Momento único del partido. Unico por lo importante y único porque fue el único. Era un 0 a 0 clavado, pero Velázquez lo baja a Martínez Dupuy cuando se iba hacia el arco y Falcón Pérez sanciona la infracción y amonesta al paraguayo. Jugada de apreciación, pudo ser roja. En el clásico no pasó nada, absolutamente nada. Pero Malcorra le entra como los dioses, Hoyos no reacciona y la pelota se cuela en el ángulo izquierdo del arquero: golazo y triunfo de Central. Lo que no pudieron antes no lo podrían hacer después más allá del envión por impulso y por obligación de Newell’s.

¿Justo? Por supuesto, fue la única jugada de gol del partido y Malcorra juega para Central. Entre algodones por estos días, pero se viste de azul y amarillo.

El clásico mostró el mal momento de ambos, la pobreza futbolística de ambos, pero qué le importa a Central que agrandó la paternidad. Lo tiene alquilado, de hijo, de nieto casi.

Hay dos elementos para explicar el triunfo auriazul: Malcorra y la paternidad que arrancó cuando Central volvió de la Primera Nacional y parece no tener fin.

Antes del momento Malcorra sólo hubo un remate desviado desde la puerta del área de Ferreira que pasó cerca y otro de Lovera adentro del área que le dio arriba porque el control fue largo tras un temerario rechazo rojinegro hacia el medio del área.

Central hace un culto de sus partidos en Arroyito, es un bastión inexpugnable y el que mantiene la esperanza de algún premio, llámese clasificación a copas, al final de la temporada.

Por supuesto que a la gente canalla le importará muy poco, pero los dos debieron irse preocupados por la extensión del flojo momento futbolístico. Es muy difícil imaginarlos protagonistas en los tiempos que corren.

Ahora resta saber cómo impacta el resultado en unos y otros. ¿Lo aprovechará Central? ¿Podrá sobreponerse Newell’s?

Hay algo en común: deben mejorar muchísimo para entreverarse en el campeonato y tener aspiraciones a la altura de sus historias.

Por unos días será exclusivamente euforia auriazul. Como casi siempre.