“Está mal lo que hizo”, dijo Melina Gigli, docente de la escuela Carlos Fuentealba del Barrio Santa Lucía a la que asistía Ezequiel, el joven de 21 años que murió tras electrocutarse, cuando intentaba robar cables de luz; "pero no quiero que lo recuerden así”, pidió en un posteo viralizado, en el que rescata a su exalumno y remarca su condición de extrema pobreza. Pero la catarata de posteos en las redes festejando la muerte del muchacho, ya se había desatado. La maestra lloraba por la muerte de su exalumno y también por los mensajes de burla, desprecio y celebración de su muerte, que leía en las redes. ¿A quién le sirve la escalada de odio? ¿Cuál es el límite? ¿Quién dice «basta»? ¿Cómo se revierte? En diálogo con Rosario3, dos analistas evalúan el aumento de la violencia en la sociedad occidental y su vidriera más expuesta: las redes sociales.

“Las redes ocupan un lugar importantísimo y central y modificaron drásticamente muchas de las maneras de comunicarnos, especialmente, la comunicación política. Estamos en un momento de mucha encrucijada en relación con los modos en que los ciudadanos nos informamos y participamos de la discusión pública. En un primer momento, las redes surgieron como un ámbito propicio para el debate, que democratizaba la palabra; pero desde hace un par de años se transformaron. Hoy son un lugar bastante tóxico, agresivo y violento que, paradojalmente, produce un progresivo desgaste de aquella posibilidad de debate público”, explica Abelardo Vitale, consultor político y director académico de Comunicación Política en la Universidad de Buenos Aires (UBA).

El caso del joven electrocutado y la multiplicación del odio en las redes

El impacto de lo ocurrido en Rosario trascendió los límites de la ciudad y generó una andanada de comentarios. Muchos de satisfacción por la muerte del joven; otros tantos de tristeza por su trágico final y también de indignación por las expresiones racistas y clasistas con que aquellos festejaron el hecho y replicaron el video del joven herido de gravedad, horas antes de fallecer. 

“En esa situación particular –opina Vitale– leer determinados comentarios es muy chocante y preocupante. La impunidad que uno siente al estar detrás de un teclado y no cara a cara con otra persona manifestando esa opinión, permite ciertas libertades que en sociedades más homogéneas se autocensurarían. Lo que se está produciendo en redes sociales –agrega– es una ampliación del marco de lo decible. Aquellas cosas que se suponía que como sociedad no podíamos manifestar porque había un autocontrol, ahora, con este anonimato y el corrimiento de los márgenes, salieron a la luz. Y no son sólo personas anónimas las que escriben. También lo hacen algunos con su nombre y apellido. Incluso hubo un muy famoso periodista de Buenos Aires que tácitamente festejó la muerte del chico”, explica Vitale.

Pero estas tendencias no son propias ni originales de nuestro país. Se están registrando en todo occidente. Estados Unidos con Donald Trump; Brasil con Jair Bolsonaro y ahora, Argentina. Según los analistas, el propio algoritmo está favoreciendo posiciones extremas, violentas y de ultraderecha muy antidemocráticas.

Los bots operan a través de un mecanismo de inteligencia artificial denominado "polarización sentimental".

Otra opinión calificada sobre el tema, es la de Ariel Garbarz, ingeniero en electrónica y telecomunicaciones, especialista en inteligencia artificial, docente e investigador, quien señaló que "la polarización (o grieta) que existe está altamente promovida, aunque no se lo vea, por comentarios en las redes, que no pertenecen a personas, sino a bots".

Estos bots (softwares diseñados para interactuar con las personas de manera automática, respondiendo de forma repetitiva en la red) "operan a través de un mecanismo de inteligencia artificial que se denomina polarización sentimental –explica el ingeniero–. Se trata de algoritmos que buscan palabras o expresiones clave que, según el target de cada sector social, provocan odio hacia otro sector determinado”.

“Aunque además –aclara– hay personas de determinados sectores que, fruto de la polarización de las clases sociales, culturalmente odian a personas de clases más bajas que cometen algún delito (incluso un delito menor como el de robar cables) y piden para ellos, penas como si hubieran matado a una persona. Ante estas situaciones –apunta– los algoritmos permiten efectos mucho más rápidos”.

Los algoritmos buscan palabras o expresiones clave que, según el target de cada sector social, provocan odio hacia otro sector determinado.

¿Cómo poner límite a la violencia sin restringir la libertad de expresión?

Ambos analistas se cuestionan acerca del balance entre participación, libertad de expresión y derecho a no ser hostigado o violentado verbalmente por otros, y plantean, además, los riesgos de que la violencia verbal pase a otra instancia más explícita.

“Lo que debemos preguntarnos –dice Vitale– más allá de la posición política de cada uno, es cuáles son los límites y cuándo la propia sociedad le va a poner límite a esto, porque si no, vamos camino a una polarización cada vez mayor, a unos niveles de violencia que por ahora son discursivos y verbales (pero no solamente) y que son muy preocupantes para la vida democrática. Las redes sociales y los medios masivos –asegura– tienen responsabilidad en esto”.

