En Rosario, alcanza con sentarse en un bar del centro o esperar en un semáforo para encontrar a un niño o adolescente que limpia vidrios, vende pañuelos, hace malabares u ofrece pequeñas artesanías. Muchos reaccionamos con una mezcla de culpa e impotencia. ¿Le doy algo? ¿Estoy ayudándolo o, en realidad, estoy contribuyendo al flagelo del trabajo infantil? ¿Debería enfrentar al adulto que lo obliga y que seguro lo controla de cerca? ¿Eso no generará un problema mayor?
Lo cierto es que estas escenas están tan naturalizadas que hemos dejado de preguntarnos qué hay detrás. Detrás de ese gesto hay una historia, una necesidad, y también una ausencia notoria: la del Estado.
“Desde 2017 no hay estadísticas oficiales sobre trabajo infantil en Argentina”, advierte Alejandra Perinetti, directora nacional de Aldeas Infantiles, una ONG que trabaja con niños y adolescentes en situación de vulnerabilidad desde hace 45 años. “Nuestro país no genera información, no genera estadísticas en relación a niños, niñas, adolescentes y jóvenes”, señala. “Y sin estadísticas, no se pueden diseñar políticas públicas. Eso es algo que Naciones Unidas viene observando desde hace años: no sabemos dónde están los chicos ni qué les pasa”.
La última encuesta nacional sobre actividades laborales de niñas, niños y adolescentes del Indec data del período 2016-2017. Desde entonces, nada. “Y en el medio pasó la pandemia”, recuerda Perinetti. “Muchísimos niños más tuvieron que salir a trabajar. La pobreza siguió aumentando. Y los niños no han dejado de realizar trabajo infantil. Hoy estamos peor”.
Qué fue lo último que midió el Indec
De los últimos datos disponibles en la EANNA 2016/17 (Encuesta de Actividades de Niños, Niñas y Adolescentes) que firmó el Indec, se desprende que el 10% de los niños y niñas de 5 a 15 años realiza al menos una actividad productiva, cifra que se eleva al 19,8% en zonas rurales y supera el 13% en el NOA (Noroeste) y el NEA (Noreste). Entre los adolescentes de 16 y 17 años, el porcentaje asciende al 31,9% a nivel nacional y al 43,5% en áreas rurales.
“En el noroeste del país, en la cosecha de yerba mate, de té, de tabaco, muchos chicos son utilizados por la ductilidad de sus manos. Las familias están acostumbradas a hacerlo con ellos. Es algo instalado, casi cultural”, ratifica Alejandra Perinetti en Punto Medio (Radio 2).

Pero el campo no es el único escenario: en las zonas urbanas como la nuestra también hay formas de trabajo infantil más invisibles. “Por ejemplo, en Mar del Plata es muy común ver a niños trabajando con los ladrillos, en la construcción. Y están los que quedan a cargo del hogar: los que se quedan solos cuidando hermanitos, cocinando, limpiando. Eso también es trabajo infantil. Así lo marca la ley”.
La gravedad no reside solo en el tipo de tarea que realizan, sino en los derechos que se vulneran. “Cuando un niño trabaja, se ve afectado su derecho a estudiar, a jugar, a tener acceso a la salud, a vivir en condiciones de dignidad, a ser protegido contra la explotación económica y cualquier trabajo que entorpezca su desarrollo. No importa si el trabajo es liviano o no. El problema es que el niño está produciendo para su familia cuando debería estar creciendo, aprendiendo, desarrollándose”, explica la directora de Aldeas Infantiles.
En Rosario, como en muchas otras ciudades, la situación es visible y cotidiana. Basta caminar por calle Pellegrini o la costanera. “Muchas veces ocurre que un nene te ofrece, por ejemplo, una birome. Y vos le querés dar dinero y le decís que no hace falta que te la dé, como una manera de ayudarlo económicamente para que otro pueda comprarle esa misma birome. Pero el nene te responde con insistencia: ‘No, por favor, llévesela". ¿Sabés por qué pasa eso? Porque hasta que no vende todo el manojo, no se puede ir a su casa", dice Perinetti.
¿Y qué hacemos desde nuestro lugar?
Ese tipo de situaciones se repiten todo el tiempo en ciudades de países con alta incidencia de la pobreza como el nuestro. ¿Qué hacer? ¿Ayudar con unos billetes no es avalar? ¿De ese modo no estamos perpetuando la injusticia? La respuesta no es fácil, pero Perinetti es clara: “No podemos seguir alimentando ese tipo de trabajo infantil. Si seguimos dando dinero, las familias van a seguir mandando a los chicos a la calle. Lo correcto es denunciar”.
¿Denunciar ante quién? “No se trata de castigar a la familia. Se trata de alertar al Estado para que actúe. Para que investigue por qué ese chico está en la calle y no en la escuela. Para que trabaje con esa familia, la asista, la acompañe. Porque si un niño limpia vidrios o vende en la vía pública, algo está pasando. Y se están vulnerando derechos que deben ser protegidos”.
En la provincia de Santa Fe existe la línea teléfonica 102, un servicio telefónico especializado, gratuito y confidencial del Sistema de Protección Integral de Derechos que coordina y articula las políticas públicas locales, provinciales y/o nacionales, para la restitución o cumplimiento del derecho vulnerado o necesidad manifestada por niñas, niños o adolescentes. Esa es una de las posibilidades que tenemos los ciudadanos de hacer saber situaciones de Trabajo Infantil como las descriptas.
Pero la solución, como lo recordó Unicef este último 12 de junio, Día Mundial contra el Trabajo Infantil, no puede pensarse de manera aislada. Hace falta un enfoque integral: educación pública y de calidad, protección social efectiva y empleo digno para los adultos.
“Pero para eso”, apunta Perinetti, “primero tenemos que saber. Necesitamos estadísticas, datos actualizados. No podemos diseñar políticas públicas a ciegas”.
Mientras tanto, en las ciudades y en los campos de Argentina, miles de niños siguen trabajando, dejando su infancia a un costado para ya nunca más recuperarla. Cada vez que vemos a uno de ellos, no estamos sólo ante una escena triste: estamos frente a un síntoma. Un aviso de ausencia del Estado, de naturalización de un drama social y de urgencia de respuestas estructurales. Denunciar, como dice Perinetti, no es “meterse con la familia”. Es exigir que ese chico esté donde tiene que estar. En la escuela. En su casa. Jugando.