Después de los dos debates de candidatos presidenciales de carácter obligatorio en la República Argentina, si hay algo que ya no se debate es la existencia y realización de los mismos. Ya no habrá más elecciones presidenciales sin debate. Lo que viene para dentro de cuatro años será la discusión sobre la metodología y la puesta al aire de una discusión pública como ésta. Tras los dos cruces quedó en claro que Alberto Fernández y Mauricio Macri polarizaron las partidas e incluso compartieron la estrategia de confrontar uno con el otro. La falta del saludo final entre ambos no es un dato menor para el futuro inmediato. En tanto, los otros cuatro repartieron aciertos y desajustes. 

Los debates en las universidades del Litoral de Santa Fe y la de Buenos Aires ya son historia y quedarán como los primeros desde la sanción de una ley que los convierte en obligatorios para los candidatos que aspiran a llegar a la Casa Rosada, a costa del retiro de las publicidades gratuitas en los medios de comunicación si dejan la silla vacía. Como era de esperar, ambos debates lograron la centralidad política y mediática, pero fundamentalmente la atención por parte de los ciudadanos. Los índices de ratings, las publicaciones en las redes sociales y los comentarios en la calle son el fiel reflejo.

La discusión ya no pasa por si sirven o no los debates. Los debates ya están y forman parte de las campañas electorales. Con el paso del tiempo se instalarán como un paso más antes de los comicios. Un paso muy importante por el nivel de exposición pública que tienen televisarlos en horarios centrales y por la mayoría de los medios.

Así como ocurrió con los últimos debates a gobernador de Santa Fe e intendente de Rosario, el desempeño de los candidatos terminó imponiéndose sobre la forma de organizar la discusión que acordaron sus propios equipos de campaña junto a las instituciones convocantes. La metodología elegid. fue muy criticada por su formato estático, con tiempos pautados, sin posibilidad de cruces y preguntas entre los candidatos o desde los moderadores. Muchos de los críticos son aquellos que antes callaron, o ahora lo hacen, por haber sido convocados para moderarlos.

No obstante, las dos convocatorias terminaron siendo el debate posible. Y a partir de ahora se abre un tiempo para la discusión y organización de formatos más abiertos que permitan un nivel mayor de ida y vuelta entre los candidatos. O autorizar a que la TV muestre las reacciones de un candidato cuando éste es mencionado por otro. Dependerá de ellos también.

Fuerte polarización

Lo que dejaron los debates de la UNL y la UBA es una fuerte polarización entre los candidatos del Frente de Todos y Juntos por el Cambio. Alberto Fernández sorprendió en Santa Fe con dardos contra Mauricio Macri que lo obligaron a éste a recomponerse de los golpes iniciales. Para el encuentro de anoche el hoy Presidente lució más ofensivo, apoyado en los ejes temáticos de la Seguridad y la Calidad Institucional, con permanente menciones hacia las causas de corrupción del kirchnerismo. El ex Jefe de Gabinete no se achicó aunque bajó un cambio sin dejar de ir al cruce.

En ambos programas, Fernández se mostró tranquilo, con un discurso afilado, apeló a frases contundentes, corrigió errores (como el famoso dedito) y hasta se dio el gusto de responder al pie las estocadas de Macri o de José Luis Espert. Sus años frente al aula son un capital que otros contrincantes no tienen y que resultan claves en espacios de tanta exposición pública. Hasta comunicó con los gestos cuando no estaba en cámara, mirando fijo a Macri cuando hablaba o sentándose a descansar mientras los otros exponían.

Macri fue de menor a mayor y concluyó bien arriba en la facultad porteña, envalentonado con la multitudinaria convocatoria del sábado pasado sobre la avenida 9 de Julio. Se lo vio más preparado, seguro y concentrado en su estrategia. Fue más efusivo y le encontró la vuelta a mirar a la cámara (hablarle al televidente) mientras argumentaba.

A los fines electorales, los dos se llevaron lo que vinieron a buscar. Fernández más en el primero: consolidar sus votos tomando distancia cada vez más de la actual administración y su gestión económica. Y Macri en el segundo: mostrar la contracara al mundo K y hacer hincapié en los logros de su gobierno. El domingo que viene será la hora de la verdad: si Juntos por el Cambio logra achicar la brecha de votos en las PASO y fuerza una segunda vuelta. O el Frente de Todos ratifica el resultado de las primarias y se impone el mismo 27 de octubre.

¿Por qué tan trascendencia a la falta de un saludo final entre Macri y Fernández? Es una costumbre en los debates presidenciales en el resto del mundo que los candidatos se saquen una foto todos juntos al final y que se den la mano. Como una señal para los televidentes, más allá de las diferencias, después de cada contienda democrática. Y es preocupante para el futuro. Es muy probable que ambos deban conducir la transición si es que hay cambio de gobierno. Y en el medio está el país.

Los otros cuatro

El resto de los candidatos que participaron de los debates tuvieron un rol secundario. Espert fue el que más se adaptó al formato, se presentó sólido, con frases tituleras, argumentos muy claros y específicos, y hasta se animó a interrogarlos a Macri y a Fernández durente los espacios de 30 segundos. Sin dudas, fue el ganador de la forma en cómo se desempeña un candidato en un debate.

Juan José Gómez Centurión no acertó con los tiempos, le sobraron minutos o lo tenían que cortar. La UBA le asentó mejor, pero fue el más flojo.

Nicolás del Caño no se apartó de los contenidos y las formas del discurso de izquierda. No sobresalió en ninguno, sólo el pañuelo verde en el Paraninfo santafesino fue lo más vistoso.

Roberto Lavagna tampoco se halló en la exposición ante los atriles. Desde la incomodidad del primero a la laguna mental en el primer eje del segundo encuentro. Eso sí, su último cierre fue lo que muchos creen que necesita la Argentina: un acuerdo básico entre los candidatos. Después de los debates.