Hay mucha discusión al respecto: ¿se puede censurar? ¿se pueden controlar las redes? “Frente a esta pregunta –plantea– chocan distintos derechos: el derecho a la libertad de expresión y los derechos de los afectados por la violencia sistemática que circula en las redes. Y esto tiene un contenido político. No casualmente, la red más politizada, X (ex Twitter), que fue comprada por Elon Musk, tiene posiciones de ultraderecha explícitas. Entonces, su mecanismo, del cual él es propietario, favorece abiertamente estas posiciones”.

Ahora, los primeros comentarios quedan arriba de la lista; entonces, si en un posteo los primeros comentarios son violentos, quedan mejor posicionados y arrastran al resto.

“Antes –dice– los comentarios en los posteos se apilaban en orden cronológico. Entonces, cuando una persona –especialmente quien tiene posicionamiento público– hacía un posteo, el primer comentario quedaba debajo de todo. Pero eso cambió. Ahora, los primeros comentarios quedan arriba y encabezan la lista; entonces, si en cada posteo los primeros comentarios son de contenido violento, agresivo o insultante, quedan mejor posicionados y arrastran al resto”.

¿Cuánto incide esta modificación del sistema en la posibilidad de emitir opiniones respetuosas o que vayan en sentido contrario a la violencia que encabeza la lista de comentarios? A juzgar por lo que se lee en las redes, podría decirse que influye bastante, porque muchas personas al leer semejantes insultos y palabras cargadas de odio, se autoexcluyen de participar, para evitar ser insultados ellos también. De modo que a simple vista, lo que predomina es el contenido violento, sin matices.

Ahora, ese contenido violento ¿es representativo de lo que piensa y siente la mayoría de la sociedad?

No son pocas las personas que admiten haber abandonado las redes sociales, agobiadas por este clima beligerante y agresivo que crece día a día, y otras muchas permanecen en ellas, pero dejaron de interactuar para no ser blanco de descalificaciones y agravios.

En relación con las redes y su incidencia en el manejo de la opinión pública, Garbarz señala: “Está muy avanzada la tecnología apuntada a generar sujetos sociales que sostengan dictaduras tecnofeudalistas como la que estamos viviendo con (Javier) Milei, aplaudidas por los sectores de ultraderecha de todo el mundo. Acá –asegura– hay que trabajar en dos planos: el de saber y el de denunciar cómo operan estos dispositivos que buscan aumentar cada vez más la grieta ya existente e instalar ese sujeto social que vota y luego sostiene a gobiernos con estas características”.

Hay momentos en que la propia sociedad dice «hasta acá» y establece nuevos pactos de convivencia.

Lo que viene

Vitale admite que se trata de un escenario muy complejo, pero al mismo tiempo añade: “No sé si se puede sostener mucho tiempo, porque las sociedades llegan a un punto en que deciden frenar la barbarie y dicen «hasta acá». Yo tengo la esperanza de que eso suceda. La historia demuestra que la humanidad ha tenido una innumerable cantidad de barbaries y seguramente las seguirá teniendo; pero también nos demuestra que hay momentos en que esa propia sociedad dice «hasta acá» y establece nuevos pactos de convivencia”.

Por su parte, Garbarz asegura: “El límite y la posibilidad de revertir lo que está sucediendo dependerá de que se ganen las calles, y que las calles se impongan sobre las redes sociales. Así como hemos perdido la batalla en las redes sociales, es totalmente posible la recuperación. Y habrá que buscar nuevas estrategias de militancia para descolonizar la subjetividad de ese sujeto social que sostiene al tecnofeudalismo”.

Las nuevas estrategias deberán incluir un nuevo lenguaje que sea fuertemente emocional y débilmente racional, en las redes.

Explica que la militancia de los '70, '80, '90 y 2000 sigue todavía con las viejas estrategias de concientización y movilización que están absolutamente cuestionadas y demostraron su fracaso, dando lugar a un gobierno de ultraderecha.

“El debate se debe dar en la militancia para reconstruir las tácticas y estrategias de lucha que ya no pueden ser las mismas, y que deberán incluir un nuevo lenguaje que sea fuertemente emocional y débilmente racional, en las redes. Esto –reconoce– es algo que cuesta mucho instalar porque hay una cultura militante de que lo racional es lo prioritario”.

Podemos tener distintas posiciones y pelearnos, pero hay cosas a las que no debemos volver.

Sobre el diagnóstico y el devenir, Vitale desliza: “Creo que el mundo en general está demasiado loco. Todos estamos más locos que hace unos años. Creo que la pandemia tiene efectos que todavía no somos capaces de dimensionar, en este aspecto, y al mismo tiempo, existe un desmesurado poder económico y mediático en pocas manos, por parte de gente que está un poco chiflada. Aún así –sostiene– tengo la expectativa y la esperanza de que retomemos ciertos hábitos que son tan fundantes en la Argentina, después de la dictadura, como los valores democráticos, los del respeto, los del debate con altura. Después, por supuesto que podemos tener distintas posiciones y pelearnos, pero hay cosas –subraya– a las que no debemos volver”.