El crimen de Fernando Báez Sosa en Villa Gesell sacudió al país y cuando promediaba el primer mes del año, nos puso a todos a debatir sobre deportes, rituales humillantes, ataques en manada y consumos asociados y sus consecuencias, muchas veces crueles e irreversibles, como la muerte violenta.

El video del joven inerte en el suelo, pateado por sus victimarios, nos interpela y obliga a actuar ya. No sólo para que sean juzgados los responsables del asesinato, en particular, sino también para analizar más genéricamente, cómo crecen, qué piensan y qué valores tienen los nuevos jóvenes, en una sociedad que consume de forma ilimitada alcohol, cigarrillos, energizantes, psicofármacos, drogas, mezclas de todo tipo y hasta series de televisión con la misma frenética voracidad.

“Argentina consume más alcohol que el resto de América Latina”

 

Carlos Damín es el jefe de Toxicología del Hospital Fernández y presidente de FundarTox. Su contacto permanente con la guardia del efector donde trabaja le permite ver de cerca el estado crítico en que llegan jóvenes y adolescentes cada fin de semana, tras un excesivo consumo de alcohol y otras sustancias que los deja en coma. Pero su tarea institucional también le posibilita dimensionar la situación de Argentina y otros países en relación con el consumo de alcohol y drogas.

“En el el mundo están muy preocupados por el consumo de opioides. Empezó a notarse un movimiento en favor del uso de opioides, los derivados de la morfina, y es un problema grave. En nuestro país no tenemos heroína, aunque sí hay en Montevideo. Para nosotros, el problema sigue siendo el consumo masivo de alcohol. Somos el tercer país consumidor de alcohol de toda América, después de Canadá y Estados Unidos. Consumimos más alcohol que todo el resto de América Latina”, sostiene el profesional y dispara un debate que se reaviva cada vez que muere una persona joven, en circunstancias trágicas y en ambientes ligados al alcohol y el descontrol.

Tras el crimen de Fernando Báez Sosa en Villa Gesell, el intendente de esa ciudad prohibió por decreto el consumo de alcohol en la vía pública. Al calor de las discusiones sobre el particular entrenamiento de los rugbiers, sus rituales y sus reiterados ataques en grupo a personas indefensas, volvió a cuestionarse qué variedad y cuánto alcohol consumen los jóvenes, antes, durante y después del boliche.

Si bien el fiscal que investiga la causa dijo que los agresores “estaban lúcidos y nada indicaba que estuvieran bajo los efectos de alcohol o drogas", la discusión sobre el consumo desmedido y sus efectos volvió a reflotarse. Así lo explicó el psiquiatra Gustavo de Vega, director de la Asociación para el cambio del drogadependiente (AVCD), en diálogo con el programa A la Vuelta (Radio 2), donde analizó las consecuencias del consumo de alcohol, a largo plazo.

“Lo preocupante es que esto no es nuevo. Lo sabemos hace casi dos décadas. Todas las estadísticas nacionales lo evidencian. Los números son alarmantes. Cada vez que muere alguien, el tema se vuelve a poner en la picota, pero todos los fines de semana se ven en los hospitales y sanatorios casos de comas alcohólicos en adolescentes cada vez más pequeños” dice el profesional y da algunos ejemplos: “El gran tema de la previa ya está instalado. Los chicos de 14 o 15 años llevan una botella de fernet con gaseosa cada dos; las chicas se vanaglorian de tomar una botella de vodka entre dos o tres". 

"Cuando hacemos el equivalente en alcohol, lo que estamos viendo es una especie de suicidio en masa, donde los jóvenes no alcanzan a desarrollar su cerebro y hay miles de jóvenes –varones y mujeres– que antes de los 20 años ya están casi discapacitados, y posiblemente un tercio de la población va a ver limitado su desarrollo cognitivo y emocional y tendrá tremendas dificultades para ingresar al mundo del trabajo. Por eso –remarca– creo que lo que ocurrió en Villa Gesell es una grosera evidencia de esto que describimos, que no tiene nada que ver con el rugby. Quizás estos muchachos no han tenido suficiente cobertura en el ámbito educativo y familiar y obviamente, el rugby no hace milagros”, asegura convencido, a pesar de los repetidos hechos violentos que tienen a grupos de rugbiers como protagonistas.

Posiblemente, un tercio de la población tendrá tremendas dificultades para ingresar al mundo del trabajo.

Padres siglo XX con hijos “binge drinking”

 

Para el especialista, muchos de los padres actuales no están a tono con las costumbres y el acceso a sustancias que tienen sus hijos e hijas. “Estos padres –señala– por lo general pasaron su infancia y adolescencia en el siglo pasado y no tienen en cuenta que sus hijos a los 12 o 13 años ya manejan redes sociales, alcohol, psicofármacos, psicodélicos y combinaciones de moléculas. No tienen en cuenta que si bien no son adictos, sí son exploradores tremendamente curiosos, y cuando alguno de ellos presenta alguna vulnerabilidad específica, esa experiencia se transforma en algo compulsivo”.

Se intoxican gravemente los fines de semana y eso genera una alteración neurológica a largo plazo, inevitable.

