Ser rosarino es un chiste del destino. La frase, que fue el eslogan de la histórica revista "Risario", se reactualiza con la mirada que expresa sobre la ciudad uno de los artistas plásticos más importantes de la Argentina: Daniel Santoro.

Santoro, el hombre que tradujo el peronismo en arte, aborda ahora de la misma manera la rosarinidad, en “Panorama de Rosario”, una pintura de 18 metros lineales que se presentará el jueves a las 19, con la presencia del autor, en el Centro Cultural Contraviento (CCC), de Rodríguez 721.

La gacetilla de prensa de Contraviento explica que la obra, elaborada especialmente para la ocasión, constituye la sección rosarina del trabajo de hace dos años del artista, “El teatro de la memoria”, expuesto en el Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires. Presenta una sucesión de escenas de crisis y colapsos de los humanos y su mundo. Rosario, en esta ocasión, es el escenario, resume el comunicado.

“Panorama” es también el nombre de la plataforma de lectura y escritura de Contraviento, que coincidentemente acaba de salir a la luz con una serie de artículos sobre el origen de Rosario. Desde allí, el CCC plantea una debate sobre la decisión municipal de celebrar los 300 años de la ciudad. El tricentrenario por decreto.

“Rosario es una ciudad que no fue diagramada y, por eso, el caos se transformó en su factor ordenador”, escribe en el primero de esos textos Andrés Mainardi. Y más adelante suma: “Rosario es un barco intenso, inestable e irresoluble. Esa tragedia es su virtud, la que la hace un lugar donde cualquier propuesta rígida fracasará no solo por su propio peso sino por las condiciones donde ésta quiere implantarse”.

La idea dialoga con la obra de Santoro, que Rosario3 pudo ver este lunes en una recorrida junto al autor. La Rosario que emergió de la nada, que se desarrolló alrededor de una capilla sin que nadie pensara cómo; junto a un río que le dio el elemento vital que –ante la falta de planificación– la convirtió en una especie de selva urbana o ciudad salvaje, es en el dibujo un paisaje posapocalíptico en el que el agua avanzó y avanzó, pero no arrasó con todo. 

Así, la ciudad se convierte en una sucesión de islas en las que lo que queda son los poderes económicos –la soja, los narcos–, los artistas –todo un homenaje a Enrique Pinti–, la arquitectura local de la que Santoro es un admirador, los íconos –el Che Guevara, Messi– y un Monumento a la Bandera que ya no simula ser un barco, sino que completa la transmutación convirtiéndose en una nave real que sostiene a flote para siempre, a salvo de cualquier catástrofe, la rosarinidad.

“Rosario, es para mí, una aparición autóctona, es decir que por definición, es algo que ha brotado de la tierra misma, como una fuerza de la naturaleza, persistente y modelada con el agua y el barro de nuestro río nutritivo. Fue varias veces purificada por los fuegos de la historia. Rosario es una mítica ciudad creada in illo tempore y como todo territorio mítico está y fue habitada por grandes y maravillosos personajes y a la vez por inescrupulosos seres primitivos ávidos de presa, que no han renunciado a la violencia elemental. Este dibujo que presento en forma de panorama intenta dar cuenta de esta condición excepcional de la ciudad”, dice Santoro. Que celebra, ve una virtud en la falta de precisión sobre el origen. 

El famoso mito de la ciudad que se hizo a sí misma. Que se convirtió en una gran urbe sin haber pensado en ello. Y que ahora, después del colapso, busca reinventarse y para eso bucea en el pasado. ¿Hace falta un hito para eso?

Santoro parece decir que no. En el dibujo, propio de un gran artista, y más aún en la charla, en la que demuestra tener un conocimiento sobre la historia y cómo se constituyó urbanamente la ciudad que en algunos aspectos puede esclarecer a los propios rosarinos.

Pero a la vez, porteño al fin, tampoco consigue –al plasmar la obra en el papel– salirse del todo de la mirada estereotipada que Buenos Aires tiene sobre Rosario: ir a los matices que solo conoce el que la camina sus calles todos los días. 

Así, Rosario es soja. Rosario es narco. Rosario es el bar El Cairo y Fontanarrosa. Rosario es el Che. Rosario es Berni, el capitán Piluso, Litto Nebbia, Fito Páez, Juan Carlos Baglietto, Silvina Garré. Y, como también se trata de una ciudad argentina, también es una lucha eterna entre civilización y barbarie para la que el artista propone una salida, acaso una utopía peronista: el diálogo virtuoso entre severidad y misericordia.

Los 80, divino tesoro 

 

Podría decirse que, culturalmente, la obra abreva en los años 80. Justo cuando la música de la ciudad irrumpió en Buenos Aires de la mano de la trova y el toque de tango que Baglietto y los suyos le dieron al rock nacional en aquel tiempo. Acaso por eso es inevitable no ver algo de nostalgia en los colores, en las figuras, en el trazo y en una sensación de derrota que la rodea.

Fue también en los 80 que la revista Risario, la del eslogan que encabeza esta nota, retrató como nadie aquella ciudad sin fundador que podía enorgullecerse y reírse de sí misma. Rosario, como cantaba entonces Lalo de los Santos, es el arte y su condena.