En la cancha de fútbol se juega un partido corto. Uno de los costados, del lado de la escuela, está muy embarrado y la disputa se concentra en el centro del campo y hacia la izquierda, sin llegar a la iglesia. Uno de los pibes tiene la camiseta de Boca y se cruza hacia la parte con charcos para buscar la pelota.
–¡Guarda, guarda! –grita Monchi Romero sin soltar el palo de golf.
Beza y Eric, dos de los chicos que practican ese deporte, o que intentan practicarlo pero no tienen un espacio, están a punto de hacer un tiro de prueba sobre la parte mojada de la misma cancha. Justo en ese momento los otros que juegan al fútbol se meten en esa franja y la coincidencia promete un accidente que Monchi evita con su grito de advertencia. Es un caddie de 43 años que coordina, o le gustaría coordinar, una escuelita de golf con niños, niñas, adolescentes y jóvenes. Ese choque de dos disciplinas en tiempo y espacio define, de alguna manera, una particularidad de este barrio.
Stella Maris está al noroeste de Rosario, pegado a Fisherton. Al sur de la calle La República están los chalets de dos plantas, con parques, muchas rejas y portones generosos. Al norte, viviendas simples de una planta y pasillos que esconden otras más precarias. El contraste que dibuja la desigualdad se hace nítido como en pocas zonas de la ciudad.
Al oeste, bordea el arroyo Ludueña que conecta el Rosario Golf Club con la parte sur del Bosque de los Constituyentes. Ese territorio generó una anomalía para un barrio popular. Los caddies que iban a trabajar a esa institución para asistir a golfistas aún viven en esa barriada. Tienen palos, pelotas y aman a ese deporte. Todavía se juntan a jugar y le transfieren esa pasión –que desafía el mandato de que ese deporte es solo para una élite– a sus hijos, nietos y sobrinos.
Es difícil plantear lo siguiente en una de las ciudades más futboleras del mundo. Suena temerario, aún después de haberlo preguntado varias veces a distintas personas del barrio, incluso de haberlo visto, pero en Stella Maris el golf parece tan popular (o casi tan popular) como el fútbol.

Lugar 1: la canchita
Son las cuatro de la tarde del jueves y faltan palos. Dos pibes en una moto traen una bolsa con refuerzos. Monchi los saca.
–Altos palos –aprueba uno de los 20 chicos y chicas que se juntan alrededor del caddie.
–Son espectaculares –le responde el especialista.
Hay fierros MacGregor, PGA y Blackhawk. La variedad es importante: algunos sirven para pegarle con fuerza y lejos. Otros se usan para toques más sutiles. En el grupo que está en la canchita ya había cuatro o cinco palos y llegan otros tantos, prestados por Daniel, otro excaddie de Stella Maris.
Aunque todavía trabajan de forma muy eventual en algunos torneos, ese oficio que consiste en llevar el bolso con los palos, acompañar y asesorar al golfista quedó en desuso. Monchi empezó a los 10 años. Dice que con el tiempo aparecieron los carritos que son más baratos. Pero también hubo juicios laborales contra los clubes de golf por la informalidad de la relación. Lo cierto es que hace años que esa tarea está en retroceso.
“Éramos por lo menos 40 caddies de nuestra generación”, dice Monchi y eso incluye a Diego Hermosín, de 35 años, el otro profe o coordinador del grupo. “Si contamos a los más viejos somos muchos más, el doble”, calcula Diego, ligado a este mundo desde los 15.
Sair tiene 7 años y Enzo, 8. Prueban unos tiros en esa franja embarrada de la cancha de fútbol sobre José Ingenieros al 8600, corazón del barrio y escenario de uno de los ocho asesinatos ocurridos en 2023, tres en apenas una semana de noviembre. Por ese pico de violencia, en esa zona comenzó la Intervención Barrial Focalizada (IBF) en 2024. Lograron reducir los homicidios a cero y activar programas sociales específicos.
Uno de los pedidos de los vecinos fue de este grupo. “Nosotros practicábamos acá en la canchita y cuando hicieron las obras nos taparon los cuatro hoyos. De ahí surgió el pedido de tener un lugar, un campo de golf”, resume Monchi. Ese espacio enclavado en el barrio no es el mejor. “Igual cuando no hay nadie, todavía jugamos acá”, aclara Diego y cuando dice “acá” marca una diagonal de córner a córner, la máxima distancia posible.