“Por eso –afirma– tenemos miles de jóvenes que con 12 o 13 años toman alcohol todos los fines de semana, fuman tabaco y marihuana y tienen alguna experiencia con estimulantes y energizantes, entre otras cosas. Ése es el problema: estamos hablando de una polifarmacia que se da en forma intensiva, en muy corto tiempo. Se lo llama atracón o “binge drinking”. En un par de horas, un adolescente pospuberal ingiere varios litros de cerveza, varios vasos de fernet con coca, de vino con coca o diversas variantes de la jarra loca, que ni su cuerpo ni su cerebro pueden procesar. Se intoxican gravemente los fines de semana y eso genera una alteración neurológica a largo plazo, inevitable.

Para el profesional, lo que los padres no alcanzan a dimensionar es que “hay una gran diferencia entre lo que podría haber sido un vasito de vino con soda, cuando nuestros padres en el siglo pasado nos iniciaban en estas cuestiones y este fenómeno que vemos hoy. Madres y padres tienen que hacer una actualización y tomar conciencia de que un vaso de vino o un vaso de fernet en un menor de 20 años, es peligroso”, remarca.

¿A qué edad el organismo está preparado para metabolizar el alcohol?

 

El hígado de una persona no está preparado para metabolizar el alcohol hasta los 18 años. A su vez, el alcohol debilita el sistema inmune de los chicos, lo que hace que sus organismos sean más vulnerables a todo tipo de enfermedades”, afirma Damín.

El alcohol tiene la propiedad de modificar la conciencia, el ánimo y la percepción de quién lo consume. Hace más lenta la actividad cerebral, alterando el estado de alerta, de coordinación física y tiempo de reacción. Luego, una vez en la sangre, el alcohol se distribuye por todo el organismo, afectando de forma especial la actividad del cerebro.

Los estudios demuestran la aparición de un importante daño inflamatorio cerebral y un aumento de la muerte celular en regiones del neocortex, hipocampo y cerebelo, que originarían alteraciones del comportamiento cerebral a largo plazo y que afectarían a los procesos cognitivos y motores.

“El cerebro –explica de Vega– se termina de consolidar entre los 20 y 25 años, siempre y cuando haya una buena alimentación, un ambiente continente, protector y amoroso, entre otros requisitos. Por eso, antes de esa edad, el alcohol o cualquier sustancia psicodélica o psicotóxica es absolutamente peligrosa. Hace mucho daño porque las estructuras cerebrales están en proceso de construcción. Y hay un agravante: el alcohol no sólo altera el desarrollo normal del cerebro, sino que también produce desarrollos anormales o patológicos, como distorsiones cognitivas y fallas en el control de impulsos, entre otras. En ese marco –sostiene– encontramos adolescentes con comportamientos disruptivos, con intentos de suicidio por vacío existencial, crisis de angustia o de pánico. Es tremendamente complejo el tema”.

El mito de la “cultura alcohólica”

 

El especialista explica que muchos de estos jóvenes consumidores de alcohol a temprana edad van desarrollando una especie de tolerancia al alcohol. Lo que se conoce como el viejo mito de la “cultura alcohólica”.

“Eso en sumamente riesgoso –afirma– porque aunque una persona que tiene tolerancia alcohólica, no manifieste el daño, ya padece, antes de los 25 años, una serie de distorsiones metabólicas que quedarán registradas en su organismo, a nivel cerebral, hepático y cardíaco. A su vez, esa persona, a través del tiempo, va a necesitar tomar mayor cantidad de alcohol para lograr el mismo resultado, al igual que con todas las sustancias, incluido el tabaco”.

"Además –agrega– el problema es que cada actividad que realice esa persona consumidora (de alcohol o de tabaco) quedará ligada a esos hábitos tóxicos, es decir que si ingresa a trabajar a algún lugar, cada tantas horas necesitará fumar un cigarrillo o tomar un trago de alcohol. Aunque parezca mentira, esto sucede hoy en una cantidad enorme de jóvenes y adultos que no pueden pasar ni un día entero sin tomar alcohol. No son alcohólicos a la vieja usanza, pero tienen hábitos que implican el consumo de alcohol, de tabaco, marihuana y otros estimulantes”.

Consumo y placer

 

Pero los consumos no se experimentan aislados. Según analizan los especialistas en adicciones, quienes manifiestan conductas adictivas ligadas al consumo, no apuntan a un solo objetivo. Son seres consumidores susceptibles al  bombardeo permanente de una catarata de estímulos.

No hay nada que circule en nuestra sociedad de consumo que no tenga atrás un diseño con muchísima inversión para captar la atención y que la persona siga consumiendo: los juegos on line, los casinos, las bebidas alcohólicas, la comida por delivery, etc. Esto apela a circuitos del cerebro que son muy primitivos y funcionan por el principio del placer. Los efectos se poducen en todos los consumidores, pero se notan de forma más contundente en los adolescentes porque en ellos no están desarrolladas las áreas cerebrales que permiten controlar impulsos y medir consecuencias, entre otras funciones.

“Ya no nos sorpendemos si a media mañana nos cruzamos con alguien por la calle que va tomando una lata de energizante. Esto visibiliza una situación de consumo tóxico, demasiado instalada junto con las redes sociales y las ludopatías. Tenemos una sociedad de consumo que está todo el tiempo proponiendo productos y servicios (comida, bebida, tabaco y hasta series de televisión) para que sean consumidos y cerebros que no están preparados, especialmente antes de los 25 años, para desarrollar filtros y poner límites a esa oferta. Por lo tanto –concluye de Vega– las familias y las instituciones adultas deberían ser los mediadores encargados de frenar los factores de riesgo, en vez de facilitarlos.