Cuesta imaginar hoy que una de las zonas residenciales más importantes de Rosario, noventa años atrás estaba sembrada de conventillos obreros, negocios humildes y calles de tierra. Y que el corazón del barrio no lo ocupaban torres de departamentos sino una gigantesca fábrica de yerba mate. Barrio Martin tiene una historia conocida alrededor de la yerbatera origen de su nombre -por Julio Ulises Martin, el inmigrante suizo que fundó la empresa-, pero poco se recuerda un conflicto ocurrido en el establecimiento entre mayo y junio de 1935, con singularidades que se proyectan hasta el presente.
En la década de 1930 Rosario estaba cambiando al mismo ritmo que la Argentina. Después del crac del 29, las economías mundiales habían comenzado a recuperarse con fuerte eje en el proteccionismo de la industria nacional, reflejado en políticas de sustitución de importaciones. Empezaban a florecer empresas de distinta escala y, junto con ellas, una clase obrera cada vez más numerosa. Así en la ciudad había más de 1.700 industrias con 27.000 empleados, desde metalúrgicos a gastronómicos, ferroviarios y albañiles, pasando por algunos oficios hoy anacrónicos como chauffeurs o linotipistas.
Pero toda esa nueva prosperidad no derramaba riqueza entre los que la producían. Salarios insuficientes, legislación laboral casi inexistente y favorable a las patronales, pésimas condiciones laborales y jornadas interminables, eran la normalidad.
La reacción obrera no tardó en acentuarse en el marco de la mejora de la economía nacional que daba más espacio para los reclamos, a caballo de una dirigencia gremial integrada principalmente por comunistas, anarquistas y socialistas.
En ese contexto, los obreros y las obreras de Martin y Cía decidieron que era momento de plantar bandera. Trabajaban en la productora nacional líder de yerba mate, al punto que don Julio U. Martin era presentado como “el zar del oro verde”, dueño de las marcas La Hoja y Don Lucas, entre las más populares del país. Pero poco y nada de esa pujanza empresaria se reflejaba en sus vidas como empleados.
“El miércoles 29 de mayo de 1935 un grupo de trabajadorxs del molino yerbatero Martin, reunidxs en una asamblea autoconvocada en el local de calle Zeballos 1001 confeccionaron un pliego de requisitos para presentar a la patronal en el cual reclamaban una mejoría en sus condiciones de trabajo”, relata la profesora de Historia Camila Martínez, autora de Lxs trabajadorxs de la yerba de la casa Martin, la huelga y su primera experiencia de organización, investigación premiada el año pasado por el Conicet, que explora aquella lucha detallada y documentadamente, y es fuente de esta nota.
Los empleados pedían una semana laboral de 40 horas, terminar con el maltrato por parte de los capataces, evitar las constantes suspensiones y, principalmente, una mejora de $ 0,50 pesos en el jornal: el promedio en la ciudad era entre 3,30 y 4 pesos, mientras en la yerbatera apenas llegaba a 1,70 pesos.
El Comité de Huelga le dio 24 horas a la patronal para responder. Lejos de hacerlo, los gerentes de Martin amenazaron con despidos masivos y el cierre de la fábrica. A primera hora del viernes 31, la respuesta obrera fue una huelga general que generó adhesiones entre el resto de los trabajadores rosarinos e incluso tuvo fuerte repercusión a nivel nacional.
La lucha se prolongó a lo largo del mes de junio, con un notable -y poco frecuente para la época- protagonismo de las obreras de la yerbatera. De hecho, el plantel de la fábrica estaba conformado mayoritariamente por mujeres, 215 frente a 150 hombres.
El jueves 6 de junio la empresa decidió reabrir la fábrica y convocar a los trabajadores “libres” que no se habían plegado al paro. “A primera hora de la mañana, unxs 50 obrerxs -es decir, alrededor del 15% de la planta total- se disponían a ingresar a la fábrica custodiadxs por la policía, y en las inmediaciones del “gran molino” se produjo el primer enfrentamiento entre los agentes policiales, lxs obrerxs libres y lxs huelguistas”, cita Martínez en su trabajo.
Los hechos se replicaron en diferentes diarios locales y nacionales. “A las 6.40 horas, bajo la protección de un oficial y sargento de policía se dirigía al molino un grupo como de 50 obreros a fin de reanudar las tareas. Al pasar la intersección de Ayacucho y 3 de Febrero, numeroso contingente de huelguistas, en su mayoría mujeres, profirieron gritos contra los que pasaban y una recia pedrea. Con objeto de intimidarlos, los policías hicieron algunos disparos al aire, pero de aquellos también dispararon un tiro. Solicitando el concurso de otros policías, aquellos se pusieron en fuga no sin antes detenerse a siete mujeres y once hombres”, informó por entonces el diario El Litoral de Santa Fe.
El diario La Capital también reflejó los hechos en la sección de noticias policiales, “poniendo especial énfasis en el componente femenino de lxs huelguistas y refiriéndose a ellxs con sus nombres y apellidos completos, e incluso en algunos casos con datos adicionales como sus domicilios. De este modo, notamos como este medio buscaba caracterizar e individualizar a los “descarrilados” y criminalizarlos por vandalismo y lesiones”, resalta Martínez. Los detenidos fueron puestos en libertad al día siguiente, no sin antes ser interrogados e identificados en sus prontuarios policiales con el cargo de “atentado a la libertad de trabajo”.

