Hace exactamente 75 años, en una semana de mayo como esta, se celebró la primera carrera oficial de la Fórmula 1 en el circuito de Silverstone, Inglaterra, marcando el inicio del Campeonato Mundial de Pilotos organizado por la Fédération Internationale de l'Automobile (FIA). El evento atrajo a una multitud de más de 100 mil espectadores, entre ellos, el Rey Jorge VI y la Reina Isabel, testigos del dominio absoluto de los Alfa Romeo piloteados por Luigi Fagioli, Giuseppe “Nino” Farina y Juan Manuel Fangio.
Desafortunadamente para Fangio, la rotura de un conducto de aceite lo dejó fuera de competencia faltando tan solo ocho vueltas para cruzar la meta, entregando la victoria a Nino Farina, quien se convirtió en el primer ganador de una carrera de Fórmula 1 y, más tarde, en el campeón mundial de ese año.

No es necesario aclarar que el automovilismo en 1950 era un deporte radicalmente distinto al actual, no solo en tecnología y seguridad, sino también en organización y cobertura mediática. Los monoplazas de entonces, con chasis de acero, carrocerías de aluminio y una aerodinámica prácticamente inexistente, eran extremadamente peligrosos. Los pilotos se lanzaban a casi 300 km/h sin cinturones de seguridad, protegidos apenas por cascos de cuero y antiparras, buscando la gloria en una aventura con destino incierto dominada por el coraje y la habilidad.

75 años después de aquella histórica bandera a cuadros, la Fórmula 1 se ha transformado en una competición ultratecnológica, basada en datos, estrategia y precisión. El piloto continúa siendo una pieza clave, pero ahora dentro de un engranaje industrial y científico extremadamente sofisticado y complejo. Los coches actuales son verdaderos laboratorios computacionales rodantes, capaces de registrar millones de métricas por segundo, y cada decisión que toma el equipo, desde una entrada a boxes hasta el momento exacto donde activar el DRS está respaldado por modelos predictivos, inteligencia artificial y análisis en tiempo real.
Ya no se trata solo de correr más rápido con audacia y confiando en la potencia del motor. Hoy, la diferencia entre ganar o perder es de apenas unas décimas de segundo, y puede depender de una curva mal trazada, de un compuesto de neumático que se degrada dos vueltas más tarde o en la interpretación precisa de los datos que llegan desde unos 300 sensores distribuidos en cada rincón del auto. El piloto sigue siendo protagonista, sí, pero ahora comparte el escenario con ingenieros, algoritmos y simulaciones que buscan exprimir cada milésima para pelear la victoria. La Fórmula 1 moderna no es solo un deporte de reflejos: también lo es de cerebros.

Durante un fin de semana de carreras, cada auto puede generar más de 1 terabyte de información. Ese enorme volumen de datos incluye tanto la telemetría en tiempo real como los registros que se descargan posteriormente en boxes. Entre estos se encuentra el material registrado por el sistema ADR (Accident Data Recorder), una especie de "caja negra" obligatoria instalada en cada auto, alimentada por su propia batería e independiente de la fuente de alimentación principal del coche.

El ADR no solo almacena video desde cámaras exclusivas utilizadas por la FIA para la revisión de incidentes, sino que también recopila un amplio abanico de datos técnicos, fundamentales para entender la dinámica del impacto, las fuerzas G experimentadas por el piloto y el comportamiento del vehículo. Además, la FIA puede utilizar los registros del ADR para asegurarse de que los monoplazas cumplan con las regulaciones técnicas y no violen el reglamento, como ha sucedido en más de una ocasión.
Este sistema se complementa con RaceWatch, un software de control de carrera en tiempo real que integra toda esta información con más de un centenar de cámaras de alta definición distribuidas a lo largo del circuito, señales de GPS y comunicaciones por radio. Esto permite a los comisarios detectar incidentes y anomalías -como una largada en falso o un toque entre vehículos- con precisión milimétrica. Una de sus funciones más importantes es el sistema de visión computarizada para los límites de pista, que utiliza IA para identificar automáticamente cuándo un auto excede los márgenes del circuito, reduciendo hasta en un 95% la necesidad de revisión manual de este tipo de situaciones.

Pero más allá de los datos monitoreados por la FIA, cada equipo cuenta con su propio sistema de telemetría, mucho más detallado y confidencial, destinado a maximizar el rendimiento del auto y del piloto. Para esto, utilizan una red de sensores distribuidos en cada componente crítico del monoplaza, organizados en tres grandes categorías.