Sair y Enzo fallan en su intento de darle a la pelotita blanca (por suerte para los futbolistas). Los dos dicen que les gusta más el golf que el fútbol. Monchi los alienta, les dice que si practican podrán llegar a ser profesionales. Es el turno de Beza, un adolescente de 15 años con look urbano: camperita negra del Barcelona y gorra alta. Aunque prefiere el fútbol, jugaba de chico con su abuelo en un patio trasero.
El pibe desecha un palo y busca otro. Explica la diferencia: “Este, corte que es para que la bocha salga así (hacia arriba), que levante, y este es para que salga así (recto)”. Diego le pone nombres a esas variantes: pitch y exploder se usan para golpes altos (salir de la arena, esquivar un obstáculo) y el driver es el más largo, usual para iniciar lo más lejos posible.
Beza ensaya dos veces con golpes paralelos que le dan al aire. En el tercero, se enfoca. La bola está sobre un palito que la separa del piso (el tee). Le da suave y llega hasta la mitad de la cancha. “Ahí, ahí”, lo felicita Monchi.

Lugar 2: el parque del playón
Laura Peralta acompaña a los caddies: “Ayudo, junto a los chicos y después nos vamos a tomar una merienda”. Su comedor se llama “El quincho” y está sobre Génova y pasaje Carobera. Alimenta a vecinos de Stella Maris y La Bombacha (la zona más al norte, sobre Schweitzer).
En el comedor hacen uno de los talleres del Nueva Oportunidad, de panificación. La mujer quiere sumar un curso de fútbol y otro de golf: aclara que hay siete chicas interesadas. “Son un montón, muchos más de 20 o 30. Acá faltan los más grandes, de 25 para arriba”, asegura.
El grupo sale de la canchita rumbo al parque del playón. A la izquierda de José Ingenieros al 8600, cruza calle Maradona y a mitad de cuadra se abre un pasillo sin nombre que busca el Ludueña. En ese lugar, vivía Monchi cuando era niño. Iba a la escuela del otro lado del arroyo y ahí veía cómo jugaban al golf. Con sus hermanos mayores empezó a ser caddie y a conocer los secretos del deporte. Cuenta que trabajó para Ricardo González, un profesional reconocido que, como él, empezó de abajo.

A la vera del Ludueña, un basural fue reconvertido. Hay un cerco con alambres donde funciona GreemCompost, la unidad productiva que formaron ocho vecinos. Se capacitaron el año pasado para convertir materia vegetal en abono y hace un mes sumaron una chipeadora.
Del otro lado de ese perímetro, está el playón deportivo de cemento. En el medio, quedó uno de los dos hoyos que usan para practicar con una “bandera” que lo identifica, que en realidad es un tronco de árbol con una bolsa blanca atada.
“Acá tampoco hay lugar, tenés cien yardas (unos 90 metros) entre dos hoyos pero solo para practicar. Además, allá atrás hay casas. Lo ideal sería tener un campo con hoyos y distintas distancias. Lo pido sobre todo por los chicos, con un lugar así sería mucho más fácil reunirlos para enseñarles”, plantea Monchi.

Lugar 3: el sur del Bosque de los Constituyentes
Del otro lado del arroyo, cruzando por Álvarez Condarco, los chicos y chicas se meten en un campito, la parte sur del Bosque de los Constituyentes. Serpentea el Ludueña y tiene media cuadra de ancho hacia el oeste. Monchi abre la ronda. Toma un palo con una base redonda, el driver.
–No se pongan atrás.
Alisa el pasto con una serie de golpes breves. Ensaya con un tiro en falso y después saca un golpe seco, fuerte y rápido. La pelota sale disparada como un misil, por arriba de la copa de los primeros árboles y se pierde en el bosque. El resto ensaya sus golpes ante la mirada de los caddies.
–Es así, bien.
La ronda termina.
–Vamos a juntar las pelotas.

