Es suficiente con contemplar la Luna apenas unos segundos para que nuestra mente se sumerja inevitablemente en un estado de asombro y reflexión, dando lugar a los pensamientos más fundamentales y profundos sobre el origen de la vida, el propósito de nuestra existencia y los misterios aún no revelados del cosmos. Es que esta esfera rocosa, cubierta de polvo y cráteres, que orbita imperturbable nuestro planeta desde hace unos 4.500 millones de años, ha cautivado a la humanidad a lo largo de los siglos, convirtiéndose en el tema central de cantidad de leyendas, relatos, y canciones. 

Sin dudas, una presencia tan misteriosa como fascinante en el cielo nocturno estaba destinada a convertirse en el objetivo natural del insaciable afán exploratorio del ser humano. Y así sucedió. Primero, fue observada a simple vista pero con mucha paciencia por asirios y babilonios,  quienes utilizaron los conocimientos adquiridos para medir el tiempo y predecir eclipses. Luego, ya con ayuda de un telescopio, por el inglés Thomas Harriot, quien dibujó mapas detallados de la cara visible de la Luna algunos meses antes que Galileo. 

Bocetos de la Luna realizados por Galileo.

Pero la exploración propiamente física de nuestro satélite natural comenzaría recién 250 años después, con el lanzamiento de la sonda Luna 2, por la Unión Soviética. Esta fue la primera nave espacial en llegar a la superficie de la Luna, el 14 de septiembre de 1959, convirtiéndose en el primer objeto fabricado por el hombre en hacer contacto con otro cuerpo celeste. Apenas un mes después, los soviéticos lograron otro éxito al obtener la primera fotografía desde el espacio de la cara oculta del astro lunar. 

Luna 2, la primera sonda en llegar a la superficie lunar.

Estas proezas tecnológicas motivaron al entonces presidente estadounidense John F. Kennedy a declarar, en un célebre discurso frente al Congreso en mayo de 1961, el objetivo de enviar un hombre a la Luna y traerlo de regreso a la Tierra antes del fin de la década. Lo que pasó a continuación, es una historia conocida por todos: el 20 de julio de 1969 Neil Armstrong y Buzz Aldrin alunizaron, y al día siguiente se convirtieron en los primeros seres humanos en caminar fuera de este mundo. Hasta la finalización del programa Apolo en 1972, solo 12 astronautas realizaron caminatas y exploraciones lunares. Desde entonces, no ha habido más misiones tripuladas.

Eugene Cernan, el último hombre en la Luna, manejando el rover lunar en 1972.

Apenas cuatro países han logrado “aterrizajes suaves” ("soft landing", en inglés) en la Luna, es decir, realizar exitosamente una maniobra en la que una nave espacial llega y toca la superficie de un cuerpo celeste de una manera controlada y sin daños. Este tipo de aterrizaje implica reducir la velocidad lo suficiente como para evitar un impacto brusco que pueda producir fallos estructurales o la destrucción total del vehículo. 

El primer soft landing en la Luna fue ejecutado por la sonda soviética Luna 9 el 3 de febrero de 1966, seguido apenas cuatro meses después por la sonda estadounidense Surveyor 1. China lo consiguió recién en diciembre de 2013 con la misión Chang'e 3, mientras que el último país en unirse a este exclusivo club fue India, con el módulo de aterrizaje Chandrayaan-3, que se posó con éxito en el polo sur lunar el 23 de agosto de 2023.

En el camino, han quedado muchas naves y sondas que no lo han conseguido, lo que pone de manifiesto las enormes dificultades que implican este tipo de misiones, en las que fracasos y accidentes no son inusuales. En términos estadísticos, solo poco más del 50% de ellas pueden ser consideradas exitosas.

Restos del módulo lunar indio Vikram, estrellado en septiembre de 2019.

En abril de 2023 el módulo japonés Hakuto-R, operado por la empresa con sede en Tokio ispace, pretendía convertirse en la primera nave espacial privada y el primer vehículo construido en Japón en aterrizar suavemente en la luna. Sin embargo, una falla de software impidió que un módulo de aterrizaje determinara adecuadamente su altitud, estrellándose contra la superficie a una velocidad de más de 100 metros por segundo. 

Unos meses después, en agosto, un desperfecto en los motores de la nave espacial rusa Luna 25, que tenía como objetivo explorar el polo sur lunar, también provocó su colisión con el satélite. Este fue un doloroso golpe para Roscosmos, que intentaba su primer alunizaje tras 47 años. Estos dos accidentes se sumaron a la lista de misiones lunares fallidas que se habían producido en los últimos años, como la sonda israelí Beresheet en 2019 y la sonda india Chandrayaan-2 en 2020.

