Día cinco. Mundo covid. Infectado del virus intento tener un plan. No tengo apetito, ni olfato, ni siento el gusto delas cosas. El cuerpo duele desmedidamente. Las rodillas, los músculos de las piernas y la espalda: estoy nocaut, le escribo a un amigo que intenta a la distancia saber cómo estoy. Termómetro para la fiebre que no baja y un saturómetro en mano. El aparato de moda covid que mide cuanto oxígeno circula por la sangre y llega a músculos y órganos. Informe cada 4 horas a la doc. Y segundas  y terceras lecturas. Todos tienen su manual,  y muchas veces no es coincidente. Qué tomar; cuándo, cuánto? Paracetamol, Ibuprofeno, corticoides, ivermectina. 

En casa habíamos planteado una clara línea de principios en tiempos covid: no queríamos contagiarnos. Asumimos desde el 15 de marzo de 2020 una batalla a la cultura de la subestimación. No es una gripecita, ni algo por lo que sea inevitable pasar. Queríamos salir ilesos e indemnes del mundo covid. Armé mi estudio de radio para transmitir desde casa, mi mujer cerró su consultorio durante largas semanas, los pibes resistiendo el ostracismo y el encierro. Yendo y viniendo con las libertades físicas y mentales propuestas por estos nuevos tiempos.

Día uno. Mundo covid. Lunes 15 de marzo 2021 me conecto al estudio on line de radio y hago mi trabajo con 38 y pico de fiebre. “Con los cuidados que tuve, debe ser una gripe normal”, digo. Gripe normal o anormal. Maldito mundo nos hemos construido. Tres horas sufriendo el paso del minutero. Contando los segundos del cierre para sumergirme en la cama. Mañana te hisopan, me dice la doc del otro lado de la línea y descartamos por sí o por no.

Me obsesiono con Bill Evans. Siempre voy a él. Su modo de tocar el piano, de presentar el sonido en mis rincones. Como encajan esas piezas en el ánimo de quien herido busca curitas. Encuentro un disco grabado el año que nací (1968) en un estudio de Alemania con dos monstruos Jack de Johnette y Eddie Gómez. Un material olvidado debajo de los catálogos del estudio durante casi 40 años. Su piano oxigena mis pulmones mientras escribo este texto afiebrado. Una obra enorme y rica de un músico que murió a los 51 por sus dolores y adicciones. Decidió morir tocando y para eso usó heroína y cocaína durante los últimos meses para no bajarse del escenario. Después de 21 conciertos seguidos abastecidos de esas sustancias su cuerpo estalló.  Su piano del 68 es el sonido de mi tiempo covid.

Día cero. Domingo sin asado. Agotado, dolorido, quejoso del dolor veo llegar el final de la tarde. Leo diarios de Paris y Londres. ¿Se cierra el mundo de nuevo? Pocas vacunas. Lo que creíamos que podía generar el covid no pasó: no somos mejores personas; seguimos siendo la misma mierda de siempre.

No siento el gusto de la poca comida que estamos haciendo en casa. Ni el aroma tan necesario que las naranjas tienen por las mañanas. Bito se aprovecha de nuestra debilidad y pide lugar entre los pies de la cama. No ladra, ni hace ruidos, acovachado espera una vuelta por el barrio que no vendrá.

Día dos. Fiebre, frio, dolor. Llega temprano bajo la lluvia el hisopador. Nos sienta en el sillón con su protección de astronauta y le manda el hisopo al fondo las narinas. Se va. A las dos horas mientras dormía bajo un manto de incomodidad llama para decir que éramos positivo covid. Imposible no pensar en la muerte. ¿Tendré lo necesario para evitar que la masa gelatinosa se apodere del aire de mis pulmones? Tengo 52, uno más de lo que tenia Bill Evans cuando su cuerpo explotó en un escenario de EEUU. 

Dia seis. Esto lo estoy escribiendo mañana. Se cumple un año del aislamiento argentino. Tan necesario y tan demoledor al mismo tiempo. Una trompada a nuestro status quo. Tan asfixiante, tan poco romántico. Las mugres, la corrupción, los héroes sanitaristas metiendo el cuero ante lo mismo que asfixia:  la mediocridad.

Ojala el cuerpo duela menos , ojala pueda volver a sentir sin tanta fiebre el aroma de tus mejores tostadas.