La épica de la lucha en este país se disuelve. La realidad es mucho más compleja que sus intenciones. El enemigo muta, se esfuma, aparece y se esconde. O como diría el prestigioso médico parisino Alain Fischer: el virus del covid “ill nous a battuta mort” (nos molió a golpes o mejor “nos cagó a trompadas”). No hay respuestas que puedan organizarse con pluma de ingeniero: lo que hoy se planea, mañana podrá ser distinto. Y en eso todos quedaremos en off side.

Y mucho más si sos una autoridad política que, con tus decisiones, organizas la vida de los otros. En un mundo injusto y desigual los de abajo dependemos de las limosnas. Y desde el calor del norte nosotros seríamos esa parte del sótano oscuro con sus sombras olvidadas.

Cuando habló Alberto Fernández anunciado restricciones sonaron las cacerolas porteñas y el cimbronazo golpeó duro. Al presidente le sorprendió (y esto se lo dijo a sus colaboradores) el tibio apoyo público de los dirigentes del Cristinismo ante medidas que ellos le solicitaron. La CABA macrista planea una rebelión y no hay muchas voces que defiendan el espíritu de lo expuesto por el presidente. ¿Tomó el toro por las astas? ¿O se inmoló? Su debilidad no fortalece a Larreta, ni a Bullrich, mucho menos a Macri. Su zigzagueo político fortalece a Ella, que en silencio crece. Y crece. Y la dejan hacer.

Este país cansa, agota, demuele y deprime. Nada es como quisiéramos. Y en eso, la angustia de saber que lo que vendrá tal vez sea peor al hoy. El 60 por ciento de los menores de 16 años son pobres e indigentes y la explosión demográfica de la pobreza aumenta en una escala sin antídotos. Hoy hay menos pobres que mañana. La AUH (asignación Universal por Hijo) no logró terminar con la herencia de nacer sin nada. Según el Indec ya hay bisnietos de personas que cobraron la caja pan de Alfonsin en los 80. Los márgenes aumentan día a día: la lona del tiempo covid nos espera a que pronto le demos algunos besos.

“Es mentira que abrir las escuelas no aumenta el contagio”, dijo en off un funcionario de Salud en Rosario. Pero nadie se banca decirlo abiertamente. Hay estudios que marcan que desde que se abrió la presencialidad, hay más contagios en menores. “Tal vez no se contagien en las escuelas pero sí en el movimiento que conlleva llegar al aula”, agregó. Militar el cierre de la presencia escolar es una trampa. Sanitariamente está claro que los riesgos en esta segunda ola están proporcionalmente vinculados a la circulación de las personas pero no hay espacios de aceptación social para eso. Con los chicos no. Quedarse en casa, no más. Y te lo digo donde sea. Con cacerolas o las Marchas del País de la Libertad.



La trampa de cerrar o no, enfrenta a quienes buscan que el sistema sanitario no se sature, que no falten camas UTI, que los médicos no tengan que elegir a quien ponerle el respirador versus quienes parecen desear lo contrario. Que todo explote porque cuanto peor mejor. Tan siniestro como la corrupción del acomodo vacunatorio o la inutilidad de muchos de los burócratas que en el nombre de la épica nos arrastraron a un fango de trincheras ideológicas y onanistas. Acá ya nadie da la vida por una idea. Pero si vale arrastrarse por un sueldo del Estado o un cargo futuro si gana “el nuestro”.

Entonces, el deseo íntimo y escondido del siniestro es que la Argentina explote de covid y que paguen los que gobiernan ahora. Que esto se parezca a Brasil y las primeras postales de covid en Manhattan, donde inclusos los millonarios morían en sus penthouses porque no alcanzaban las atenciones médicas.

O viceversa. Que se agrave el asunto de tal manera que obliguemos a encerrar a la población, distribuyamos subsidios económicos por doquier, aumentemos la clientela burocrática y fantaseemos con la idea de un Régimen Popular Sanitarista que le organice la vida "a todes". Un delirio paranoico de un país sin líderes sanos. 



Me dice el médico e investigador Oscar Botasso, un peleador contra el peor mal de este momento (la ignorancia): “Ofrezco las tripas en la parrilla”. Habla de la verdad. Decir la verdad aunque duela. Y para eso hay que tener un puntal moral y ético. Hoy llegan más vacunas a Santa Fe cuando en el mundo las víctimas fatales alcanzan los tres millones. Como diría el gran Botasso: ¿Cuántos muertos nos faltan ver para que nos entre a todos el compromiso de pelear contra el covid sin que un humilde y sencillo funcionario de control nos obligue a cuidarnos?

Otra pregunta que el tiempo responderá dolorosamente.