“Adolescencia” es sin dudas la serie del momento. Pero no parece ser una de esas producciones livianitas y efectistas que, por el misterio del boca en boca, viven un instante de gloria y luego quedan sepultadas por nuevas apariciones de la fábrica del entretenimiento: esta, que se encuentra vigente en el catálogo de Netflix, tiene pinta de perdurable porque se trata de una marca de época, una pintura que expresa con contundencia el modo en que millones de familias en el mundo atraviesan la adolescencia de sus hijos, y que se ven fielmente representadas en la angustia y la incomodidad que emanan los cuatro capítulos de esta miniserie británica.

A modo de síntesis muy apretada, a Jamie lo acusan de haber asesinado a una compañerita de curso y en los primeros minutos uno supone que se meterá de lleno en un policial hecho y derecho, pero nada que ver: con la misma violencia con la que los policías allanan la casa de la familia Miller, los autores se introducen en nuestras creencias y las interpelan de un modo brutal, generando más preguntas que respuestas y provocando ese profundo desasosiego que a todos nos invadió tras la escena final, en la que el papá de Jamie se tira en la cama de su hijo y llora abrazado a su osito de peluche.

Son muchas las preguntas que quedan rondando en la cabeza de padres de adolescentes y pre adolescentes después del “FIN”: ‘¿Estamos haciendo las cosas bien? ¿Qué hacen cuando pasan tantas horas en su cuarto, conectados a Internet? ¿Nos cuenta todo lo que le pasa? ¿Qué demonios que no detectamos los acechan? ¿A nosotros también nos puede pasar?’. Y así, hasta llenar una hoja. Esas horas que dura “Adolescencia” son suficientes para entender que el machismo, los mandatos paternos, el bullying y la sexualidad incipiente pueden ser un combo explosivo en la psiquis de estas personitas que están en pleno cambio y que una de las claves para descomprimirlo es la comunicación intra familiar.

Una mirada desde la psicología

Sara Zusman de Arbizer es médica psicoanalista, miembro titular en función didáctica de la Asociación Psicoanalítica Argentina y especialista en niños, adolescentes y familias. La doctora vio la serie y sugirió verla en familia para poder analizar en casa temas que interpelan de lleno a todos sus integrantes.

“La serie se basa en las cosas que suceden en el mundo de los adolescentes y que los adultos no comprendemos, porque las adolescencias van cambiando en el curso de las generaciones. Los padres de los chicos de hoy tuvieron otra adolescencia, cuando no había redes sociales, aunque el bullying en realidad siempre existió. El tema es que a veces es difícil decodificarlo”, inició la charla en Punto Medio (Radio 2).

Según la especialista, “los adolescentes que sufren bullying sienten ira, desesperación, depresión, todo junto. Y puede pasar, en los casos más extremos como el de Jamie, que todo desencadene en un asesinato o en un suicidio. Al adolescente muchas veces le resulta difícil transmitir con palabras lo que le pasa: ellos tienen un lenguaje de acción. Así como los chicos a veces no pueden hablar y juegan y los adultos sí tienen más posibilidades de expresarse, los adolescentes y pre adolescentes tiene esta característica. Están en un lugar intermedio, en la que la infancia no quedó tan atrás. Y aunque quieren dar la imagen de adultos, no es así: de hecho, eso queda demostrado en la escena en la que Jamie se hace pis encima cuando entra la policía”.

“Para el chico de esta edad, lo que piensan de él sus compañeros ya es más importante que el vínculo con los padres. Que los compañeros lo rechacen, que le hagan bullying, le pongan sobrenombres y todo eso, genera un una herida tan terrible que lo hace muy vulnerable. No quiere decir que todos los chicos a los que les pasa a esto salgan a matar, pero sí que como mínimo les generará heridas que serán difíciles de sanar”, añadió.

Jamie Miller, el pre adolescente que protagoniza la serie.

La importancia de tener una buena comunicación

Uno de los caminos directos a lo más profundo del sufrimiento de jovencitos como Jamie es la comunicación. Su papá nunca se dio por enterado del dolor que su desprecio por no haber sido futbolista o boxeador le generó; su mamá jamás supuso que en sus horas frente a la compu se desangraba por el bullying que Katie (la víctima) y otros compañeros de colegio le propinaban. Ni que hervía en sus adentros el deseo irrazonable de asesinarla. Ellos, en cambio, creían que en su cuarto y conectado a Internet estaba a salvo: nunca imaginaron los monstruos que lo acechaban.

“La comunicación con nuestros hijos es fundamental, pero no se establece en el mismo momento de la adolescencia: la comunicación tiene que empezar desde muy temprana edad. Al principio es a través del juego: un padre que, por más cansado que está, se tira al piso a jugar con ellos, que les pregunta cómo les fue en el colegio, que conoce a sus amigos, que participa de sus cosas, al que le interesen sus cosas, es un padre que establecerá las bases de la comunicación posterior”, dice la doctora Zusman.

“Es verdad que a veces los padres están muy ocupados con problemas del trabajo, problemas de dinero, problemas de un montón de cosas, pero tener un espacio en el que compartan tiempo juntos es fundamental para comunicarse durante toda la vida”, agregó.

También se refirió a la dificultad de descifrar el bullying ante el cambio de códigos a través del que se produce: “Hay un submundo que uno desconoce por completo: emoticones, palabras. De hecho, en la serie misma el investigador también lo desconocía y fue su hijo quien le dio una mano para que pudiera entender, interpretar y avanzar con la investigación. Y su hijo lo hizo porque también quería establecer una mejor comunicación con su padre, porque a él también le hacían bullying. Recuerden qye la serie comienza con un llamado de su mujer, porque el chico tampoco quería ir a la escuela”. Allí también: la comunicación con nuestros hijos puede ayudar a desencriptar lo desconocido.

Finalmente, la doctora también señaló a los maestros como actores trascendentales para neutralizar comportamientos agresivos de unos hacia otros alumnos: “La escuela siempre ha tenido y tendrá gran trascendencia, más allá de los códigos de estos tiempos. De hecho, en una época el bullying se daba solamente en el colegio porque no estaban las redes, el teléfono celular ni las computadoras. El rol de los docentes es fundamental: los chicos, cuando hacen bullying, lo hacen lejos de la mirada de los maestros, cuando no hay adultos presentes. Es un mal que tiene años y que realmente ha hecho estragos. Por eso deben estar atentos y hablarlo en el aula”.

Finalmente, Zusman de Arbizu aceptó que es una problemática para nada sencilla y que en verdad no hay fórmulas mágicas: “Es una situación que no tiene respuestas claras porque no se puede decir ‘si hacemos esto, no va a pasar’. Pero sí que hay que hablarlo en todos las instancias, porque el bullying deja heridas eternas en la autoestima y puede terminar en hechos violentos, como en el que se cuenta en la serie”.