Hace unos cuantos años los futbolistas eran rehenes de los clubes. Si no llegaban a un acuerdo en sus nuevos contratos, se activaba la cláusula del 20 por ciento. Se renovaba el vínculo inmediatamente por dos años con un 20 por ciento de incremento salarial. El futbolista, que muchas veces, la mayoría, era “colgado”, debía aceptar las condiciones por un par de temporadas para después quedar en libertad de acción. Las instituciones eran verdaderas propietarias de sus jugadores por al menos dos años. Y, se insiste, renovar de esa manera, era prácticamente desaparecer del mapa durante dos años.

Hoy, los vínculos son todo lo contrario. Los clubes están a expensas de lo que los futbolistas decidan, prácticamente no tienen forma de defenderse ante la ofensiva de los empresarios futbolísticos y los grandes mercados que se devoran a las promesas del fútbol mundial y precarizan los torneos locales, sobre todo en países como Argentina, donde la economía es verdaderamente deficitaria.

La famosa cláusula de rescisión, presente en la mayoría de los contratos, hace que los poderosos clubes europeos pongan el dinero necesario para llevarse a los juveniles: Buonanotte, Véliz, Echeverry, Valentín Barco… Y siguen las firmas. 

Ahora se sumó un nuevo ítem, que irrumpe groseramente en las decisiones institucionales. Como pasó con el brasileño Endrick, adquirido por Real Madrid a Palmeiras con sólo 17 años, Manchester City le deja a Claudio Echeverry a River hasta fin de año, pero para que la transferencia pase de 15 millones de euros a 24, la entidad que conduce Jorge Brito debe reunir una serie de requisitos que se entrometen en las decisiones futbolísticas del club. 

Por ejemplo, cada cierta cantidad de partidos en los que el Diablito juegue al menos 40 minutos, la entidad de Núñez sumará 500 mil dólares. Treinta partidos en los que se cumpla ese requisito, representarán para River un millón y medio de la moneda americana.

La conclusión es clara y contundente: si Demichelis no pone a Echeverry, como ordena el City Group, River perderá plata. ¿Cuál es el margen que tiene el entrenador para tomar decisiones estrictamente futbolísticas? ¿Cómo reaccionará el estadio Monumental cuando Echeverry ingrese tras el entretiempo o antes de los cinco minutos del segundo tiempo? Será evidente que la prestigiosa entidad de Núñez, una de las más importantes del mundo, estará cumpliendo con el mandato del City.

Una situación cuanto menos polémica que amerita la intervención de la Fifa en primer lugar, y también de la Conmebol, para ponerle coto al amplio margen de maniobra que tienen los poderosos que hacen y deshacen con el poder de sus dólares y sus euros.

El fútbol va perdiendo competitividad a nivel clubes, lo que genera, por ejemplo, lo que sucedió en la final del Mundial de Clubes.

Manchester City, campeón de Europa, vapuleó a Fluminense, el campeón de América, como sucede casi inexorablemente año tras año.

Sólo cinco de los futbolistas utilizados por Guardiola en aquel partido son ingleses. Y la figura fue Julian Alvarez, parido por las canteras del fútbol argentino.

Todo tiene que ver con todo.