La marcha anual de “Ni un pibe menos por la droga” se unió este jueves a la tarde en Rosario con la manifestación en defensa de la universidad pública y contra el ajuste en los presupuestos, de ambas materias. Los universitarios armaron su acto en la plaza Montenegro, desde donde partieron, a su vez, las organizaciones ligadas al consumo problemático y la salud mental.
No fue solo una coincidencia en tiempo y espacio, se trata de una convergencia de carencias materiales y dramas simbólicos que marcan una época. Es la realidad postmotosierra, lo que queda después de que una partida, un fondo, un presupuesto, es amputado como si eso no tuviera consecuencias en la población.
La movilización, que en realidad fueron dos, unificó intereses sectoriales o políticos que suelen estar enfrentados, desde Franja Morada a La Cámpora y desde el rector de la Universidad Nacional de Rosario (UNR), Franco Bartolacci, a los líderes sindicales de los docentes. También se nutrió de la emoción de una madre territorial por marchar por primera vez sin su hijo, fallecido después de una larga pelea contra las adicciones, la preocupación por una menor presencia de agrupaciones este año y el baile con una sonrisa generosa de niñas y niños al pie del Monumento a la Bandera.
La crónica que sigue fragmenta en partes separadas algo que en la calle se vivió como una continuidad.
Vacío y destrato
Bartolacci se acomoda en las escalinatas del renovado frente del Centro Cultural Fontanarrosa, entre la bandera que define “Universidad pública siempre” y la del gremio de profesores e investigadores Coad. Abajo encabeza la Federación Universitaria de Rosario (FUR) y hay identificaciones por facultades y por militancias varias (de Alde a Franja Morada, pasando por MNR, La Cámpora, Tupac o Ciudad Futura).
“El principal objetivo es lograr la aprobación de la ley de financiamiento universitario”, explica a Rosario3 el rector de la UNR y desdobla las acciones en dos pasos: juntar un millón de firmas de apoyo en todo el país y hablar con los legisladores nacionales para que den quórum en la sesión especial del 2 de julio.
“En presupuesto hemos perdido cerca del 100% con respecto a la inflación desde noviembre de 2023 y los salarios siguen cayendo. Este mes, por ejemplo, tuvimos 0% de recomposición”, dice Bartolacci mientras muestra en su celular un gráfico que devela dos cuestiones no menores.

La primera conclusión es que entre la línea del aumento promedio de los precios (y, por lo tanto, de los costos de funcionamiento) y la de recursos se mantiene en la actualidad una brecha insostenible. La segunda es que después de las movilizaciones del año pasado, el Gobierno de Javier Milei aumentó las partidas (hubo una reacción tras los reclamos masivos). Este 2025, las líneas volvieron a cruzarse y por eso se retomaron los planes de lucha.
–FUR, FUR, FUA, la lucha continúa –gritan los jóvenes en primera línea.

Unos metros más atrás esperan su turno los manifestantes de “Ni un pibe menos por la droga”. Llega una chica en bicicleta por la peatonal San Martín. La ata junto a un cartel que reclama: “No represión a los chicos, contención”. Mientras ese grupo se reúne, el secretario de Coad Federico Gayoso dice micrófono en mano: “Nuestro salario es magrísimo”.
Gayoso asegura que presencian “con profunda tristeza como se vacía de a poco la universidad” (por el éxodo de docentes) y pide “revertir de inmediato este presente porque en diez años la Universidad no va a ser lo que conocimos”.
Bartolacci coincide y diagnostica como “terminal” el escenario con 80% del personal por debajo de la línea de la pobreza y agrega que “es imperdonable el destrato” del Gobierno a profesores, investigadores y científicos.

