El lugar elegido es un mensaje en sí mismo. El corazón de un centro de la universidad pública, un encuentro federal de salud, una ciudad golpeada. Cristina Fernández de Kirchner dio su segundo paso en su rol de reorganizar y ampliar el Partido Justicialista (PJ) este sábado al mediodía en Rosario ante más de 10 mil personas (15 mil según los organizadores). Volvió a la ciudad cinco años después de aquel cierre de campaña masivo en el Monumento a la Bandera, cuando Alberto Fernández juró no pelearse nunca más con ella y la pandemia de coronavirus no era ni una amenaza.
Pasaron demasiadas cosas entre un acto y otro. No sólo el colapso del gobierno del Frente de Todos sino, y sobretodo, el ascenso de un gobierno de ultraderecha, un presidente como Javier Milei que desprecia a la política, a lo público y al Estado, que desconoce sus facetas virtuosas y necesarias para una sociedad.
Pero, y la pregunta rondó estos días entre los dirigentes peronistas santafesinos, ¿es Cristina la persona indicada para conducir a quienes creen que la salida es por otro camino y no el actual? Germán Martínez, titular del bloque nacional de Unión por la Patria y nuevo vicepresidente del PJ, no duda: la respuesta es sí.
“A los que creen que no, que debería ser otro, ¿cuántos votos juntan ellos? Cristina es la única persona que puede generar este acto, este movimiento que estamos viendo hoy. Y esa expectativa es todo a favor. No sé si será candidata, no importa eso ahora. Sirve para ahora. Ella arma y eso sirve”, afirma con pasión en la previa al acto en La Siberia o Ciudad Universitaria.
“No hay que pensar en los que no vinieron. Cristina genera cosas y no hay hoy otro dirigente que lo genere”, retoma el diputado de La Corriente que lidera Agustín Rossi mientras le piden sacarse fotos. Al lado pasa una señora con bandera y vincha que certifica esa afirmación a los gritos.
–Te amo Cristina, te amo, ninguna bala te va a detener.
Otra mujer se acerca a Martínez y le cuenta que llegó desde Tucumán, otra de Gualeguay, hay muchas agrupaciones que vinieron al 11° Encuentro Nacional de Salud desde la provincia de Buenos Aires. Un hecho que se explica además en que el organizador es el ministro de Salud Nicolás Kreplak, un dirigente de La Cámpora y leal “a la jefa” y al mismo tiempo funcionario de Axel Kicillof, quien empezó a tomar una distancia que la militancia no termina de digerir.
Son las 11.15, falta una hora para el arribo de la “flamante presidenta del PJ” (así será presentada) y dentro de la Facultad de Psicología de la UNR funcionan las 15 comisiones de trabajo del foro.
“Somos seis mil compañeros y compañeras que participamos de las mesas de debate de qué futuro queremos para la salud argentina”, informa la locutora de la radio comunitaria montada en un puesto de “La Cámpora Salud”.
El reconocido médico sanitarista Jorge Rachid cierra una de las charlas en un aula repleta con 400 o 500 personas, incluso paradas en la puerta y sentadas en el piso con mates. “El sistema nos necesita enfermos crónicos porque sanos no le servimos a la industria farmaceútica”, dice encendido y recibe una ovación.
Rachid niega que exista una “salud privada sino que hay salud pública con obras sociales, hospitales públicos y sanatorios o prepagas pero son parte de un sistema público con gestión privada”. “No pueden hacer lo que quieran y el Estado debe regular”, plantea a contramano de lo que expresa “el mamarracho que tenemos de presidente”.
Esa lógica de una defensa del Estado, con gestión eficiente y centrada en la calidad de vidan en lo humano y no en un negocio, lo repetirá Cristina unos minutos más tarde ante un público más amplio y masivo. Acá hay estudiantes y trabajadores de la salud. Afuera se suman militantes, dirigentes y algunas familias o grupos de amigos que desafían al calor creciente.
Juventudes, derechas y lealtades internas
A las 11.30, la cancha de fútbol empieza a colmarse. “Está haciendo la entrada al predio Cristina Fernández de Kirchner”, dice la conductora del acto desde el escenario algo lejano desde el fondo. Cuatro chicas aplauden el anuncio. Tienen 20, 22, 24 y 33 años. Llegaron de La Plata. Tenían planificado venir al encuentro de salud y la presencia de la exvicepresidenta fue una yapa bienvenida.
Martina, de 24, hace de vocera del grupo. Dice que no toda la juventud se derechizó, eso no es así. “Sí hay un sector muy decepcionado con la política que no vivió los gobiernos de Cristina y que se queda con lo que pasó con Alberto y que quedó muy desencantado”, plantea.
