“El Negro entra al monte. Remera colgada al hombro, paso largo pero lento. Aquí todo en penumbras. Afuera el sol, una bola de fuego que se apaga en el río. Hay ruiditos de pájaros, de bichos chicos. Un bisbiseo de yuyos. Aperiás, comadrejas, vizcachas se escurren entre los pastos. Anda cauteloso el Negro, con respeto, como entrando a la iglesia. Andar liviano, de guazuncho. Igual no va que pisa una ramita fina, un manojo de chauchas de curupí y sobreviene el estruendo. El sonido de las vainas secas se amplifica entre los troncos de los alisos y los timbós, sube , sale del círculo compacto del monte. Alerta la presencia del intruso”. 

(No es un río, Selva Almada”)

Resuena en Selva Almada la palabra escrita. El sonido que desprenden los vocablos la entusiasman. Sacarle filo a cada una, pulirla, afinarla es su oficio. Así escribe la entrerriana, escuchando. Su literatura de renombre mundial, está hecha de ruidos y vibraciones de paisajes con latido propio que son protagonistas. El mundo habita en cada personaje, lo modela y transforma, y de ese vínculo trascendental están hechos sus personajes. De tierra, sol y río.

“La zona fluvial” es la que la trae a Rosario. La escritora entrerriana se presenta este viernes 4 de julio, a las 17 en la Biblioteca Argentina (Presidente Roca 731), curiosamente, a unas cuadras de la ribera marrón que serpentea la ciudad otorgándole un rostro inmensamente acuático. A pocas horas de iniciar el conversatorio “Paisajes culturales: literatura y gestión librera desde los imaginarios fluviales. Una conversación con Selva Almada”, la autora de El viento que arrasa (2012) Ladrilleros (2013) y No es un río (2020), entre otros títulos, se refirió, entrevistada por Rosario3, a su predilección por la “música” de las palabras, del espanto que le provoca su uso vulgar y violento de parte del poder y de la literatura ya no solo como un refugio para tiempos convulsos sino como “trinchera y barricada”.

–¿De qué se trata la zona fluvial que te trae a Rosario?

–Vamos a charlar sobre dos libros míos: El mono en el remolino. Notas del rodaje de Zama de Lucrecia Martel (2017) y No es un río (2020). Ambos están muy inmersos en ese paisaje fluvial. En el caso del rodaje de la película tuvo su parte muy importante en Corrientes, un poco más al norte en Formosa y No es un río es una novela que transcurre entera en la zona de las islas del Paraná. Llamo zona fluvial a cierta literatura que tiene sus grandes y clásicos exponentes como Juan José Saer o como Juan L. Ortiz, como Francisco Madariaga, y  autores más o más recientes como Mercedes Bisordi, varios autores de Santa Fe o de Corrientes, como el poeta correntino que me encanta, Franco Rivero, Mariano Quiroz. Son lecturas y autores que hacen del centro de su escritura el río, las islas, las plantas y los animales que lo habitan. 

–En tus libros hay mucho de naturaleza y personajes interactuando. ¿Cómo se hace para lograr semejante comunión?

–Me interesa, justamente esa interacción. No el paisaje solamente como algo decorativo, como un telón de fondo poético sino como alguien que también tracciona la trama, que tiene una especie de autonomía para relacionarse con los personajes llamémosle humanos. Creo que empezó a pasarme en mi primer libro de cuentos que se llamó Una chica de provincia, que eran relatos autobiográficos, escritos a partir de escenas de mi infancia y adolescencia, viviendo en Entre Ríos en un pueblo, donde la naturaleza era algo con lo que convivíamos, interactuábamos y dialogábamos permanentemente. Además vivía en la periferia del pueblo, donde había cañaditas, lagunitas, montes chiquitos y todo eso era el espacio de  nuestros juegos y de nuestra vida de infancia. Entonces, todo eso apareció muy espontáneamente, ya puesto en función de lo que se estaba narrando y no solamente como un escenario sino que incidía en la vida de esos personajes, en las decisiones que tomaban o o en las cosas que iban aprendiendo.

Selva Almada. (Municipalidad de Rosario, créditos: Enrique García Medina).

–¿Siempre ese entorno es el de la infancia y la adolescencia? ¿Qué pasa con el actual que es el de la ciudad?

Todavía me resulta un poco inabordable. Lo que estoy trabajando ahora también tiene que ver más con esa geografía rural, con Entre Ríos. Todavía me resulta esquiva la ciudad para escribir. Más allá que tengo algunos proyectos pensados para más adelante. Es como que todavía se me escapa. 

–¿Estás, entonces, en este momento en un proceso de producción de una nueva novela? 

–Sí, estoy trabajando en eso. Seguramente se va a publicar el año que viene, estoy en el proceso de escritura aún. 

