Luis María "Lulo" Corradín espera al equipo de Rosario3 afuera del bar. “¿Ustedes quieren entrar al cementerio?”, pregunta entre risas para correr de escena la nostalgia que da imaginarse los adoquines de la cortada sin gente fumando, charlando, enamorándose, cantando estribillos de rock y conspirando con un mundo mejor. 

El frente del lugar que supo ser refugio para muchas generaciones de rosarinos ya no viste reluciente: sus paredes fueron grafiteadas dándole un toque moderno sin permiso. Las plantas de sus ventanas se secaron en pandemia y a simple vista su fachada anuncia lo que se rumoreaba hace tiempo pero nadie se atrevía a confirmar.

“Cierra Berlín”, fue la frase que durante la última semana se leyó en todos los portales de la ciudad de Rosario, en redes sociales y grupos de WhatsApp acompañada de emoticones de caritas llorando o corazones rotos, porque si bien las persianas del épico bar de la cortada Pasaje Simeoni no se levantaban hacía ya dos años, la esperanza de volver a sus bajos seguía flotando por la ciudad. Es que fueron 26 años de aguante. 

Las andanzas se remontan al 15 de febrero de 1996, cuando los Corradín, uno estudiante de psicología y el otro de veterinaria, apostaron a un espacio en el cual el arte sea el puente conector. Y vaya que lo lograron. 

Lulo es uno de los creadores de Berlín, un bar que le abrió las puertas a los artistas emergentes locales pero también a muchos más, porque sobre su escenario tocaron Luis Salinas, Jorge Drexler, Palo Pandolfo. Fito Páez y tantos otros que “no quiero olvidar por eso es injusto enumerar, fueron muchos.”

Rosario3 atraviesa el laberinto interno de la casona ubicada en Pasaje Simeoni, donde se debe ir esquivando objetos antiguos y motocicletas de distintas épocas y también duermen los muebles de Jekyll & Hyde (otro bar con el sello Corradín), y entra a Berlín para despedirse.

La barra sigue siendo lo primero que se ve al ingresar, te recibe como dando la bienvenida a casa, incluso aún conserva en su fondo espejado algunas botellas de whisky. Si ese mobiliario hablara podría delatar unas cuantas despedidas, algunas traiciones, heridas abiertas, reencuentros y celebraciones, porque en sus banquetas nacieron algunas historias y terminaron otras. 

"A este lugar le debo mi nombre". (Alan Monzón/ Rosario3)

Hoy es el fondo de Lulo para contar los motivos que hicieron posible la permanencia de Berlín a lo largo de los años: “Sería bastante ególatra decir que fue producto del trabajo y la planificación que tuvimos cuando pensamos el lugar pero es uno de los puntos que hace que hoy Berlín signifique lo que evidentemente significa en el imaginario de varias generaciones de rosarinos”. Y agregó que otra gran parte de este fenómeno “responde al compromiso, el afecto y la pasión que le pusieron esas mismas generaciones y artistas al espacio”. 

“Cuando nosotros en los 90 pensamos el espacio, lo hicimos con la intención de que Rosario tenga la movida cultural que se estaba gestando en Europa y queríamos mucho que tenga un nombre de ciudad entonces nos apropiamos de la caída del muro que dio lugar al encuentro de las culturas y le pusimo Berlín porque cerraba por todos lados con nuestra idea”, contó con respecto al nombre del bar. 

Berlín en una de sus tantas noches de espetáculos. (Foto del bar)

Fueron muchos días planeando eventos y muchas noches compartidas entre estudiantes que visitaban por primera vez la cortada, viejos clientes que no necesitaban especificar qué iban a beber porque la casa ya conocía sus gustos, músicos que dejaban su material para que algún día la producción los llame y el nombre de su banda se luzca en la gacetilla del bar porque de jueves a sábados Berlín tenía espectáculos: teatro, música, humor, improvisación y hasta hubo un tiempo para divertir a las infancias los domingos.

 “Estoy cansado, me gustaría que aparezca otro Quijote que se anime a continuar con esto, pero no creo que eso suceda”, murmuró. Y con “esto” se refiere a la esencia mística del bar, ese espacio donde la carta era clásica: pizzas, carlitos y en los últimos tiempos algunos rebozados porque lo que la gente quería en realidad era que el telón aterciopelado color rosado chicle y metalizado se abra y su artista preferido se luzca a metros de su cara y después se acerque a la mesa a saludar. 

Con respecto a algunos momentos que lo hayan emocionado dentro del bar, sostuvo que fueron muchos pero enumeró tres: “La noche en que Luis Salinas tocó junto a su hijo porque ver a las dos generaciones fue hermoso, el día que mi hijo subió al escenario y no porque yo sea el padre sino porque la gente se quedaba con la boca abierta al ver como pibes de 15, 16 años que salen de las calles de la ciudad pueden tocar así,  Salvador Trapani cuando hacía un show que se llamaba 'Desconcierto en sí' que tocaba el serrucho y el público quedaba 10 o 15 minutos aplaudiendo, o el show de Diego Frenkel sólo con la guitarra que fue memorable”. 

El show de Salinas junto a su hijo en los escenarios de Berlín. (Foto: gentileza del bar)

Después de cada show, el cartel led del oso -símbolo del bar- se encendía, la cortina roja de las escaleras se abría y el verbo “berlinear” comenzaba a rodar. Con algo fresco en la mano, cientos de personas se zambullían a los bajos para bailar Red Hot Chilli Peppers, Cheques de Spinetta o algún éxito de Babasonicos. Hoy en ese sótano sólo se escucha el sonido del motor de una vieja heladera.

Los bajos de Berlín comenzaban a la 1 AM. (Foto gentileza del bar)

La columna del centro ya no recibe desconocidos besándose, pero sigue sosteniendo el cartel que según Lulo debería subastarse: “Murciélagos: dormirus is pecadus. Especímenes de vida nocturna. Generalmente habitan en el subsuelo oscuro de Berlín”.

El subsuelo del bar sin las cientos de personas que lo habitaban por fin de semana. (Alana Monzón/Rosario3)

“Queda la vida acá adentro. En unos años podré decir lo que me dejó y lo que no, hoy al espacio, la marca, la actividad le debo mi nombre. Rosario nos dio la posibilidad de plantar un espacio como este y hoy es una decisión nuestra corrernos porque no tenemos las fuerzas de continuar”, contestó en relación al cierre de una etapa. 

“No nos queda más remedio que poner un corte porque si no se hace una larga agonía. Las decisiones amargas hay que tomarlas con fuerzas y firmezas y queremos dejar este mensaje: hay que pelear por los espacios culturales porque si este lugar fue posible y la ciudad lo va a perder lo último que debe ocurrir es que nos acostumbremos a eso”, soltó Lulo y apagó las luces del lugar.

Continúa con un segundo capítulo.