La escritora legó una ficción poblada de seres y universos tan maravillosos como reales, que cruzan la fantasía, el amor, la poesía y la identidad, y que a décadas de su publicación sigue revelando la permanencia de sus historias, algo que considera “casi un milagro” en un mundo de velocidades insospechadas.

Profesora en Letras, traductora, correctora, editora y ensayista, en su faceta de escritora, Montes (1947, Buenos Aires) publicó más de setenta títulos orientados a las infancias, a partir de su rol como editora de la serie “Los cuentos del Chiribitil” del Centro Editor de América Latina que tenía como impulsor al editor Boris Spivacow.

Muchos de sus relatos transcurren donde se crió, en el barrio de Florida, como el recordado “El club de los perfectos”, donde los personajes son en apariencia perfectos pero ante un episodio insignificante pierden toda esa supuesta perfección, una ironía que expone una mirada política de la vida.

Pero además de la ficción, que le valió importantes premios como el Lazarrilo, justamente por “Amadeo y otros seres maravillosos” que reedita ahora Alfaguara, Montes fue clave en la renovación de los estudios de literatura infantil y juvenil y aportó numerosos y comprometidos ensayos en este campo, siempre en sintonía con la promoción de la lectura, la no subestimación del lector y las escuelas como mediadoras.

En este plano, fue una de las fundadoras de Alija, la Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de la Argentina. ENTREVISTA

 Ya no escribe literatura infantil y juvenil, o no en la proporción que lo hacías antes ¿se retira una de la escritura?

-Graciela Montes: En efecto, ya no escribo como antes. No sé si la palabra es “retiro”, hay un corrimiento hacia los márgenes. Sigo leyendo, pensando y, a veces, haciendo pequeñas anotaciones, muchas veces acerca de palabras que me sorprenden, etimologías, esas cosas. También hice, en estos años, algunas traducciones. La traducción siempre me interesó; desde el punto de vista del oficio (se aprende muchísimo del propio lenguaje) y también como tarea social, de extensión y divulgación. En cuanto a la LIJ, en ocasiones recuerdo, a propósito de los nietos, cuentos y textos que me parece que sería una lástima que se se perdieran, y se los acerco como mejor puedo.

¿Cómo ves el estado actual de situación de la Literatura Infantil Juvenil?

-G.M: Ya estoy fuera del campo. Ni siquiera conozco los nombres. En esta etapa, mi zona de exploración es, casi exclusivamente, la memoria. Cuando mis nietos, ¡tengo la dicha de cuatro y de rangos que van de doce a dos!, me acercan algo nuevo, lo leo con muchísimo interés. Ellos me enseñarán a mí porque son hijos de este tiempo, como yo fui, en su momento, del mío.

Se acaba de reeditar “Amadeo y otra gente extraordinaria”, un libro que salió en 1985 y que se suma a esa circulación de tu obra. En este ya no escribir como antes, ¿de qué modo te revinculás con tus obras?

-G.M: Mis hijos me convencieron de reeditar títulos agotados o fuera de circulación hace tiempo. Santiago es interlocutor y portavoz en el lazo con las editoriales. Estoy contentísima con las nuevas ediciones, los nuevos aires, los nuevos ilustradores, y muy agradecida. Vivimos en este mundo anfibio, un revuelto de células y pixels, con tantísimas solicitaciones, tantos apremios, tanta velocidad, que la tranquila permanencia de una historia, o de un libro, es casi un milagro.

¿Pudo entender por qué tu obra es tan querida por las infancias? ¿Qué pacto crees que has establecido con esos lectores que pasan las generaciones y te siguen leyendo?

-G.M: Que mis cuentos se sigan leyendo después de tanto tiempo es algo que adjudico un poco a la suerte, al momento histórico en que a mí y a otros escritores nos tocó escribir, y un mucho, muchísimo, a la escuela, maestros y bibliotecarios que “tomaron a su cargo” por así decir esa literatura, la activaron y acercaron a esos lectores, justo los lectores que esos textos buscaban. ¿Si en el comienzo hubo un pacto? No sé. Con los lectores, uno tácito sí: yo no los engaño, ustedes léanme con los ojos bien abiertos. Con los maestros y bibliotecarios, un entramado social fuerte, que vale mucho más que un pacto.

Además de literatura, escribió ensayos de fomento de lectura. Pensando en este presente, ¿cree que la pandemia funcionó como una forma de afianzar la práctica lectora? ¿Tuvo algún rol mediador importante entre esa distancia que suponía el intento de hacer real lo virtual con ese otro universo a lo desconocido que los libros habilitan?

-G.M: A mi manera de ver, la pandemia fue sobre todo una dura lección de realidad. Sin duda puso en acción nuestros recursos, destrezas que ni sabíamos que teníamos, y puso a prueba nuestro humor. Pero sobre todo nos bajó a tierra, nos recordó nuestra condición humana. ¿Si sirvió de puente? Puede ser. O tal vez de escalera. Para bajar de las grandes construcciones, de los entornos cerrados, de la ideología ciega. A muchos les sirvió para retomar y revalorizar el quehacer cotidiano, cambiar de costumbres. Para otros, en cambio, fue pura desesperación, no sé si hay algo para rescatar ahí, fue pura pérdida. Si fue una lección, preferiría que me enseñaran las lecciones de otra manera. A la pandemia no la entiendo todavía, estaré atenta a que alguien me lo explique, siempre que la Covid no me “piense” antes. Lo de “hacer real lo virtual” me suena a que una horrible fake news se vuelva cierta, me asusta un poco.