Liliana González no anda con vueltas ni recurre a eufemismos para explicar lo que ve. Quizás sean sus 50 años de consultorio, trabajando con chicos de varias generaciones, los que le permiten a la reconocida psicopedagoga cordobesa entregar definiciones tajantes en su diagnóstico sobre cómo la tecnología y las pantallas han irrumpido con fuerza en el seno de las familias argentinas, dañando su universo de relaciones y generando un marcado desmedro en la calidad de la crianza de nuestros hijos, con el consecuente impacto en sus capacidades para relacionarse y aprender, afectando incluso su desarrollo escolar.

Por eso, aunque la frase parezca fuerte, González pide que se tome en serio la crianza de los más chicos: “Que tengan hijos los que quieran tener de verdad y los que les van a poder dar lugar y tiempo. Si el chico es alguien que no me tiene que molestar y lo voy a adormecer con una pantalla para que no me fastidie, vamos mal”, dijo en diálogo con el programa Punto Medio (Radio 2).

La tecnología, un tsunami que arrastra todo

 

La especialista en desarrollo infantil, que el 3 de julio llegará a San Lorenzo con su charla Dis+POSITIVOS, admite que en términos de crianza y educación “la batalla es fuerte y hay que darla, porque la tecnología llegó para quedarse: cada vez habrá más opciones y nuestros chicos las tendrán a su disposición. El tema es cómo prevenir los riesgos de permitirles a los niños tener tecnología en los primeros años de vida, cuando el psiquismo todavía no está preparado para tanta información, y qué ocurre cuando la vida pasa por las pantallas”.

González observa que los chicos de hoy en día tienen cada vez más problemas de socialización. “Por supuesto que no se puede generalizar, porque hay chicos que después de la escuela tienen deporte, teatro, música, etcétera. Y esos chicos tienen otros grupos de socialización y otros intereses. El tema es cuando, terminada la escuela, lo único que hay es soledad y una pantalla. Ahí está el peligro”.

Hay que tratar de evitar que la vida entera de ellos pase por ahí. Por más que me hables maravillas de la tecnología, la vida no pasa por las pantallas; el sentido de la vida no está ahí, al amor no lo encontrás en la pantalla, porque por más que te enamores por Tinder, te faltará siempre el encuentro real. Y el primer paso que debemos dar los padres es reconocer nuestra propia adicción a la tecnología”, afirma la profesional del aprendizaje.

El impacto en su crecimiento emocional e intelectual

La referente en educación insiste: la tecnología no es el enemigo, pero el problema empieza cuando se la ofrece sin filtro, sin contexto y, sobre todo, sin la mediación de un adulto presente. “La tecnología es una herramienta maravillosa. Pero no es lo mismo pensarla a los 18, a los 20 o a los 40 que a los 3 años. Es inaceptable pensarlo como si fuera lo mismo”, advierte. “Al principio, a los chicos les damos martillitos de juguete para que aprendan a martillar hasta que, en algún momento, llega el martillo de verdad, ¿no? Bueno, acá les estamos dando el martillo verdadero desde el inicio”.

Según González, los niños pequeños no tienen el aparato psíquico ni simbólico desarrollado como para entender todo lo que tienen al alcance de un botón. “Y no te lo digo desde los libros: te lo digo porque hace 50 años que atiendo a niños y adolescentes en consultorio, y se ve el cambio de una forma muy impresionante”.

La especialista enumera las consecuencias visibles de esa exposición prematura: “Hay chicos que no entienden lo que leen, que no resuelven problemas matemáticos, que no quieren ir a la escuela, que se aburren, que tienen anteojos por problemas visuales, de columna, obesidad por sedentarismo, problemas de amistad, resistencia a la lectura, problemas de sueño… La verdad que son un montón de problemas que aparecen cuando les damos los dispositivos tempranamente”.

Liliana González estará en San Lorenzo el 3 de julio con "Dis+POSITIVOS"


Para González, el lenguaje y el juego simbólico son dos pilares fundamentales que se ven claramente alterados. “Darles las pantallas muy temprano, antes de que se instaure el lenguaje, no es apropiado. Antes de que los chicos hablen, deberían tener cero pantallas. Porque eso les destruye el aparato simbólico. Y el aparato simbólico se construye sin imágenes. Cuando vos tenés imágenes, no simbolizás nada”.

Y lo explica con un ejemplo simple y efectivo: “Si mirás a tu alrededor ahora mismo, todo lo que vayas a ver es fruto de la percepción. Pero si yo te digo que te imagines estando ahora mismo en Cancún, tomando un daiquiri abajo de una palmera y observando el mar… ¿te lo imaginaste? Bueno, ese es el aparato simbólico. Para poder simbolizar, se tiene que ir la imagen. Si está la imagen, solamente percibís. Entonces, cuando a los chicos los saturás de imágenes y no los dejás aburrirse un rato, que piensen, que inventen un juego, que dibujen, entonces se destruye el aparato simbólico”.

