“Un poquito más y terminamos”, dice el dentista, aunque sepa que todavía falta bastante para apagar el torno y darnos el turno para la próxima etapa del tratamiento. Y el paciente convalida la frase porque “hay que hacerlo”, mientras en su interior, por experiencia propia, también sabe que el “poquito” suele ser más extenso que lo deseado.

Este viernes, el presidente Alberto Fernández anunció la continuidad del aislamiento social preventivo obligatorio, con algunas variantes, en el marco de la pandemia por coronavirus –que debía finalizar el lunes 13 de abril– hasta el próximo 26 del mismo mes. Y más allá de los apremios económicos, las dificultades financieras y los problemas domésticos que dicha extensión significa para cada uno de manera particular, hay conciencia, más o menos generalizada, de que es necesario hacerlo porque se trata de una pandemia, de un peligro global, real y concreto, que no respeta fronteras.

Por eso, tan importante como paliar los efectos económicos adversos del parate casi total de la industria y el comercio, es llevar la cuarentena de la forma más saludable posible, sabiendo que –como decía Aristóteles– “el hombre (en el siglo XXI agregamos explícitamente, también la mujer) es un ser social”.

La incidencia de la vida social en la psiquis de las personas

 

“Probablemente, no haya nada más evidente en psicología, y aún más desde la perspectiva del psicoanálisis, que la relación fundamental con el otro para pensar el nacimiento de la subjetividad. No es posible pensar la producción de una persona por fuera del entramado social, simbólico, económico”, explica, en diálogo con Rosario3, el vicepresidente del Colegio de Psicólogos de Rosario, Nahuel Castillo, y agrega que “si bien esta afirmación es más que evidente, muchas veces es negada por quienes –de manera interesada– instalan en la sociedad la idea de la autonomía del individuo, como ser independiente, que decide por sí mismo y en libertad, el destino de su vida”.

“Esto –señala el profesional– se choca con la realidad todo el tiempo y mucho más en este momento en que vivimos una situación de emergencia que puso a las claras el juego necesario de interrelaciones con los otros, que no se reduce solo a la presencia física. Podemos estar todos cumpliendo la cuarentena cada uno en su casa y sin embargo, compartir la misma posición subjetiva y simbólica respecto de una idea: la de cuidarnos”.

Las huellas del aislamiento

 

Estamos en el medio del proceso y es difícil pensar en los efectos de lo que esta crisis está generando. Aun así, se están registrando algunas cuestiones relacionadas con la interrupción no sólo de los canales habituales de comunicación, sino también de las rutinas y de las actividades. “Esto, en buena parte de la población genera efectos de angustia y ansiedad que se remiten a la falta de referencias y a la incertidumbre respecto de cuándo se va a terminar esta situación y qué vamos a encontrar cuando se termine”, describe Castillo.

Es una buena oportunidad para pensar que la salud mental no es una cuestión individual.

“Es difícil de prever el efecto a futuro. Es muy probable que nos encontremos con una sociedad trastocada en algunos puntos que nos resultaban naturales. No nos encontraremos con la misma realidad que dejamos el 19 de marzo. Esto es obvio, pero está por verse de qué modo esto impactará en la salud mental de las personas”.

Con solo observar la comunicación en las redes, la proliferación de solicitudes de amistad, el intercambio a cualquier hora del día y de la noche a través de plataformas virtuales, puede entenderse que la necesidad de mantener vivos los vínculos sociales existentes y de generar otros nuevos, nacidos a la luz de la cuarentena, es una constante en la población de todo el mundo.

Y la pregunta del millón frente a un fenómeno tan masivo y abarcador es si el impacto servirá a la humanidad para entender que nadie se salva solo, una afirmación de Perogrullo que sin embargo, a veces es puesta en duda por los cultores de la meritocracia y el cuentapropismo.

“Es una buena oportunidad para pensar que la salud mental no es una cuestión individual, y que podemos pensarnos en una sociedad de la que formamos parte, en la que las acciones individuales tienen repercusión en la vida de los otros. Es una oportunidad para incorporar esta matriz de pensamiento que nos permita vivir un poco mejor a todos, más allá de la situación de crisis y emergencia. Los efectos a largo plazo quizás consistan en una mayor participación y una mayor implicancia de las personas”, sostiene Castillo.

La pandemia como fenómeno global

 

De la pandemia nadie queda afuera. Es global y eso es lo inédito. No queda afuera ni siquiera el empresario que más recursos tiene ni los sectores medios ni las personas con mayor vulnerabilidad económica y social.