Más consumo pero menos participación
Faltan minutos para las tres y media de la tarde. El acto de los universitarios se agota y Betina Zubeldía, presidente de la asociación de Madres Territoriales, llora conmovida. Se le acerca una mujer y la abraza. Después, un hombre le habla y le da fuerzas. Betina cuenta que es el primer año que asiste a la movilización de todos los 26 de junio, el “Ni un pibe menos por la droga”, sin su hijo, que se quitó la vida hace diez meses.
“Él estuvo acá el año pasado. Nos estaba ayudando. Estaba mejor que nunca. Pero no alcanza con dejar de consumir, lo que hay que ver es la salud mental y cuando alguien no puede reinsertarse”, dice y sigue: “Entonces, yo estoy acá por todos los hijos que tenemos cuidar, pero no tengo al mío”.
Ella empezó hace 17 años a trabajar para recuperar a su hijo por las adicciones. Creó Madres Territoriales que hoy integran entre 60 y 70 mujeres. Al centro terapéutico que abrieron en Cabín 9 le sumaron este año la Casa Kevin (en homenaje a su hijo), una vivienda que la Provincia incautó a una banda narco y hoy funciona como un centro de recuperación de personas adictas.

“No es solo el consumo –insiste–, es el sistema perverso, un sistema consumista y necesitamos multiplicar y fortalecer las redes. Hay que cambiar el sistema de salud, capacitar a psicólogos y psiquiatras porque muchos no nos están entendiendo. También el sistema judicial, para que se puedan hacer los tratamientos compulsivos, sin autorización, cuando la situación así lo requiere”.
Betina explica que después de un tratamiento lo que no existe es el seguimiento: que la persona pueda acceder a un trabajo y revincularse con la familia, sino sigue siendo “un paria social”. “Se necesitan fuertes políticas públicas preventivas”, agrega.
La marcha avanza por calle San Luis. No cantan, es más bien un grito, un desahogo.
–¡Ni un pibe menos, ni un pibe menos!
Hay grupos religiosos que trabajan en barrios ligados a la Pastoral Social de Drogadependencia, uno de Villa Gobernador Gálvez, otro de La Lata y siguen. Está Casa Pueblo del Movimiento Evita, la CCC y el MTE, entre otros.

Más atrás vienen María y D., del “Centro de vida de Tío Rolo”. Aclaran que no son los titulares del grupo sino talleristas: forman parte de unas 60 personas que se capacitan o tienen atención terapéutica por consumos.
–¿Desde qué edades?
–Desde los 18 años –responde María.
–No, yo tengo 15 –la corrige D., un adolescente que no tiene problemas de adicciones él pero que sí atraviesa a su familia: su padre, sus tíos, su abuelo.
El padre Fabián Belay, titular de la Pastoral y de la comunidad Padre Misericordioso con presencia sobre todo en el sur de la ciudad, hace tiempo que advierte las consecuencias de una tercera generación de adictos que empiezan cada vez a menor edad y con sustancias más nocivas. Hoy, con buzo gris y una boina negra, camina a la cabeza del reclamo ruidoso.
–Vamos, vamos los pibes, vamos, vamos los pibes –cantan ahora los ocupantes de las casi cuatro cuadras de movilización mientras bajan por Córdoba al Monumento.

La concurrencia es nutrida pero, reconoce Belay, hay menos gente que años anteriores. “Ni un pibe menos por la droga” comenzó hace 15 años. Fue creciendo y tuvo un pico en 2022 y 2023, después de la pandemia, “por la necesidad de encontrarnos”. Pero las últimas dos ediciones perdió fuerza.
Hay presencia de distintos espacios pero “desde que se debilitaron las organizaciones sociales viene bajando la asistencia”, diagnostica el cura. Los pocos recursos se destinan a comedores o copas de leche. Mantener espacios terapéuticos es más complejo tras la retirada del Estado nacional (compensado, a veces, de forma parcial por Provincia y Municipalidad). “Hoy se sostienen como pueden, sobreviven”, agrega.

Empieza la murga en la explanada del Monumento. “El desorden del corazón”, de barrio Moderno, y “La murga del MTE” (le acaban de poner nombre ante la consulta), de Empalme Graneros, unen fuerzas. Bailan niños y niñas, los más chiquitos despiertan sonrisas. Se mueven y se divierten.
–A estos pibes hay que salvar –dice Belay.
