Branko tiene una enfermedad progresiva que reduce su movilidad. Ya no camina y está en silla de ruedas. Su condición atraviesa los vínculos familiares. Les interpela desde sus propias “diferencias”. 

Hoy Branko cumple 25 años, algo que ocurre desde hace seis años en cada función de Mi hijo sólo camina un poco más lento.

Escrita por Ivor Martinić, la pieza se distancia de los géneros puros para articular comicidad y elementos del drama en un equilibrio narrativo sin continuidades ni subrayados. Lo que tensiona es la imposibilidad de nombrar.

En diálogo con Rosario3, el director, docente y dramaturgo Guillermo Cacace explicó que la obra llegó a él de manera fortuita y mientras transitaba “la necesidad de cambiar la respiración después de un largo ciclo de montar grotesco”, tanto piezas clásicas argentinas como de dramaturgia propia.

La “dramaturgia disruptiva” de un joven autor croata – Martinić tenía 24 años cuando la escribió; hoy tiene 37. aceleró la decisión de organizar en cooperativa a un elenco de once actores y actrices. 

—¿De qué modo ese “cambio de respiración” que estabas buscando encontró aire en esta obra? 
—Más allá de la tematización, tiene que ver con los procedimientos contemporáneos. Ivor propone en su textualidad una discontinuidad en los personajes. No son explicables psicológicamente y, sin embargo, no son personajes de ese tipo de escritura más experimental o hermética. Me asombraba cómo era posible un material accesible a la comprensión de cualquiera y, al mismo tiempo, un dramaturgo probando procedimientos disruptivos (…) Me parece genial cuando la inventiva poética de un dramaturgo, lejos de dejarte mirando, son el medio para que entrés más en lo que le pasa a los personajes. Me parece que es una escritura porosa, blanda. Es un teatro que te deja entrar. No te deja diciendo «qué inteligente es el autor, mirá cómo resolvió esto». No es un teatro que adoctrina.

—Eso explica el reconocimiento del público…
Yo lo llamo «el teatro de las superficies ahuecadas». Porque permite alojar la mirada del público y que se sienta componiendo lo que está pasando. Como si, de alguna manera, el público se sintiese cómplice o testigo de lo que le está sucediendo a una familia que sabemos es croata porque no les cambiamos los nombres, pero que puede ser una familia en cualquier lugar del mundo.

Un estado de ensayo permanente

Cacace vive al ensayo como “un estado de gloria” que lo habilita a investigar y probar. En el caso de Mi hijo, ese marco de trabajo previo sólo permitió siete encuentros “los domingos a las 9 mañana porque era horario en el que podíamos todos.” 

Ese plural remite al elenco integrado por Juan Tupac Soler, Paula Fernandez Mbarak, Antonio Bax, Romina Padoan, Pochi Ducasse, Luis Blanco, Clarisa Korovsky, Aldo Alessandrini, Pilar Boyle y Gonzalo San Millán.

La brevedad en el plazo sin embargo, estableció “por defecto” el devenir escénico: “Lejos de ser un problema, se transformó en un estado de ensayo permanente. Es como si nunca, en estos seis años que estamos actuando, hayamos dado la puntada final”.

En tren de establecer un correlato visual con la afirmación, el director apuntó que la las sillas de la obra “son las mismas con las que ensayábamos” y que de manera mayoritaria, es lo mismo que ocurre con la ropa.

“Un buen día dije «esta es la escenografía, estas son las sillas, esta es la luz (de día que entraba por las ventanas de un galpón) que va a tener el espectáculo» y ya no las pudimos cambiar. Fue como decir «dejémonos ver ensayando»”, contó el entrevistado.

—A la distancia, ese “estado de ensayo permanente” resultó un acierto.
Creo que ese estado de riesgo es lo mantiene vivo al espectáculo: no se ha mecanizado y los textos siguen habitados. Y eso ocurre porque los actores así lo continúan, Creo que si la obra hubiese tenido una puntada final habríamos ganado un estado de seguridad más que de abismo permanente y la obra se abisma cada vez que se encuentra con esos «diferentes» que es la gente. Eso también nos hace recordar las diferencias entre nosotros. Como en una buena pareja, el mantener abiertos el misterio y la sorpresa, no cerrarlo todo, hace que justamente se retroalimente..

Guillermo Cacace


—Branko tiene una discapacidad motriz que hace que se traslade en silla de ruedas. ¿De qué modo esa situación dialoga con los otros diez personajes?
—Lo que sucede es que se asiste a una zona en la que se fue desplazando la evidencia de la discapacidad, que puede ser la imposibilidad de caminar que tiene que tiene Branko, a la imposibilidad que tiene cada uno de los integrantes de esa familia de no saber qué hacer con esa diferencia. Creo que Branko es quien tiene más procesada esa diferencia por vivirla. Desde ahí, configura otra mirada del mundo que le permite articularse con él. En cambio, el resto de la familia, ante esta inminencia que refleja la propia imposibilidad, por decirlo así, queda paralizada. Se obturan ante la diferencia. Esto, dentro de la micropolítica familiar, no deja de ser más una suerte de refracción de lo que puede pasar ante la diversidad en estructuras más grandes como la sociedad. Este es un eje en el que no quise trabajar porque hubiese tenido que generar un subrayado sobre algo que no tenemos resuelto y que vivimos en lo cotidiano. Podemos tener una posición políticamente correcta sobre la diversidad, pero no la hemos resuelto.

—¿Y cómo intervienen esta obra, en particular, y el teatro, en general, en esa irresolución?
—Creo que lo que hace esta obra, más que generar una bajada de línea en torno a cómo tramitar lo diferente, es ponerlo en juego. Un poco como Chéjov cuando (Ígor) Stravinski le preguntaba «de qué se trataba la obra» y él respondía «yo ya lo escribí, ahora se trata de que lo hagan». Y no lo decía por evadir los sentidos de una pieza sino porque, ya no sé si lo leí o lo supongo, a Chéjov le interesaba más presentar los hechos que las conclusiones sobre los hechos. Es como si el teatro nos invitara  a transitar la dinámica sobre algo que se puede revelar si uno abre lo suficiente y no tanto a una bajada de línea sobre la discapacidad. En ese punto, ni el dramaturgo, ni el elenco, ni yo como director venimos a bajar ningún mensaje. No tenemos ninguna claridad. Lo qué sí tenemos es imposibilidades de toda índole con las que la pieza nos conectó.

Mi hijo sólo camina un poco más lento se presentó el domingo 18 de agosto en La Comedia teatro municipal, Mitre 945.

Ficha técnica
Actor a cargo de las didascalias: Juan Andrés Romanazzi
Vestuario: Alberto Albelda
Escenografía: Alberto Albelda
Diseño de luces: David Seldes
Arreglos musicales: Francisco Casares
Fotografía: Nora Lezano
Tráiler y diseño gráfico: Mariano Asseff
Asistencia de dirección: Catalina Napolitano
Directora asistente: Julieta Abriola
Producción: Romina Chepe
Dramaturgia: Ivor Martinić
Traducción: Nikolina Zidek
Dirección: Guillermo Cacace

La obra es una coproducción: Festival Internacional de Dramaturgia (Europa + América), Centro Croata del ITI (Instituto Internacional de TeatroI), Apacheta Sala Estudio. Con el apoyo de EUNIC (European Union National Institutes for Culture).