El costo de construir en Argentina se transformó en un buen indicador para tomarle el pulso a la economía. No se trata solo de sumar materiales y sueldos: detrás hay un entramado más amplio. Según los últimos datos del INDEC, en mayo de 2025 el Índice del Costo de la Construcción (ICC) en el Gran Buenos Aires subió un 3,1%. Un número que, aunque no pasa desapercibido, apenas alcanza a mostrar lo que realmente está pasando.
El mayor empuje vino del lado de la mano de obra, que trepó un 5,9%, principalmente por los nuevos acuerdos salariales cerrados por la UOCRA. A eso se le sumaron los aumentos en gastos generales, como las tarifas de servicios básicos: luz, agua y gas. En cuanto a los materiales, mostraron una suba más moderada, pero su peso dentro del esquema de importaciones les da un papel clave en la película.
Es en este punto donde emerge una preocupación estructural que resuena con fuerza entre los desarrolladores y empresarios: la creciente dependencia de insumos importados. Observamos cómo una porción cada vez mayor del crecimiento en metros cuadrados y del volumen de inversión se apoya en bienes y servicios que no se producen en el país. La imagen de contenedores repletos de griferías europeas, porcelanatos asiáticos o componentes estructurales extranjeros es cada vez más frecuente en los puertos argentinos. Esta tendencia, aunque puede ofrecer ventajas inmediatas en términos de costos o acceso a determinadas tecnologías, genera una demanda constante de divisas que, en una economía con escasez crónica de dólares, tensa la balanza de pagos. La paradoja es evidente: el sector puede exhibir un notable dinamismo, pero su expansión acrecienta la demanda de moneda extranjera, una ecuación que, a la larga, puede volverse insostenible.
Este fenómeno se describe como un crecimiento sesgado hacia las importaciones, un escenario donde la frontera de posibilidades de producción (FPP) de la nación se expande, pero de manera desbalanceada. Es decir, aunque la producción bruta se incremente, el consumo de aquello que no se genera localmente crece a un ritmo superior. Esto no solo limita la generación de empleo local en las industrias proveedoras, sino que además debilita la industria nacional de materiales para la construcción. Empresas con arraigo histórico en el país, como Ferrum, FV o Cerámica Alberdi, se enfrentan a una competencia cada vez más férrea por parte de productos foráneos, perdiendo cuota de mercado en su propio territorio.
"El mercado del nuevo está bastante lento, la demanda no acompaña al aumento de precios del costo de la construcción" Eduardo Costantini
La fragilidad de este modelo se agudiza ante eventuales crisis cambiarias o restricciones en el acceso a dólares. En tales circunstancias, proyectos que parecían sólidos pueden enfrentar paralizaciones o ver sus costos dispararse, transformando un aparente éxito económico en una trampa de dependencia.
En este panorama, la perspectiva de los protagonistas del sector es fundamental. Eduardo Costantini, figura prominente del desarrollo inmobiliario, señalo en una reciente entrevista que el costo de construcción medido en dólares experimentó un aumento considerable, generando un freno palpable en el mercado de inmuebles nuevos. Su observación de que "el mercado del nuevo está bastante lento, la demanda no acompaña al aumento de precios del costo de la construcción" ilustra la doble presión que enfrentan los constructores: por un lado, el encarecimiento de los costos, y por otro, la dificultad para trasladar esos aumentos al precio final de venta ante una demanda que se muestra reticente a convalidar esos valores.
Esta situación deriva en una dificultad significativa para financiar las obras en curso. La menor demanda de unidades nuevas impacta directamente en el flujo de fondos de los desarrolladores, quienes a menudo dependen de la preventa para capitalizar sus proyectos. Cuando esa preventa no alcanza el ritmo esperado o los potenciales compradores posponen sus decisiones, las empresas se ven obligadas a buscar alternativas de financiación más costosas o, en el peor de los escenarios, ralentizar e incluso detener las construcciones. La limitada financiación bancaria para el sector en Argentina exacerba esta problemática, dejando a los desarrolladores con una dependencia casi exclusiva del capital propio o de la preventa. Este desajuste entre una oferta con costos crecientes y una demanda que se retrae afecta directamente la liquidez de las constructoras, poniendo en riesgo la continuidad de la actividad.
En el ámbito local, la situación de la construcción en Rosario y el Gran Rosario comparte matices con el panorama nacional, pero también exhibe particularidades. Los datos del IPEC para abril de 2025 muestran un aumento del 1,3% mensual en el costo de la construcción en el aglomerado, con el rubro "Gastos generales" y "Materiales" registrando subas, aunque la mano de obra mostró una variación nula en ese período específico. Esta dinámica de costos, sumada a la tendencia de importar insumos, genera cautela. Si bien hubo un leve repunte en los permisos de edificación a principios de 2025 en comparación con fines de 2024, las cifras aún se encuentran muy por debajo de los niveles históricos. El desafío para el sector rosarino reside en cómo afrontar los costos crecientes mientras se busca reactivar la inversión y la venta a partir del crecimiento del crédito hipotecario que se mueve con más fluidez en Buenos Aires alrededor de una economía algo más formal y; al mismo tiempo mantener la capacidad de generar empleo y valor agregado en la región.
La solución a estos desafíos no se encuentra en un proteccionismo ciego, sino en la construcción de un modelo de desarrollo más equilibrado. Es imperativo invertir en tecnología, escalabilidad, diseño y logística en la producción nacional de materiales, fomentando la creación de clústeres industriales regionales. Esto implica una estrategia coordinada entre el sector público y el privado que fomente la producción local de bienes de alto valor agregado para la construcción, reduciendo la carga impositiva a fabricantes nacionales y financiando la innovación y la estandarización de calidad. Sin estas medidas, la construcción podría seguir creciendo en volumen, pero con un contenido argentino cada vez menor. Cuando el valor agregado se fuga del país y la riqueza se concentra en lo importado, se genera actividad sin un verdadero desarrollo. Argentina necesita más viviendas y obras, pero es crucial que esos metros cuadrados vengan acompañados de más industria nacional, más tecnología propia y menos dependencia externa. Es por ello que, al contemplar una nueva obra levantarse, la pregunta fundamental es: ¿cuánto de ella es, en esencia, argentino? La respuesta a esa incógnita definirá no solo el futuro del sector, sino la robustez de la economía en su conjunto.
Comentarios