La noticia tecnológica y financiera de la semana fue incuestionablemente la compra de Twitter por parte del magnate tecnológico Elon Musk, quien ahora suma esta plataforma de networking social y microblogging a una cartera de empresas que va desde la industria espacial hasta las interfaces cerebro-computadora. El multimillonario acordó pagar US $44.000 millones por una empresa que, con 465 millones de usuarios activos, ni siquiera se encuentra entre las 10 más populares del globo. Musk aportará casi 95 dólares por cada usuario de Twitter, un monto bastante alto si se lo compara con adquisiciones similares: cuando Microsoft compró LinkedIn en 26.200 millones de dólares, pagó unos 65 dólares por usuario; mientras que Facebook adquirió Whatsapp en 19.600 millones de dólares, desembolsando el equivalente a 39,6 dólares por cada uno de los 500 millones de usuarios que la aplicación de mensajería tenía en ese momento.

Independientemente de los cambios que el nuevo dueño busque implementar en Twitter, sea esto garantizar la libertad de expresión, transparentar el algoritmo o terminar con los bots, nadie realiza una inversión tan importante si no espera obtener una futura rentabilidad.

Entonces, ¿qué es lo que Musk está comprando? Información. Específicamente, la información generada por cada uno de los usuarios, no solo cuando interactúan en la plataforma, sino -como lo hacen Google, Meta, Amazon y otras- con tu actividad fuera de ella. Tu nombre y apellido, tu dirección de correo electrónico, tu número de teléfono, donde vivís y dónde trabajás, quienes son tus contactos, con cuáles de estos contactos mantenés vínculos más estrechos, qué vídeos mirás y durante cuánto tiempo, qué avisos publicitarios observás con mayor atención, tu historial de navegación, tus compras, tu actividad en la web y en otras aplicaciones, junto a varios datos más, son recogidos incluso cuando no estás utilizando tu teléfono. Y en el caso específico de Twitter, tu reacción en tiempo real a diferentes eventos, opiniones y noticias de trascendencia. Un efectivo termómetro social supercargado.

Elon Musk compró Twitter por 44 mil millones de dólares

“Si no pagas por el producto, es porque tú eres el producto”. La frase, aunque remanida, no deja de ser menos cierta. Desde la adopción masiva de Internet y el uso generalizado de smartphones, la producción y almacenamiento de datos registrables es mayor que nunca antes en la historia. Un gran porcentaje de la población mundial participa en redes sociales y la información recogida a través de estas plataformas dio nacimiento a una nueva clase de activos: los datos personales y su minería. Los campeones del mundo en esta disciplina son, indiscutiblemente, Google, Meta y Amazon; entre las tres absorbieron el 74% del gasto publicitario digital global durante 2021, dinero dedicado a mostrarnos avisos dirigidos específicamente a nuestros gustos y necesidades.

¿Cómo es que estas empresas saben tanto de nosotros? Esencialmente, hay cantidad de datos que entregamos de manera voluntaria cuando nos registramos en una red social y aceptamos -generalmente sin leer- los términos y condiciones del servicio. Allí compartimos información personal como la música y las películas que nos gustan, qué equipo de fútbol alentamos, comentamos nuestros pasatiempos y compartimos vídeos y fotos etiquetando a nuestros amigos.

A partir de nuestros “me gusta" en Facebook, Instagram, Twitter, Pinterest, Spotify, Netflix y búsquedas en Google, estas plataformmas pueden inferir nuestra edad, sexo, orientación sexual y política, grupo étnico, si trabajamos o estamos en la búsqueda de empleo, nuestra situación socioeconómica y si estamos casados o solteros. Además, gracias a los servicios de localización de nuestros dispositivos, estas empresas pueden saber dónde estamos en todo momento, qué comercios frecuentamos, si estamos con algún amigo o salimos de viaje. Con todos estos datos alimentamos algoritmos que, prediciendo nuestras intenciones, parecieran leernos la mente al momento de mostrarnos publicidades de productos que ni siquiera llegamos a buscar, pero en los que estuvimos pensando.

Con nuestros datos alimentamos algoritmos que predicen nuestras intenciones

Como unos Hansel y Gretel digitales, con cada interacción online vamos dejando un pequeño rastro de datos que son devorados por los pájaros del Big Data. Una compra con tarjeta de crédito, un comentario en un foro o un simple click para entrar a esta nota no nos parecen gran cosa, sin embargo son utilizados por sistemas de Inteligencia Artificial y Procesamiento del Lenguaje Natural para predecir nuestras futuras decisiones. En algún rincón del mundo, en este momento hay un sistema computacional que sabe con certeza que preferimos el mar a la montaña, el rock clásico sobre el trap, la cerveza antes que el vino y a qué candidato político votaremos en las próximas elecciones.

Probablemente el interés de Elon Musk en Twitter no tenga tanto que ver con el marketing online y la venta de publicidad, sino con la posibilidad de comprender y anticiparse al comportamiento de las personas a partir de la interpretación de sus datos e ideas. En sus hechos, Musk se muestra dinamizado no por el progreso económico, sino por resolver algunos problemas que afecten el futuro de la humanidad.

Con cada interacción online vamos dejando un pequeño rastro de datos

Hacerla una especie multiplanetaria a través de la colonización de Marte con Space X, alentar el transporte sustentable con Tesla o conectar la mente directamente a la Inteligencia Artificial a través de Neuralink, su empresa de implantes cerebrales. O tal vez no, quizá solo es un Lex Luthor de carne y hueso, un magnate desquiciado con planes secretos de dominación al que solo le faltaba acceso a nuestros datos para su proyecto. Lo que termine siendo, no falta mucho para enterarnos.