“La última vez que salí, me puse a limpiar todo. No me dan más ganas de salir. Es estresante”. “No voy a dejar que mi vida sea consumida por el covid”. “No sé si estoy haciendo lo suficiente para no contagiar a la persona que vive conmigo”. “Siento una mezcla de estrés y alivio”. “No hay beso cuando llego”.

El umbral de la puerta se convirtió en un límite riesgoso a cruzar, de adentro hacia afuera y a la inversa, cuando toca volver a casa. Salir a la calle cada día renueva la posibilidad de contagiarse coronavirus y por eso la distancia con el otro y la cara semitapada, pero regresar al hogar conlleva un ritual de aseo y limpieza que requiere mucha más energía y tiempo. Hay personas que lo sienten como una carga necesaria pero encuentran seguridad en el alcohol y el lavado de manos y a medida que corre el agua con detergente dejan atrás en sus mentes la posibilidad de haber entrado el virus. Sin embargo, para otras, el temor de ser puente de contagio a los seres queridos no se quita fácilmente, por más jabón y lavandina que se les eche encima.

Más allá de las distintas experiencias, lo cierto es que lejos quedó la espontaneidad del abrazo y el beso de bienvenida o la zambullida al sillón y a tirar los zapatos por el aire.

Carolina Subirá,  médica infectóloga

“Llego a mi casa y lo que hago es cambiarme los zapatos, me lavo las manos y continúo con mi vida, no voy a dejar que sea consumida por el covid. No me tiene que paralizar ni impedir hacer mis actividades habituales. La ropa no tiene que ser un problema, no tenemos por qué llegar a casa y cambiaros completamente. Los virus necesitan vivir en el cuerpo humano, la misma luz del sol los mata. Al menos que alguien te haya tosido o estornudado en tu ropa y vos toques eso con la mano y después te toques la cara sin lavarte las manos, tiene que ser una suma de cosas o mala suerte contagiarte de esa manera. Lo importante es que cuando llegues a tu casa te laves las manos, eso es lo que yo estoy haciendo”.

Pablo Javkin, intendente de Rosario

“Cuando entro a casa lo hago por el lavadero, dejo ahí la ropa y los zapatos a los que les tiro alcohol y agua. Voy derecho a darme una ducha. Pongo a lavar la ropa que usé y otra cosa importante, desinfecto el teléfono. No hay beso cuando llego, ya estoy acostumbrado, no es nada grave. Trato de cuidarme y mantener la distancia dentro de lo posible pero hay un punto que es inevitable. Sería un lío si llegara a contagiarme. No tengo contacto con mi viejo”.

Mariana, paciente de diálisis

“Hago diálisis tres veces por semana, de 12 a 17. Cuando llego, mi hermana tiene preparado una botella de alcohol diluido en agua, me saco las zapatillas que quedan afuera, las rocío con alcohol. Me voy a bañar para poder sacarme los gérmenes que pueda tener. La ropa, al lavadero. Después ya en casa estoy relajada. Siempre que entramos nos ponemos alcohol y nos sacamos la ropa y vamos directo a bañarnos. Esos son los cuidados que tenemos”.

Belen Bertero. periodista

Cuando vuelvo a casa siento una mezcla de estrés y alivio. Significa abrir la puerta, dejar las zapatillas o zapatos – tengo dos pares abajo hace unas 6 semanas–, sacarme toda la ropa, meterla en una bolsa de residuos, evitar que los chicos bajen corriendo al grito de «mamá» que es lo que hacían antes, decirle que tienen que esperar que «me tengo que bañar» y poner la ropa a lavar y recién ahí viene el alivio. Oscilo todo el tiempo en pensar si estoy exagerando, si me falta o es poco lo que estoy haciendo. Soy extremadamente cuidadosa porque mi hijo más grande de 11 años tiene asma. Hizo que me ponga en alerta, es mi máxima preocupación y por eso me pongo más puntillosa. Es estresante porque hacés todo eso y no sabes si es suficiente”.

Luciano Salazar, bombero voluntario

“Cuando llego de mi guardia, me descalzo y ese calzado va al balcón directamente; posteriormente, lo desinfecto. Si tuve contacto con personas en el trayecto, la ropa va al lavarropas y realizo otro baño, a pesar de que antes de salir de mi guardia me baño. Siento que uno va adoptando esto, es un tiempo que hay que tomar, y sí, antes era más dinámico volver a mi casa. Con la persona que vivo, nos cuidamos más mutuamente y también con las personas con las que tengo contacto afuera, no quiero contagiarme nada y no contagiar a nadie. Pero hay que advertirlo: lo más importante es no salir si no es estrictamente necesario”.

Rocío, mamá de una beba

“Si voy a comprar algo o salgo a sacar la basura vuelvo y dejo las zapatillas en el lavadero y me pongo las pantuflas. Vi a varios vecinos que dejan los zapatos en sus pallieres. Me lavo las manos y nada más. La última vez que salí, me puse a limpiar todo. No me dan más ganas de salir. Es estresante. Por eso muchos acumulan y hacen las compras en un día. No estoy perseguida por el coronavirus, pero pienso que a la larga me voy a terminar contagiando”.

Carolina Labayru, secretaria de Control y Convivencia municipal

“Llego a mi casa, entro sin saludar a nadie, me lavo las manos, me baño, me pongo cómoda y recién ahí, saludo a mi gente. Pulverizo con alcohol la campera o el saco y los pongo a ventilar”.

Araceli Colombo, periodista

“Lo primero que hago en el patio es descalzarme, a ese calzado le pongo alcohol y agua, y también pulverizo la cartera y las llaves, antes la manija del ascensor y todos los picaportes que toco. Uso guantes así que me los saco y me lavo las manos con jabón. Me descambio afuera y dejo la ropa al sol con alcohol. Entro a casa, me baño y ahí arranco a vivir. Hoy que traía verduras y artículos de limpieza, antes de entrar puse todo en un balde y limpié los productos con un trapo con detergente. Ingrese a casa con eso, mientras me bañaba, dejé las verduras con agua y lavandina. Tardé unos 45 minutos en terminar todo. La sensación que me da es que no sé si estoy haciendo lo suficiente para no contagiar a la persona que vive en casa. Me genera estrés y miedo”.

Miguel, taxista

“Cuando llego a mi casa me saco la ropa y la pongo en el lavarropas. me pego un baño y tengo ropa limpia lista. Menos mal que nos tocan días de sol si no, no sé cómo haríamos”.