“Sí es dable pensar que hay inequidades y que no es lo mismo hacer la cuarentena para alguien que tiene casa y cuestiones saldadas que para otra que necesita inevitablemente salir a trabajar para tener un ingreso o  que vive en un lugar donde esas condiciones no están garantizadas. Tampoco es lo mismo cumplir la cuarentena para las personas que están trabajando, porque su tarea es considerada esencial. Son personas que viven la pandemia desde la exposición al contagio, y la consecuente exposición de sus familiares a ser contagiados. Pero en sí –insiste– se trata de un fenómeno global”.

De la pandemia nadie queda afuera. Es global y eso es lo inédito.

¿Quiénes resultan más afectados por el aislamiento?

 

Según explica el profesional, en este punto tampoco es garantía la cuestión económica. “No es cierto que quienes tengan mayores recursos económicos estén mejor preparados para enfrentar una crisis. El mayor respaldo para enfrentar una crisis a todo nivel, lo dan las redes de contención, en especial con la comunidad, con los pares, con los compañeros de trabajo, con los vecinos. Ahí reside la clave para poder afrontar las situaciones de emergencia”, afirma.

“El acceso a determinadas cuestiones económicas sirve y muchas veces es indispensable, porque sin elementos de protección básicos, la gente se enferma. Pero, si teniendo elementos de protección y recursos tecnológicos, no tenemos solidaridad, no pensamos que yo soy el otro y el otro soy yo, o no consideramos que las acciones que llevamos adelante son en pos del cuidado de todos y todas, de poco sirven la tecnología, las herramientas y los instrumentos. Para poder afrontar esto –subraya el psicólogo– es mejor ser solidario y habitar una idea de ayuda mutua".

La búsqueda del sentido

 

No es lo mismo afrontar una situación cuyos condicionantes están previstos de antemano por la persona, o el caso de quienes tienen que enfrentar largos períodos de trabajo en aislamiento (a sabiendas de que será así) que la situación que atravesamos en la que nos vemos compelidos a vivir este tipo de experiencias involuntariamente.

“Quizás, la pregunta en este punto sea ver de qué manera en la experiencia de encierro se produce la búsqueda del sentido, porque obviamente, no es lo mismo, sentirse obligado a encerrarse en la casa, contra la voluntad cuando uno desea irse de vacaciones o salir a la plaza con los chicos (ese es el sentido de un sujeto consumidor que ve limitadas sus posibilidades de consumo), que el pensar este acto de clausura involuntaria como una forma de cuidarnos a nosotros mismos, a nuestros mayores, a nuestros hijos y a la sociedad de la que formamos parte. Son dos sentidos diferentes.  En un caso, se vive como una limitación externa a mis libertades individuales, y en el otro, como un acto de cuidado”, explica.

No hacerle el juego a la “infodemia"

 

Para poder llevar la situación adelante de la mejor forma posible, se recomienda no entrar en lo que se conoce como “infodemia”, definida por la Organización Mundial de la Salud como la sobreabundancia informativa falsa de rápida propagación entre las personas y medios.

Pedir ayuda cuando uno siente que las cosas no andan bien o que no se puede.

“Hay mucha información falsa, ya que es muy sencillo armar material y hacerlo circular por redes sociales. Esta falsa información funciona como instrumento para potenciar ciertas situaciones de pánico, angustia e incertidumbre que no aportan para poder enfrentar lo que vivimos”, advierte el profesional y recomienda “seguir una rutina de horarios y actividades vinculadas al trabajo, ya que es importante que no se pierdan las referencias y los puntos de anclaje de la subjetividad, para seguir viviendo de la mejor forma posible. Estar cerca de los afectos, pedir ayuda cuando uno siente que las cosas no andan bien o que no se puede”.

El encierro y la salud mental

 

El vernos privados de nuestra posibilidad de salir a la calle o desplazarnos como habitualmente lo hacemos, nos hace replantearnos, una vez más, acerca de los efectos que provoca el encierro en las terapias de salud mental.

En ese sentido, Castillo señala: “Hay una discusión que se viene dando desde hace unos años en las disciplinas de la salud mental, respecto del encierro. Está claro que los tratamientos de salud mental basados en el confinamiento, que se instalaron como hegemónicos desde el nacimiento de la psiquiatría, no están vinculados con la salud, sino todo lo contrario”.

“El encierro, el obstáculo para mantener vínculos sociales y afectivos con las personas, es más bien contraproducente. Y esto se viene pensando con fuerza desde el campo de la salud mental, para evaluar cuáles son los efectos de la institucionalización donde a veces se congelan cuadros de sufrimiento subjetivo, precisamente por el hecho de que el paciente permanece encerrado”.

“Lejos de ayudar a superar situaciones o conflictos, o de aliviar el sufrimiento, se observa todo lo contrario. El encierro no cura. El encierro enferma y profundiza el sufrimiento, reafirma el profesional y concluye: “Si bien la situación de aislamiento que estamos viviendo ahora es muy dosificada y no es comparable con el encierro en salud mental, sirve para pensarlo”.