Mientras la empresa decidió prolongar la clausura de la fábrica, los empleados organizaron un acto en avenida Pellegrini y Chacabuco, con presencia de otros gremios, estudiantes y vecinos del barrio que rodeaba la yerbatera, logrando gran adhesión frente a “las injusticias a las que estaban siendo sometidos por parte de la complicidad de la policía con la patronal”.
Cuenta la profesora Martínez en su investigación que el lunes 10 la fábrica volvió a abrir sus puertas con un reintegro ahora del 45% del personal de trabajo, nuevamente con custodia policial, y esta vez con disturbios leves. El diario “El Litoral” registró estos sucesos con la siguiente reflexión: “Felizmente no ocurrió nada, escuchándose únicamente algunos gritos de mujeres apostadas en las inmediaciones de las que fueron obligadas a retirarse”. Con esta “exitosa” reapertura de la fábrica, el martes 11 aquel diario santafesino reafirmó la finalización de la huelga bajo el titular: “Las huelgas de Rosario están disminuyendo”, y con el siguiente mensaje: “En cuanto a la huelga del molino yerbatero Martin y Cía., hoy ha trabajado con personal libre formado por 80 y 120 hombres, siendo este el personal total”.
Solo hombres, y muy lejos del número del plantel total de 365 empleados.
Contradictorio fue también un reporte que la policía de Rosario elevó a la de Buenos Aires, donde se destacaba que el conflicto estaba “auspiciado por dirigentes comunistas” y que “al reabrirse la casa, entraron a trabajar 115 obreros (otra vez un número lejano respecto al total de empleados), dándose así por fracasada la huelga”.
En verdad el nudo estaba lejos de desatarse, e incluso tomaba un rumbo imprevisto. Los gremios que se habían solidarizado con los obreros de Martin, comenzaron a proponer medidas para boicotear la producción de la yerbatera más grande del país. Los ferroviarios pidieron autorización a su central gremial para evitar la carga de mercadería de Martin; algunos grupos de obreros portuarios dejaron de cargar o descargar la yerba en los muelles locales y los marítimos decidieron no trasportarla. Hasta el sindicato maderero hizo detener la producción de la fábrica de envases que tenía Martín y Cía. en Rosario.
Mientras, las obreras seguían poniéndose el conflicto sobre el hombro. “Un gran rol juega la mujer en la lucha”, publicaba el periódico La Batalla, con testimonio de ellas mismas: “En todo momento las mujeres hemos participado en forma activa en el desarrollo de la lucha, poniéndonos a defender lo que nosotras sabemos que significa un poco más de pan para nuestros hijos en lugar de hambre y miseria que es lo que desean nuestros enemigos de clase ¡A estas demandas ellos las califican de exageradas!”.
Martínez destaca que “las obreras yerbateras fueron distinguidas como ejemplo de una “mujer proletaria combativa”, y modelo de lucha y tenacidad que debía replicarse en el resto de las trabajadoras de la ciudad. Es que, en última instancia, ellas fueron quienes lograron canalizar el descontento en la fábrica, quienes decidieron en conjunto tomar medidas al respecto, acordar la necesidad de la lucha, y enfrentarse a la policía y contra una patronal que se mostraba reacia a la negociación y reaccionaria al conflicto”.

Los datos tomados por la Policía cuando detuvo a las obreras nos muestran una visión más cercana de ellas.
Dolores C. nació el 12 de noviembre de 1912 en Orense, un pueblo de la ciudad de Galicia, España. A sus 17 años llegó a Buenos Aires, y vino a Rosario dos años después. Vivía en concubinato con Juan Carlos C. y su hija en la calle Pasco 382, a sólo ocho cuadras del molino yerbatero en que ambos se empleaban.
María R., española de nacimiento, vino al país en 1926 y desde entonces transitó por múltiples trabajos en carácter temporal. Vivía en Ayolas 1363 y en el año 1935 la podemos ubicar trabajando en la yerbatera, aunque no podemos datar exactamente su fecha de ingresó.
Trabajaba junto a su vecina, Carmen G., que nació en Rosario en el año 1902. Fue identificada por la policía con la profesión de “artista” -luego también como obrera-, vivía en calle Garay 570 y contaba con poca instrucción.
Como si se hubiera diluido, y sin quedar evidencias de su resolución, “al promediar el 29 de junio de 1935, el conflicto había desaparecido de los medios públicos y de las calles”, destaca la docente de Historia.
Más allá de ese silencio histórico, entre las principales conclusiones aparece una bien recortada: “La huelga conquistó un lugar relevante para las mujeres yerbateras, las cuales eran mayoría en la composición de la clase trabajadora del “gran molino”, y fueron partícipes activos y fundamentales de este conflicto obrero. Lo disruptivo en este caso es que la voz de la huelga en la prensa está personificada en género femenino, lo que nos da cuenta de la fuerte presencia de las obreras en las asambleas, el Comité de Huelga, y en las acciones más significativas que lograron sostener esta lucha durante más de 30 días”, concluye Martínez.