Cuando las cámaras se apagaron y los vecinos que fueron a ver qué pasaba volvieron a sus hogares, en la esquina de Pellegrini y Balcarce quedó un puñado de familiares llorando sus muertos, varias velas luchando contra el frío para mantenerse prendidas y para seguir iluminando un rato más los rostros pegados contra una enorme pared de Tribunales. 

El olor a la pintura roja usada para inmortalizar estrellas con nombres de rosarinosy rosarinas asesinadas en manos de delincuentes, hacía fruncir las narices. El profundo silencio del jueves se rompió con la llegada del policía número 12, que se sumó al círculo observabando la escena: padres, madres, hermanos, tíos, hijos enlazando sus brazos para mantenerse de pie a pesar del inmenso dolor que los atraviesa por todo el cuerpo. 

"Pintamos el doble que la última vez que fuimos a Fiscalía", dijo una señora mirando fijo una de las estrellas que lleva el nombre de su hermano, Fabían, a quien mataron en un robo. “Estamos muertos en vida”, suspiró. 

"Pintamos el doble de estrellas que hace unos meses".

Según el Observatorio de Seguridad Pública de Santa Fe, en Rosario asesinan a una persona cada 30 horas. En lo que va del año, son 102 víctimas. No importa edades ni identidad, por encargo o por error, por una bala perdida o porque sí.

El hermano de Joaquín Perez, el arquitecto de 34 años que sus vecinos vieron morir ensangrentado después de que le robaran el auto, se prendió un pucho húmedo por las lágrimas y lo fumó frente a la foto del joven. En forma de oración, tal vez, pidiéndole fuerzas cuando las noticias son cada día más tristes. 

Personas que hasta hace unos meses nunca se habían visto, hoy conforman un grupo: “Familias de víctimas de inseguridad” y se animan unos a otros para no bajar los brazos frente a una Justicia lenta y muchas veces irracional. 

En la garita del colectivo la foto de Ainara Altamirano de 25 años, Auriazul de 6, y Rodrigo Morera, de 27 años, estaban estampadas en las remeras de una pareja. "Son los últimos que mataron", dijeron con el nudo presionando la garganta y la mirada fija en la esquina. 

"Eran buenas personas, la gente no entiende. Ellos no tenían nada que ver, enseguida dijeron que era un arreglo de cuenta y no fue así. Él trabajaba, ella se desvivía por sus hijas", dijo el tío de Ainara, fallecida como consecuencia de un ataque a tiros en el pasillo donde vivían unos familiares a los que habían ido a visitar, en la zona sur de la ciudad.

En medio del dolor debieron aclarar que sus familiares eran buena gente, que morir en manos de delincuentes no debía ser su destino. Tuvieron que explicar quiénes eran, qué hacían de sus vidas, qué proyectos tenían. “Uno cuenta todo, pero a ellos no nos lo devuelven”. 

"Tenían otra nena. Tiene tres años y todos los días pregunta dónde está su mamá, por qué no vuelve su papá. Pide por su hermanita. Ahora empezó el jardín pero está asustada y llora", dijo él. Mientras tanto, ella esquivaba la mirada para no llorar. "Siempre veíamos las noticias pero nunca pensamos tener que estar acá". 

Se agarraron la mano. Ambos coincidieron en que así, como está la ciudad, no se puede vivir. Pero además coincidieron en que van a trabajar con miedo a que los maten, en que la justicia no actúa, en que los barrios están liberados y los delincuentes en libertad. 

Mirá todos los milicos que hay acá, vinimos a pintar estrellas y llorar. Había más, se fueron de a poco, nunca están dónde deben estar”. De lejos se veía el colectivo que los llevaría de vuelta al barrio. 

Algunas velas empezaron a apagarse. Las familias se abrazaron, besaron las fotos que dejaron pegadas en reclamo de justicia y comenzaron a desarmar el círculo del dolor. 

En sus miradas pudo percibirse el cansancio. No quieren más mentiras. La angustia se hace profunda después de entrar y salir de fiscalías sin novedades en las causas que llevan los nombres de sus seres queridos. 

¿Cuánto más hay que soportar en una ciudad tomada por la delincuencia y el narcotráfico? ¿Alcanza con más vehículos, más cámaras, mejores armas cuando la raíz del problema está podrida? ¿Los responsables del bienestar del pueblo, están preparados para enfrentar tanta violencia? ¿Esa violencia, nos cambió la vida? 

“Avisen cuando lleguen” y “Cuidense”, las dos frases que cerraron el encuentro y que reafirman el pensamiento de muchas rosarinas y rosarinos que cada noche agradecen llegar sanos y salvos a sus hogares: nos hicieron acostumbrar a sobrevivir en calles manchadas de sangre.