No ningunea ni desconoce los argumentos de sus pares que votaron o militaron a Milei porque, cree, “la mayoría son pibes y pibas que quieren sacar adelante al país”. Pero, observa, muchos de ellos también se están desilusionando con el libertario. “Están viendo que la casta no eran los políticos o la política. Eso cambió y se vio en las movilizaciones universitarias y en las tomas en defensa de la educación pública. Hasta en Córdoba hubo tomas”, razona.
La pregunta sobre Cristina, otra vez al frente de una nueva etapa, vuelve a escena. “La construcción de líderes y lideresas no se hace tan rápido, es muy difícil y teniendo a Cristina viva cómo no aprovecharla. Ella no se tiene que ir a su casa, tiene que liderar y conducir”, afirma y reconoce la sorpresa de la actitud que tomó Kicillof. “Es un bajón, es malísimo porque Axel hace kirchnerismo en Buenos Aires, no hace otra cosa. Cuesta entenderlo, él tendría que bancar a la jefa”, cierra filas Martina.
La misma preocupación sobre el "asunto Kicillof" tiene Guadalupe. Con sus 50 años y otro recorrido optó por un camino distinto a la crítica de uno u otro. “Cristina y Axel, un solo corazón”, escribió sobre un cartel de cartón, casi un pedido. “Y sí, por la unidad, la unidad más que nunca”, explica al pasar.
Híbridos y necesidades
El acto empieza casi a las 12.30. Nicolás Kreplac habla del encuentro de salud, de los problemas abordados pero también sobre “qué políticas tenemos que construir”. Las certezas son reivindicar lo hecho en la década ganada y marcar contrastes con el presente de destrucción social pero el futuro es todavía algo difuso que aparece en modo de pregunta.
El ministro de Kicillof no juega a las distancias. Le dice a Cristina “compañera y jefa” y presenta así a los miles de trabajadores de la salud presentes: “Somos tu cuerpo de militancia sanitaria”.
A las 12.45, de blanco y celeste, con abanico y agua, la dos veces presidenta y una vez vice sube al escenario. Saluda, baila y abajo todos enloquecen. Suenan los bombos y trompetas de los sindicatos (como Correo y Obreros Marítimos), se agitan las banderas de las agrupaciones (además de La Cámpora, estaba el Evita, Patria Grande y muchas de Buenos Aires), se arriman los profesionales de la salud y se funden en un canto: “Oh, vamos a volver”. (Parte II).
Al frente, contra las vallas, adultos, sobre todo mujeres. Un poco más atrás, los más jóvenes, incluso trepados al arco de la cancha de fútbol. Y los más grandes buscaron refugio de la sombra contra los árboles del fondo. Distintas capas de un público heterogéneo. Cristina mantiene la misma línea de sus últimos discursos: defender las políticas públicas de su gobierno, hablar de los derechos (a la salud –el eje de la jornada–, la educación, el trabajo).
El contraste con Milei aparece en modo de provocación cuando se refiere, por ejemplo, de la salud mental que afecta a “las más altas esferas, es transversal”. “Algunos casos no tienen cura”, suelta cómplice ante su gente. Diferenciarse de este gobierno en materia de inversión social es clave y ella resume: “¿Cómo puede haber gente tan insensible y cruel?”.
Sostiene el concepto de un “capitalismo con consumidores” y no esta especulación financiera: “Me quedo con el capitalismo del peronismo”. Pero, otra vez, las líneas de acción no se proyectan todavía hacia el futuro. La propia Cristina, la jefa, la conductora, reconoce: “Ante tanta desazón, uno se plantea qué hacer”. Pero después no da una respuesta a ese interrogante abierto. Algunos gritan, le piden que vuelva, todos cantan “vamos a volver”. Las preguntas que están ahí para molestar serían “cómo” o “para qué”.
Los más jóvenes se quedan a bailar al ritmo de la marcha peronista o el himno hecho batucada. Se arma una pequeña fiesta, siempre necesaria. Otros tienen menos tiempo.
Emilio tiene 78 años. Se apoya con un bastón en la mano derecha. Con la izquierda, sostiene banderas de argentina y de Cristina. Las vende a cinco mil y a siete mil pesos. Cobra la jubilación mínima. "Hasta el 15 me dura eso”, apunta. Llegó bien temprano para vender las 40 banderas e irse pero lo agarró el sol del mediodía. “Vendí poco pero me quedo. Si no, no como”, cuenta y describe su presente: “Es horrible. Milei nos va a dejar en la pampa y la vía. Esto que están haciendo lo van a pagar mis nietos y bisnietos”.