Una final se abre con un error o una genialidad. Y Lovera prefirió lo segundo, no quiso arriesgar a que la primera opción no ocurriera. Por su jerarquía individual, la que muchas veces quedó solo en una amenaza, todos aquellos que lo vieron debutar en Primera asumían que lo que hizo este sábado para darle el título a Central lo podía hacer con una facilidad notable en cualquier contexto.

Sin embargo, el contexto condiciona. Y el pibe de oro que apuntaba para ser estrella tuvo que pelearla, tuvo que ganarle a las lesiones y debió superar anímicamente los obstáculos que se le pusieron en el camino.  

El chico que nació en Laguna Blanca, en Formosa, llegó a Rosario siendo un niño. Y siendo poco más que un niño, a los 17, debutó en Primera. Todo el mundo lo apuntaba como un crack. Y lo es, pero tuvo altibajos como le suele pasar a los talentosos. 

Jugó en Grecia, volvió a Racing, se fue a Chipre, pero su casa está en Arroyito. Y ahora que volvió, se le nota. En su hogar se empieza a sentir pleno. Tomó la pelota de espalda, en un solo gesto giró, se puso de frente y encaró. Le salieron cuatro marcadores, metió un caño y siguió. Cuando pisó el área definió con zurda y maestría. 

Un gol que quedará en la historia. Un grito que se recordará para la posteridad. No solo por el gesto técnico, por la velocidad o el toque, sino por el contexto. Maximiliano Lovera quedará en el recuerdo por este gol que le dio el título a Central una noche de diciembre de 2023.

El 16/12 será recordado como el día en el que se cumplió la profecía. Lovera estaba destinado a darle grandes alegrías al Canalla y, si bien ya había sido campeón en 2018, esta es toda suya. De crack, del crack que se anunciaba y que un día llegó.