*Sensores de control: traducen las acciones del piloto en señales electrónicas que los sistemas del vehículo interpretan para generar respuestas inmediatas. Registran variables como la posición del acelerador, la presión sobre el pedal de freno, el ángulo de la dirección y los cambios de marcha.
*Sensores de instrumentación: miden parámetros específicos sobre el rendimiento del coche y las condiciones de operación en tiempo real. Incluye una cantidad muy diversa de sensores, como de combustible, presión hidráulica, aerodinámica. suspensión, acelerómetros, frenado, temperatura y desgaste de neumáticos, además de sensores láser para medir la distancia del auto al suelo. Estos datos son fundamentales para que los ingenieros entiendan el comportamiento dinámico de la máquina durante la carrera.
*Sensores de monitoreo: funcionan como un sistema de alerta temprana, supervisando el estado y la salud de los componentes y sistemas del vehículo. Permiten identificar anomalías y anticipar posibles fallas mecánicas antes de que ocurran. Miden, por ejemplo, la temperatura del motor, el aceite, la transmisión, los frenos y aire en la admisión, así como vibraciones del motor y niveles de carga y voltajes de las baterías.

Cada monoplaza está equipado con una pequeña antena de radio que transmite en tiempo real los paquetes de datos al equipo en boxes, utilizando un canal de comunicaciones encriptado provisto por la organización de la Fórmula 1. Una red de puntos de acceso y enlaces de fibra óptica distribuidos a lo largo del circuito garantizan que cada escudería reciba su flujo de variables sin interferencias, y esta información se reenvía a las sedes centrales de los equipos a través de redes de alta velocidad con una latencia aproximada de 10 milisegundos. Así, los ingenieros ubicados a miles de kilómetros del circuito pueden analizar lo que ocurre en carrera casi en simultáneo que el equipo en pista.
Los datos menos urgentes y vitales, como registros completos de acelerómetros o video de alta calidad, se almacenan a bordo y se descargan posteriormente al finalizar la sesión, mediante una conexión física cableada conocida como umbilical. Esta información es clave para recalibrar las herramientas de desarrollo en el túnel de viento, planificar futuras mejoras y refinar los modelos utilizados en el simulador, buscando reducir al máximo las discrepancias entre el mundo virtual y el real.

Actualmente, el 90% del desarrollo de un monoplaza comienza a partir de gemelos digitales, una réplica virtual que refleja con total fidelidad el comportamiento del auto en diferentes condiciones. Estos modelos permiten simular cambios en la configuración mecánica o aerodinámica antes de llevarlo a pista, optimizando tiempo y ahorrando recursos. Este tipo de desarrollo virtual se volvió más relevante a partir de la introducción de los límites presupuestarios, por lo que los equipos no pueden construir diferentes piezas y probarlas en el mundo real, sino que deben confiar en las simulaciones para conseguir los mejores resultados.
Uno de los usos más visibles de los datos recolectados durante el rodaje del vehículo en pista es el aplicado a la estrategia de carreras y la toma de decisiones. A partir del análisis de la información en tiempo real y las métricas históricas combinadas con simulaciones avanzadas, los equipos pueden predecir la degradación de los neumáticos, el consumo de combustible y las probabilidades de incidentes como un Safety Car. Esto permite definir el momento óptimo para una parada en boxes, la elección de determinado compuesto de neumáticos o reaccionar ante cambios inesperados en las condiciones del circuito.

Por ejemplo, a partir de su asociación con Oracle, Red Bull puede ejecutar miles de millones de escenarios simulados antes de cada Gran Premio, lo que le permite afinar al máximo sus decisiones estratégicas. Así, los ingenieros pueden determinar la mejor geometría de los alerones, el reparto ideal del frenado o el grado óptimo de rigidez en la suspensión, entre otros parámetros decisivos. Para esto, los datos históricos de temporadas anteriores se convierten en un verdadero tesoro, ya que no solo permiten anticipar cómo se comportará el auto en diferentes condiciones de pista, sino que también alimentan el desarrollo de los futuros monoplazas.
En los últimos años, la telemetría y la ciencia de datos se consolidaron como la columna vertebral de la Fórmula 1 moderna, impulsando la innovación y la búsqueda incesante de ventajas competitivas. Sin embargo, a pesar de todos estos avances, la esencia del deporte permanece intacta: la audacia del piloto y la excelencia de la ingeniería siguen empujando cuatro ruedas en busca de la gloria.