En materia de seguridad vial, las estadísticas de la provincia de Santa Fe tienen mucho para decir sobre la peligrosidad de subirse a una moto. Y ni hablar de hacerlo sin el casco o, lo que es lo mismo, mal colocado. Van tres ejemplos:
- En el 51 % de los siniestros viales con fallecidos hubo participación, al menos, de un motovehículo.
- 7 de cada 10 motociclistas fallecidos en choques no llevaban el casco bien colocado al momento del accidente.
- El 80% de las personas que sufren accidentes a bordo de una moto y llevan el casco correctamente colocado salen ilesas.
Aún así, es muy frecuente observar por las calles de la ciudad a miles de motociclistas con la cabeza desprotegida, con el casco colgando del antebrazo o montado sobre la cabeza pero desabrochado, algo que según Laura Lobo, especialista en seguridad vial, es absolutamente inútil.
“El casco cuida el órgano más apreciado de nuestro cuerpo, que es el cerebro, porque los traumatismos de cráneo a la velocidad que uno desarrolla en una moto son realmente muy riesgosos. El casco tiene una forma para ser utilizado y es clave que esté abrochado, porque justamente es lo que lo contiene en ese momento de tanta energía desplazada que se genera en un hecho de tránsito”, indicó.
Una anomia bien argenta
Lobo, también coordinadora general de la Dirección de Educación y Comunicación de la Agencia Provincial de Seguridad Vial, cree que el desapego a las normas de tránsito que salta a la vista en las calles de Rosario responde a un patrón identitario que nació en las épocas fundacionales de nuestro país y que se derrama a diversos campos de nuestra vida como sujetos sociales.
“Un jurista argentino llamado Carlos Nina investigó por qué tenemos este desapego hacia las normas, que empieza ya en la época de la colonia. Por ejemplo, acá en Rosario en esa etapa había un puerto paralelo. Había una legalidad paralela ya en tiempos del virreinato del Río de la Plata. Y eso se hizo algo cultural. Todo el tiempo podemos ver imágenes de desapego a las normas en todos los planos de nuestra vida. Incluso, a veces, hasta naturalizamos esas legalidades paralelas. Y en materia de tránsito es una anomia boba, porque perjudica directamente a quien está incumpliendo la norma”, comentó en el programa Punto Medio (Radio 2).
En seguridad vial, el principal perjudicado es quien infringe la ley porque pone en riesgo su vida, además de las de los demás. “Quizás también tenga que ver con que no haya muchas consecuencias al incumplimiento de la norma. Eso fue alimentando una cultura del ‘no me va a pasar’ que hoy nos hace naturalizar y no cumplir las reglas de tránsito sin que el riesgo nos parezca evidente. Y hay un verdadero problema con el ‘no me va a pasar’, porque en este tema la evidencia nos indica que sí pasa. Casi el 50% de los siniestros de tránsito tienen una moto involucrada: quedan personas fallecidas u otras con serias lesiones y sin embargo vemos cotidianamente personas que manejan motovehículos sin el casco puesto”, reflexionó.

“Tenemos una cultura anómica en todos los sentidos de nuestras vidas. Lo que ocurre es que hay normas que nos trascienden: o sea, hay leyes que se imponen de todos modos, que son las leyes de la física. Y el caso del casco desabrochado es una de ellas: por más que creamos que transgredimos y que zafamos, cuando se produce un choque y nuestro cuerpo se detiene, el casco seguirá a la misma velocidad por efecto de la inercia y se saldrá rápidamente de nuestro cuerpo. O sea, llevar el casco desabrochado es lo mismo que no llevarlo”, alertó la especialista.
Y añadió: “Las estadísticas indican claramente que cuando las personas tienen puesto el casco correctamente, en un 80% de los casos salen ilesas de los hechos de tránsito; pero cuando no lo tienen correctamente puesto, es a la inversa: en más de un 80% de los casos tienen lesiones irreversibles o pierden la vida”.
El lugar preponderante de la moto en la ciudad
Según los últimos datos oficiales, hay más de 200.000 motocicletas en el parque automotor rosarino (de alrededor de unos 600.000 vehículos), lo que les da un lugar de preponderancia en el sistema de tránsito y, por ende, una alta presencia en los siniestros que se producen en una ciudad populosa como la nuestra.
“Tenemos también toda una historia en relación a cómo llega la moto y se instala en nuestra cultura. A partir de los años 2000 y 2010 se promovió mucho el consumo de la moto: en un momento se vendían hasta en los supermercados. Es algo a lo que se accede rápidamente y no hay mucha consciencia de la responsabilidad que significa tener una moto”, manifiesta Lobo.
