Hay poco dinero, pero hay muchas balas
Hay poca comida, pero hay muchas balas
Hay poca gente buena, por eso hay muchas balas
Cuidao' que ahí viene una (Pla! Pla! Pla! Pla!)
La bala - Calle 13

Fernando Galarza tenía 19 años cuando su vida cambió para siempre. Fue el sábado 13 de diciembre de 2014 en la esquina de Esquiú y México, en barrio Ludueña. Tal vez fue solo por estar en el lugar y en el horario equivocado en Rosario, donde algunos disparan balas en vez de hablar. Cerca de las 9, lo llamó Tomás, su hermano de 12 años, porque había "una discusión" en la carnicería que está pegada al negocio de su familia, una fiambrería. Decidió ir a ver si su hermanito o su madre necesitaban algo. Acudió, atendió a un cliente, vio que había pasado la situación tensa y decidió regresar a pie a su casa, que está muy cerca. No sabía, en ese momento, que era la última vez que iba a poder caminar

Fernando, para volver a su casa, tenía que pasar sí o sí por al lado de la carnicería donde había ocurrido un intercambio verbal entre una chica y el dueño del local, que motivó la presencia de la Policía para disuadir la acalorada discusión. Cuando estaba por cruzar la calle frenó una moto con dos ocupantes, que eran vecinos y allegados de la chica que discutió en la carnicería. El que iba como acompañante dijo una frase que no olvidará jamás: "¿Vos también querés balas?"

A la sorpresa por la pregunta le siguió el terror. Primero escuchó un disparo que impactó en la pared que estaba detrás de él. Pudo darse cuenta dónde impactó porque rápidamente le cayó el polvillo de la fachada en la espalda. Cuando reaccionó, se dio vuelta para correr y regresar a la fiambrería para resguardarse de un ataque que no entendía ni tenía explicación. "Giré para correr y escuché cinco tiros. Uno me entró por la espalda y me salió por el hombro. Caí al piso y vi que se fueron. Apareció mi mamá llorando. Sentí que me iba a morir. Una chata frenó y eran repartidores. Me querían llevar al Eva Perón, pero pedí ir al Heca porque ahí salvan un montón de vidas", comentó Fernando a Rosario3.

Lo último que recuerda es sangre brotando de su hombro y un intenso ardor en sus piernas. Recuperó el conocimiento a las siete de la tarde del 22 de diciembre, cuando se despertó en terapia intensiva del Heca. Con el correr de los minutos comprendió que no respondían sus piernas. "La bala entró por la espalda y causó una lesión en la médula a nivel D6 y D5. La onda expansiva fue la que afectó. Era un daño irreversible. Y me perforó un pulmón", agregó.

El 24 de diciembre lo pasaron a sala común y allí pudo al menos pasar la Nochebuena con su madre. El 6 de enero, otra fecha festiva, salió acostado del hospital. No podía sentarse en una silla; era demasiado pronto después de tantos días acostado en internación. 

Lo que nunca llegó a ver Fernando en medio de la balacera es que atrás suyo estaba su hermanito Tomás, a quien también le dispararon, pero no lo lesionó ningún proyectil. "El que manejaba la moto le dijo al otro: «Tirale al guacho también»", aseguró.

Por el inexplicable ataque fue condenado el conductor de la moto. Se llama Emiliano Valentín Orlando. En 2016 recibió 5 años y 4 meses de prisión por ser considerado partícipe del hecho. Actualmente se encuentra con libertad condicional y vive a cinco cuadras de Fernando.

El que jaló el gatillo se llama Gustavo Ariel Bordón y tiene domicilio a dos cuadras de Fernando, la víctima. Tiene 40 años y el fiscal de Homicidios Dolosos Alejandro Ferlazzo pidió en el juicio que concluyó el martes una pena de 15 años de prisión. La resolución se dará a conocer este viernes a las 13 en el Centro de Justicia Penal por el tribunal integrado por Martín Becerra, Ismael Manfrin y Patricia Bilotta.

Perdonar al que te arruinó la vida

Fernando perdonó a Bordón, quien lo baleó porque sí. Fue durante el juicio, cuando el imputado le pidió disculpas llorando. "Me dijo que lo sentía mucho. Sentí que lo tenía que perdonar. Necesitaba sacar mi porquería de adentro. Curé por dentro. No todo, pero algo sí", aseveró.

"Entiendo que si le dan 15 años es poco. Pero al mismo tiempo si me preguntás qué sentí por esa persona...Es lástima", sostuvo. 

Un giro de 180 grados en la vida

El joven recuerda como si fuese ayer cuando volvió a sentarse. "Tenía ganas de comer un guiso de fideos. Se lo pedí a mi tía. Me ayudó a sentarme para comer, pero me mareé y tuve que volver la cama", señaló.

"Pasé por varias etapas. Al principio no quería seguir viviendo. Fue un cambio muy brusco en mi vida. Si seguí fue por el apoyo de mi familia", resaltó.

Fernando jugaba a la pelota y hacía kick boxing antes del ataque. Se aferró a su religión y a la música electrónica, que a su vez empezó a producir.

"Producir música me hizo despejar la cabeza. Con esto, aprendí a sobrevivir en sociedad. Es aprender a vivir no de la mejor forma, sino lo mejor que se puede. Igual, me pongo muchas trabas. Siempre que voy a ir a un lugar pienso si tendrá baño adaptado, si no molestaré con la silla en los bares. Salir a la calle me da miedo, me siento indefenso", añadió.

La fiambrería de la familia tuvo que cerrar porque solo era atendida por Fernando y su madre, y tras el ataque al joven su mamá fue quien lo asistía en el Heca. 

Fernando recibió una buena noticia en marzo pasado, antes de que se declarara la pandemia del coronavirus. Su papá en un retiro espiritual habló con un empresario del cordón industrial y luego de la conversación logró que le diera al joven una posibilidad laboral.

"Ahora soy coordinador y operador de embarques en Timbúes. Quedé en blanco en marzo y comencé en abril por la pandemia", concluyó y comentó orgulloso que mantiene contactos permanentes con personal de la Afip, Aduana y el Senasa, entre otros organismos.

Por su trabajo, Fernando no podrá asistir a la lectura del veredicto contra Gustavo Ariel Bordón, pero sí irán su madre y su padre. "Estoy muy agradecido al ex fiscal Florentino Malaponte, al fiscal Alejandro Ferlazzo y a todos los que trabajaron en la causa", finalizó, a la espera del fallo y seis años después del balazo que le cambió la vida.