No resulta para nada sencillo medir la cantidad y profundidad de dolor y sufrimiento que se produce y se multiplica en todos los conflictos y desencuentros de la convivencia humana. Gran proporción de estos sufrimientos forma un elenco incalculable de hechos que se podrían evitar. Y el análisis se amplifica al visualizar actividades sistemáticas y permanentes como las guerras, el monumental tráfico y venta de sustancias adictivas, legales o no, que producen enormes ganancias; y todo tipo de violencias, desigualdades y atropellos a la dignidad.

¿Son conscientes quienes organizan y realizan estas actividades anti-humanas de la cadena de dolores y sufrimientos que ponen en marcha y sostienen? ¿Sabe el financista que facilita los dólares para quienes trafican que lo que hace desata un vendaval de consecuencias destructivas y esclavizantes? ¿Se percata la autoridad “incompetente” y “cómplice”, que la traición a su deber genera tragedias multiplicadas en familias, jóvenes y niños inocentes?

Desde cada persona que sufre injustamente las consecuencias muchas veces irreparables de esta locura, hay un reclamo, una exigencia y hasta un clamor, que es el grito profundo de su Dignidad atropellada y postergada; y el grito dice: ¡Basta!

El grito y el clamor de la Dignidad es el eco de una palabra mayor de Aquél que al crear al hombre y la mujer a su imagen y semejanza , sintió admiración ante su obra: ”Vio que era muy bueno”…lo que plasmaron sus manos completándolo con el “Soplo” de su Amor. Es también el grito de Quien hizo renacer el “Hombre Nuevo”, del árbol sufrido de la Cruz.

Reconociendo en cada ser humano el clamor y el reclamo de la Dignidad, tenemos todo lo necesario para decidir si, con lo que hacemos o no hacemos, seremos parte del problema o parte de la solución.