Posarse suavemente en la Luna es un desafío técnico con muchas variables a considerar, lo que lo hace enormemente complicado. Por empezar, la atmósfera lunar es extremadamente delgada, y en comparación con la terrestre, prácticamente inexistente. Esto significa que no se puede frenar la velocidad de descenso de una nave a través del roce atmosférico o desplegando paracaídas, sino que la desaceleración debe lograrse mediante motores de propulsión. Esto no solo requiere de un control preciso de estos motores, sino un cálculo exacto de las distancias. 

Por otra parte, la cantidad de polvo que se levanta desde la superficie por el uso de los retrocohetes puede confundir a los sensores, por lo que el software encargado del control de descenso debe realizar los cálculos necesarios con los parámetros correctos. También se emplean sensores ópticos, que detectan las características del terreno y las comparan con mapas preestablecidos. De esta forma, el software puede determinar el lugar más adecuado para el aterrizaje, evitando zonas con rocas, cráteres u otros obstáculos. 

Además, la gravedad lunar es solo un sexto de la terrestre, lo que significa que la nave debe ajustar su trayectoria y velocidad constantemente para evitar desviarse o estrellarse. Por todas estas razones, el aterrizaje en la Luna es una hazaña de ingeniería que requiere de una planificación cuidadosa y una ejecución impecable, y que solo se puede lograr con una combinación de ciencia, tecnología y talento humano. Sin embargo, el alunizaje no es el único desafío que enfrentan. Primero, hay que llegar hasta allí.

Esta fue una semana especialmente mala para la exploración lunar. El lunes, despegó desde Cabo Cañaveral el módulo lunar Peregrine, fabricado por la compañía estadounidense Astrobotic. Se trata de la primera de una serie de misiones comerciales programadas para transportar y aterrizar en la Luna cargas útiles de la NASA y otros clientes con vehículos desarrollados por empresas privadas. 

Apenas unas horas más tarde de la separación exitosa del cohete, Astrobotic descubrió una falla crítica en los sistemas de propulsión del módulo Peregrine. El desperfecto provocó una importante pérdida de combustible y daños en el exterior de la nave. La empresa no tardó en reconocer que la misión estaba condenada al fracaso, y que Peregrine no podría aterrizar suavemente en la Luna tal como estaba previsto para el 23 de febrero. De haberse realizado, éste habría sido el primer alunizaje exitoso de una empresa privada y el primer soft landing de Estados Unidos desde la última misión tripulada a la Luna, Apolo 17, en 1972.

El módulo Peregrine fracasa en su intento de llegar a la Luna debido a una fuga de combustible.

Las malas noticias continuaron el martes, cuando Bill Nelson, actual administrador de la NASA, anunció un retraso en el esperado regreso de los astronautas a la superficie lunar. Inicialmente proyectado para diciembre de 2025, ahora se ha pospuesto hasta septiembre de 2026, mientras se busca solucionar una serie de problemas de seguridad en la cápsula Orión, construida por Lockheed Martin, que podría poner en riesgo a la tripulación. 

El regreso a Tierra de la misión no tripulada Artemis I, el 11 de diciembre de 2022, reveló que el escudo térmico de la cápsula perdió parte de su material durante la reentrada atmosférica. También descubrieron defectos de diseño en las válvulas del sistema de soporte vital, una serie de dispositivos que permite a los astronautas permanecer con vida durante su estadía en el espacio profundo. Además, los ingenieros detectaron problemas eléctricos en el sistema de eyección de emergencia del cohete SLS.  

La NASA retrasó la misión Artemis II.

Mientras tanto, China avanza a paso firme en sus planes espaciales, rivalizando con los Estados Unidos en el propósito de llevar taikonautas a la Luna antes de 2030 y adquiriendo cada vez más protagonismo. Este miércoles, anunció que su próximo rover lunar, el Chang’e-6, ya está preparándose para despegar desde el centro de lanzamiento de Wenchang, en la isla de Hainan, al sur del país. Esta misión tiene el ambicioso objetivo de recolectar muestras de suelo y rocas del polo sur de la cara oculta de la Luna y traerlas de regreso a la Tierra. Se trata de una tarea de una complejidad superlativa, que de resultar exitosa, proporcionará a los científicos material invaluable para conocer un poco más sobre los misterios que esconde nuestro vecino celeste.