Fernando Oris de Roa era un exitoso empresario agroexportador hasta que Mauricio Macri lo convocó para reemplazar a Martín Lousteau como embajador en Washington. “Me cuesta borrarme la sonrisa que tengo en la cara, estoy muy feliz. Es un privilegio, estoy muy agradecido por este nombramiento. Me llena de honor y orgullo”, dice. Sonriente, amable y muy protocolar invita al cronista a su despacho. “Hoy ha sido un día de locos”, susurra. Es que nosotros nos atrincheramos en su oficina mientras en los pasillos una invasión de invitados especiales degustan parte de la mejor producción de malbec de la Argentina.

“Los cambios políticos fueron muy bien recibidos. Hay una agenda muy cargada todo el tiempo”, dice. “Pero nosotros nos concentramos en la creación del empleo, ese es el mandato que tenemos de nuestro presidente. Empleo para reducir la pobreza. Saber que una inversión puede crear uno o dos empleos por hora en la Argentina”.

—¿Y se está logrando eso?

—Es un camino largo. Es muy bienvenido el cambio que existe hoy. En negociaciones de comercio hay una enorme predisposición a ayudarnos, enorme buena voluntad. La idea es mirar para adelante, no hubo mucho que reparar el pasado, sino nos enfocamos en comenzar a construir.

Para Fernando Oris de Roa representar a la administración de Macri es sencillo. “El rumbo es muy aceptado en Estados Unidos. Por lo tanto mi tarea es fácil. Tenemos un acceso a la administración irrestricto, nos contestan las consultas, reciben a nuestras autoridades, nos otorgan audiencias, reciben a nuestros funcionarios. Están entusiasmados con el rumbo de nuestro país”.

La Embajada Argentina en Washington está ubicada en un barrio muy coqueto de la ciudad, Dupont Circle. Las construcciones históricas prolijamente preservadas llaman la atención del cronista. Como sucede en muchas calles del mundo, no es usual ver el respeto por las viejas ideas que la arquitectura tuvo en el pasado, las casonas, sus fachadas. Nuestro pedacito de tierra criolla en Estados Unidos es una casa construida a principio del siglo XX para un Congresista Republicano de Pensilvania (George Franklin Huff) que la Argentina compró a su viuda en 1912 con una particularidad en el diseño. Su autor fue el primer afroamericano graduado como arquitecto en la Universidad de Pensilvania.

Bullrich, la rock star

La gran preocupación norteamericana, el terrorismo, es agenda “all time” como lo definen allí. La presencia de la ministra de Seguridad de Argentina, Patricia Bullrich, no pasa desapercibida ante funcionarios encargados en la seguridad del G20. “Aquí, la ministra Patricia Bullrich es una rock star. La acompaño a varias reuniones y la veo cómo se desenvuelve , las cosas que cuenta, su estilo personal, además lo hace en un ingleé muy peculiar, con lo cual atrae aun mas a sus interlocutores. Acá es una celebridad”, dice informal el embajador.

“Es que ella habla de casos concretos, no habla del terrorismo del mundo, sino que es concreta: “Acá esta Juan Pérez, que ayer lo agarraron y le muestra la foto al juez, o a los funcionarios con los que se reúne y les cuenta “aca lo están metiendo en cana al tipo”. Washington es una ciudad donde se deciden muchas cosas, con muchas ideas, pero no hay mucha acción por ello cuando viene la ministra Bullrich quedan muy impactados”.

Salir de noche del lugar ofrece una perspectiva atractiva. Es primavera en Washington y la ventisca es amable. Caminar esas calles donde según el canciller de los 90, Guido Di Tella, las relaciones “carnales” de los 90 ofrecieron humillación política es todo un desafío después de 12 años de paradigmas tensos. Para Fernando Oris de Roa hay mucho por hacer. “Este país seguirá comprando producción argentina, nosotros estamos acá, tenemos muchísimo trabajo. Qué mejor que tener una embajada en la ciudad donde se reúnen los lideres de las finanzas del mundo”, dice cordial antes de la despedida.

Es viernes. Los autos en Washington circulan sin ruidos. Sólo el taconeo de alguna ejecutiva regresando a pie aporta un quiebre al silencio de la noche.