“En épocas de crisis económica inmediatamente se vuelve a la moto porque es un vehículo barato, en el cual uno se puede movilizar con mucha fluidez, pero esa llegada a la moto no viene de la mano de una real formación de quien la va a conducir. Y muchas personas utilizan el motovehículo no sólo sin demasiada experiencia, sino hasta sin licencia. Por eso hay que sistematizar acciones, porque la situación es muy grave”, agregó.
En el rubro de motociclistas, los ‘delivery’ tienen una alta representación. Y si bien es incorrecto e injusto generalizar, muchos de ellos muestran al conducir una intrepidez que raya en la inconsciencia. “Lo de los ‘delivery’ tiene su lógica: sus acciones son gobernadas por pautas relacionadas al trabajo que están realizando, con el beneficio de ganar tiempo que se impone a la lógica del cuidado, a la toma de consciencia del riesgo al que se están exponiendo. No lo ven, no lo perciben y es realmente muy alto. Y muchas veces hacen maniobras muy peligrosas".
La funcionaria cree que no basta sólo con controlar: “Rosario es la ciudad que más controla a las motos de toda la provincia. Quizás faltarían aún más controles, sí, pero con una anomia tan generalizada, donde todos hacen lo que les parece, tendría que haber un plan más integral que sancionar o sacar la moto para poder, en forma conjunta, instalar nuevas pautas de cuidado y una cultura vial diferente para las personas que utilizan motovehículos”.
Metételo en la cabeza: el casco salva vidas
Hay pocas conductas tan decisivas en la vida de los seres humanos como usar casco o decidir no hacerlo: “El casco es un dispositivo tecnológico de avanzada. Y las investigaciones y los avances tecnológicos permitieron que se vuelva un producto que permite preservar la vida. Es así de sencillo: si no te lo ponés, un golpe te puede matar”, sentencia Lobo.
Para empezar, hay que exigirlo al momento de la compra: “Hay una ley que establece que cuando se compra una moto, se debe entregar con un casco. La moto se compra con el casco. En algunos negocios van a hacer la vista gorda, pero si como consumidor de la moto se exige, el comercio tiene que entregar un casco coherente a esa moto”.
En cuanto a qué pautas tener en cuenta a la hora de elegir un casco, la funcionaria entregó algunas importantes: “Hay cascos que están homologados y hay cascos que no. Hay cascos que se venden sin siquiera tener garantía de nada: o sea, ni siquiera sabemos de qué material están hechos. Para que un casco sea realmente seguro tiene que estar homologado por las normas IRAM y tener su número de CHAS (Certificado de Homologación de Autoparte de Seguridad), que son las que garantizan que se hicieron las pruebas correspondientes de los materiales que están hechos y que va a soportar el impacto que tienen que soportar para ese tipo de circunstancias”.
Otro dato a tener en cuenta: la fecha de caducidad. “Esos cascos tienen vencimiento y muchas personas no lo saben. Si un casco está vencido, ya no cumple la misma función. En general tienen la fecha de vencimiento impresa y, si no, se calculan unos 5 años después de la fecha de fábrica”.
“De la misma manera, si ese casco sufrió un golpe (por ejemplo, se te cayó de la mesa) ya no podrá cumplir la función porque que están preparados para absorber un solo golpe. Es un objeto muy delicado y entonces ya deberías reemplazarlo”, agregó.
Otro detalle no menor: “Los cascos que deben usarse son los que cubren toda la cara y la parte de atrás hasta la nuca. Después hay otros que, por más que estén homologados, no son tan seguros como los que están abiertos en la parte de la cara. La homologación tiene que ver con los materiales, con que pueda cumplir una función, pero no con el diseño: y si son abiertos y vos te llegás a golpear del lado de la cara, también podés sufrir una lesión muy grave”.
Y uno más: el tamaño sí importa. “Los cascos tienen que tener el talle de la persona que lo use. O sea, son una prenda de uso personal. No podemos compartirlo porque la tecnología del casco se adapta a una sola cabeza. Por ejemplo, que los niños lleven un casco de una persona más grande puede provocarles lesiones cervicales. De hecho, los niños no pueden viajar en moto hasta los 10 años por su contextura física, porque son frágiles y no pueden soportar las lesiones de la misma manera, no tienen tejidos duros como nosotros si nos golpeamos en el pecho o en el abdomen. Llevar niños en la moto es una de las cosas más riesgosas y sin embargo es moneda corriente”.