mientras tanto me seduce pensar que nuestros ojos son protagonistas”.