–Leer tus libros es meterse en un mundo muy sensorial y rítmico. ¿Hay alguna música que te inspira?

–La verdad es que no soy una melómana. Sí escucho música, pero siempre escucho la misma música. En la escritura de No es un río estaba absolutamente presente Ramón Ayala, cantautor y poeta. Había encontrado grabaciones viejas de él cuando era joven, Que tenía una voz muy distinta y me acuerdo que lo escuchaba mucho. Soy muy recurrente con la canción y con la música. Entonces, me gusta mucho, por ejemplo, hablando de uruguayos, soy muy fan de Fernando Cabrera. Él es como una banda de sonido que me acompaña desde que lo escuché la primera vez en un cassette que había grabado un amigo que se había ido a vivir a Montevideo cuando estuve de viaje en Paraná. Hace 30 años que escucho a Cabrera y me encanta. 

Ahora hace poco empecé a buscar grabaciones de Ramona Galarza. Es una música que está muy vinculada también a ese paisaje. Me gusta mucho la cumbia santafesina, que tiene que ver con esto que aparece siempre en mis libros, que es el calor, la cosa del cuerpo así con poca ropa, la juventud.

La música aparece, también lo sonoro, hay mucho sonido de la naturaleza y de la palabra. Soy una fascinada de la oralidad. Cuando estoy escribiendo le presto mucha mucha atención a cómo suenan las palabras. Me gusta mucho corregir en voz alta, tengo muy presente y entrenado el oído de cómo suena esto y estoy cambiando, sacando, exponiendo y buscando otra palabra un montón de rato hasta que encuentro la que le da la música a la frase.

No sé mucho de música, pero sí creo que tengo bastante entrenado el oído para escuchar cómo habla la gente, para captar algunas joyitas de lenguaje muy popular en las expresiones o en las conversaciones de la gente, para eso sí.

–¿Cómo ves el uso actual de la lengua? 

–Es un momento bastante particular. No me espanta la vulgaridad para nada, pero sí cuando esa vulgaridad está puesta al servicio de determinados poderes o de determinada cosa que se quiere instalar desde el poder político. Eso sí me causa espanto. Escuchar a la máxima autoridad del Estado, que es el Presidente, hablando de la manera en la que habla no solo con vulgaridad, sino con mucha violencia. Un personaje en una novela puede ser vulgar y esa frase también puede ser poética o cargar de sentido una escena, pero cuando es utilizada solamente para traer violencia, ahí sí me empieza a preocupar 

Creo que que estamos asistiendo a una época donde desde la palabra oral, los discursos, lo que se dice los streaming, en las sesiones del Congreso, esas palabras más allá de ser en algunos casos muy vulgares, están cargadas de violencia y eso sí me preocupa y ahí digo «cómo está hablando esta gente que nos gobierna y qué consecuencias tremendas puede traer el descuido de ese lenguaje».

www.cultura.gob.ar

–¿Está vinculado a lo que sucede hoy con los feminismos y la violencia instalada contra las mujeres?

–Sí, totalmente, hacia las mujeres, hacia los viejos, hacia los niños. Si pienso ahora en en el universo de expresiones que se vienen usando estos últimos meses desde el Gobierno, todas las expresiones para hacia los “enemigos” entre los que también estamos las feministas, pero también está el que piensa distinto o el periodista al que el poder no le gusta lo que está diciendo. 

Y toda todo esta jerga está todo el tiempo relacionada con  la violación anal, por ejemplo. Me parece un horror. Hay un mecanismo para ejercer violencia desde el discurso, amedrentar y amenazar.

–¿La literatura es un refugio? 

–Creo que los libros no son solamente un refugio, sino que pueden ser una trinchera, pueden ser una barricada y también pueden ser un escenario de acción. No he tenido ninguna cosa más reveladora en mi vida que la lectura porque, justamente, el leer te hace ver que el mundo no es solamente de una manera, que las personas no somos todas iguales, que hay un montón de maneras de pensar y de vivir.

(www.rionegro.com.ar. Crédito: Alejandra López)

Ser lectora desde muy chica lo único y lo maravilloso que me ha aportado es poder estar abierta a la diversidad del mundo. Los libros son un refugio, pero también son una manera de presentar batalla, de tener autonomía para pensar, de poder ver todas las diferentes posibilidades que tiene la vida y el mundo.

Y también hay que seguir reuniéndose para conversar, para hacer cosas, para escribir, para hacer música, para hacer teatro, para seguir haciendo cine pese a la a las enormes dificultades que enfrentamos en esta época. Me parece que lo peor que podemos hacer es estar atomizados y encerrarnos en nosotros mismos o en nuestras casas, al contrario. Es una época para juntarse, para pensar y resistir juntos y también para salir a la calle. Es una época para la acción.