El ejemplo empieza por casa

González resalta que el primer paso lo debemos dar los adultos. “Si yo llego a mi casa y no puedo dejar el celular adentro de un cajón para conectarme de verdad con mi hijo, mirarlo a los ojos, decirle cuánto lo quiero, preguntarle qué hizo ese día, a qué quiere jugar… si no tengo media horita para disfrutar con él, estamos en problemas. Si no puedo dejar el celular ni cuando almuerzo ni cuando ceno, le estoy diciendo que ese objeto es muy valioso para mí. Y toda la vida los chicos han querido tener lo que tienen sus padres en las manos. Hoy, lo que tienen sus padres en la mano es el celular”.

Y sentencia: “Lo primero que tenemos que hacer nosotros es un reseteo digital. Llegar a casa y dejar el celular a un costado. Porque si no hacés ese reseteo, te estás perdiendo la crianza de tu hijo: la crianza ‘gozosa’, esa crianza saludable que después te va a dar tantas satisfacciones cuando sean grandes”.

El mito de los “nativos digitales”

 

González también cuestiona uno de los lugares comunes más repetidos en relación con los niños y la tecnología: “Es mentira que los chicos de hoy nacen nativos digitales. Eso es absolutamente improbable porque el cerebro, según las neurociencias, demora cien años en cambiar. Y no hay cien años de diferencia entre mis hijos y yo. Entonces no nacen nativos digitales. Porque entonces, ¿la gente que no tiene Wi-Fi, qué sería? ¿Nativos no digitales?”.

Y comparte una experiencia reciente para reforzar su argumento: “El otro día fui a una escuela en San José de las Salinas, donde no tienen Wi-Fi. Y vos vieras la risa de los chicos, los abrazos cuando salían de la escuela, la camaradería, las risas, los saludos a nosotros que éramos extraños. Y yo digo: ‘Dios, ¿qué pasó en este lugar?’. Y hace dos meses que llegó el Wi-Fi, así que todavía no sienten el impacto de la tecnología en la socialización”.

¿La escuela tiene la culpa?

En esa línea, también se pregunta por el rol de las familias en los resultados de las evaluaciones educativas: “Cuando llegan esas estadísticas, las pruebas PISA o Aprender, que dicen que en tercer grado dos de cada tres chicos no entienden lo que leen, o que salen del secundario sin comprensión lectora, aparece un análisis muy simplista, que es echarle la culpa a la escuela. ‘Qué mal que está la escuela, los docentes que no se capacitan, los métodos no sirven’. Pero no es así, esto empezó mucho antes: empezó con este chiquito de cuatro años que no hablaba. La lectoescritura es una prolongación del lenguaje. Entonces, primero me tengo que asegurar de que el niño hable en tiempo y forma, que se llene de palabras y llenarlo nosotros de cuentos para que algún día le interese la lectoescritura”.

Por eso, la voz de Liliana no apunta solo a docentes: interpela a todos los actores del ecosistema familiar. “Este es un tema de todos. E incluyo a los papás y a los abuelos, aparte de los docentes. Los abuelos, por ejemplo, tenemos una linda misión, que es contar cosas que no están en las pantallas. En la pantalla no está cómo se conocieron los abuelos, cómo era papá cuando iba a la escuela”.

“El problema es que los maestros de nivel inicial dicen que están llegando niños en estado salvaje, prácticamente sin educación, que muerden, que tiran el pelo, que hacen bullying, que escupen… Entonces, ¿cómo hacés para que ese niño, que todavía no aprendió lo básico de la cultura, se interese por la lectura? La familia tiene que entregar niños educados. Niños que pidan permiso, que distingan el recreo del aula”, reclamó.

Límites sin prohibición y crianza gozosa

La psicopedagoga reconoce que no se trata de demonizar las pantallas, sino de ponerles límites: “No se trata de prohibir. Quizás sí de decirles ‘una horita por día’ y después de los 4 o 5 años. Una horita por día, más las horas que están en la escuela, más algún deporte que hagan, más un poco de aburrimiento… y ya llegó el tiempo de bañarse e irse a dormir. Tampoco es tan difícil”.

“En los niños no es nada difícil el diálogo. Si no ponemos las pantallas en el medio, a los chicos les encantan las preguntas, la conversación”, concluye. Y vuelve a la idea que atraviesa toda la entrevista: “No se trata de decirle ‘no’ a la tecnología, se trata de dársela de a poquito, ir viendo los resultados y los impactos en ellos. Si te das cuenta de que tu hijo no habla, ¿encima le vas a dar tecnología? Si no tiene un amigo de carne y hueso, si llega un amiguito a la casa y no sabe a qué jugar ni cómo jugar, ¿le vas a seguir dando el Fortnite?”, se pregunta.

Y concluye con una diferenciación entre responsabilidad y gozo en la crianza: “La crianza responsable no alcanza: yo soy una fanática de la crianza gozosa. Por eso digo: que tengan hijos los que quieran tener de verdad y los que les van a poder dar lugar y tiempo. Si el chico es alguien que no me tiene que molestar y lo voy a adormecer con una pantalla para que no me fastidie, vamos mal”.