Uno de los que se suma es Franco, 30 años, yerno de Monchi. “Siempre jugué. Ahora con ellos pero de chico con mi padrastro”, dice y cuenta: “A mí me gusta más que el fútbol, porque venís al aire libre, jodés un rato con dos o tres amigos, es más tranquilo y sirve para despejarte”.
“A casi todo el barrio le gusta porque hay muchos caddies. En la canchita armamos partidos por la coca. Pero desde que tengo memoria se juega acá en este parque también”, señala y opina sobre el pedido de contar con un campo con hoyos profesionales: “Estaría muy bueno, además es una oportunidad para que los chicos salgan de la calle y practiquen este deporte. Porque no nos da la plata para ir al Rosario Golf, es la verdad”.

Monchi aclara que no haría falta tocar ningún árbol. “No, son una parte fundamental, el obstáculo en el golf es divertido”, explica. Tampoco sería necesario cortar el césped en todos lados. Solo en el "green" (donde está el hoyo) y hacer un "fairway" (una suerte de callejón limpio y al costado pueden quedar pastizales altos). De hecho, ya comparten el lugar con caballos (no está claro de quiénes son) que mantienen el lugar “limpio” y hasta existe un boyero eléctrico (“es para que no se le vayan los animales”, dicen y normalizan la situación).
Los debates políticos, alejados de las realidades de los territorios, pueden volverse curiosos. La polémica se desató en las últimas semanas sobre la posibilidad de crear un campo de golf social o sustentable, con nueve hoyos o tres, según las fuentes. Eso encendió alarmas lógicas entre los ambientalistas para no afectar esa zona verde pública. Pero nadie cuestiona la presencia de caballos y un cerco con electricidad en esa reserva protegida.

Área de Protección Ecológica y Ambiental
Si bien en el mapa de Rosario el Bosque de los Constituyentes limita al sur con la calle Schweitzer, esa franja de 300 metros donde los vecinos juegan al golf funciona como una especie de “anexo”. Es, en realidad, un “Área de Protección Ecológica y Ambiental del Arroyo Ludueña” (Apea).
Desde la Municipalidad, lo consideran parte del Bosque y afirman que una futura cancha no implicaría afectar la reserva, ni talar árboles (en este caso, una línea de casuarinas; la mayor variedad de especies está al norte de Schweitzer).
El proyecto tampoco cambiaría el mantenimiento que ya realizan (cortan el pasto) y solo implicaría una elevación mínima de tierra para la zona de hoyos. Sería mejorar las condiciones que ya existen en donde practican, aseguran.

La iniciativa existe pero no ingresó al Concejo. Julián Ferrero es el presidente de la comisión de Ecología y Ambiente. Explica que toda la vera del Ludueña es una zona de protección (la Apea 4). Está dividida en dos partes y justo ese punto, calle La República, separa las zonas A y B.
“De La República al este o para arriba, es el sector con más superficie y es conocido como Bosque de los Constituyentes. Pero todos los márgenes del Ludueña forman parte del área”, introduce el concejal de Ciudad Futura y recuerda que en 2024 se amplió la zona de preservación (ordenanza 10.663).
“El bosque es una área castigada que recibe todos los proyectos que no saben donde ponerlos, entonces hubo una fragmentación del espacio que rompe con la función ecológica y social que tiene, con el rol de un suelo absorbente y libre de inundabilidad ante desbordes”, plantea.

Como la idea trascendió pero no se oficializó, su bloque hizo un pedido de informes para conocer las dimensiones de la cancha proyectada, cómo funcionará y, sobre todo, si será un lugar abierto de uso gratuito para los vecinos o una excusa para semi privatizar el área. “A veces estos planes vienen camuflados, se usan como caballito de troya”, dice sobre otros posibles intereses detrás del plan que surgió de los vecinos y que fue elaborado por la mesa de consorcio social con Fundación Rosario y el Rosario Golf Club, entre otros actores.
Monchi sabe de la iniciativa pero no conoce muchos más detalles de la polémica generada. Es padre, trabajador, hace changas de albañilería o jardinería en la cooperativa 7 de Septiembre; y es, además, un amante del golf que le gustaría transmitir lo que sabe a los más chicos: “Es cuestión de enseñarles para que tengan una posibilidad”.
